Después de más de cuatro años de estudios y debates, hacia fines de octubre pasado el Senado argentino le dio media sanción al proyecto de ley de etiquetado frontal, el cual advierte si un alimento o bebida sin alcohol tiene excesos de sodio, grasas, azúcares o calorías. Ahora espera ser tratado en la Cámara de Diputados.
“El etiquetado frontal -en el mundo académico estamos todos de acuerdo- es necesario. Es una herramienta más para generar educación alimentaria, para empoderar al consumidor a la hora de hacer sus compras, que pueda hacerlo de manera inteligente, con más conocimiento sobre lo que está comprando. Además, responde al derecho al consumidor de conocer lo que va a comprar”, define la nutricionista Ayelén Borg (M.N. 7939), quien además es diplomada en gobiernos locales para infancia y la familia, y ejerce la docencia en la Universidad de Buenos Aires (UBA), Universidad Católica Argentina (UCA) y Universidad Argentina de la Empresa (UADE).
Sin embargo, según los especialistas, este proyecto de ley presenta algunas incongruencias que, advierten, se deberían trabajar antes de que la ley se apruebe. “Creo que lo que hay que evaluar acerca de cuáles son los alimentos que se deberían promover su consumo a través del etiquetado, o cuáles debería desestimularse, tiene que basarse en la densidad de nutrientes. Obviamente, esto debe ser validado científicamente y que sea concordante con lo que recomiendan las guías alimentarias de la población. Un sistema como el que está en el proyecto de ley, desestimula o clasifica como alto en algunos nutrientes críticos -como la grasa y el azúcar- a alimentos que las guías alimentarias recomiendan consumir. Entonces, ¿cuál es el mensaje que le estamos dando a la población? opina Borg.
Otro ejemplo claro de algunos desbalances que se presentan al contrastar el proyecto de ley con la realidad, es el artículo 4. El mismo dice: “Etiquetado de advertencia. Todo alimento, cualquiera sea su origen, envasado en ausencia del cliente y listo para ser ofrecido al consumidor en el territorio nacional, al cual se aplique el rotulado nutricional y en cuya composición final el contenido de azúcares, grasas saturadas y/o sodio exceda los valores establecidos, debe contar con etiquetado de advertencia en el rotulado del envase”.
Esto implica que, por ejemplo, el arroz o los porotos -alimentos que generalmente no se envasan a la vista del consumidor, pueden llevar el sello de alto en calorías. “Lo que está por suceder, según el proyecto de ley, en realidad tiene un enfoque puesto en la cantidad de nutrientes críticos. Es decir, el etiquetado que se está trabajando, es un etiquetado de advertencia que analiza el contenido de nutrientes críticos de los alimentos envasados y sobre los cuales se decide un umbral, una cantidad máxima de nutrientes críticos como la grasa, el azúcar y el sodio”, explica Borg.
“Esta discusión acarrea un debate sobre cuáles son los umbrales. Porque el Código Alimentario Argentino, que es quien regula todo lo que tiene que ver con la normativa alimentaria, los etiquetados y demás, en ninguna parte declaran cuáles son los límites máximos, para considerar qué un alimento es alto en algún nutriente crítico. En el mundo hay diferentes sistemas de perfiles, que clasifican los alimentos según su calidad, si son altos o bajos en nutrientes críticos. También hay sistemas que asignan a los alimentos un puntaje teniendo en cuenta su perfil nutricional, contemplando no solo el aporte de nutrientes críticos, sino también nutrientes esenciales para promover. En la Argentina se está avanzando por este proyecto que tiene umbrales bastante exigentes, incluso más que en Chile y Uruguay, para definir lo que es alto en azúcar, en sodio, y en grasas”, dice. Cabe mencionar que no hay evidencia científica que demuestre que tener umbrales más exigentes tienen mayor impacto en la salud de la población completa.
Otra de las cuestiones en las que el proyecto de ley no parece suficiente gira en torno a los alimentos no envasados. “Lo que pasa con los alimentos que no son envasados, los que se preparan recién elaborados, es su dificultad para etiquetarlos. Es difícil o prácticamente imposible medir la cantidad de ingredientes utilizados, en general, se utiliza la medida “a ojo” en los restaurantes, rotiserías o panaderías. Entonces, la cantidad de azúcar o de sodio, por ejemplo, no se puede estipular. Tampoco tienen la obligación de completar un rótulo nutricional; y no me refiero al etiquetado frontal, sino al rótulo que es obligatorio poner en los envases. Entonces en este caso claramente no se puede implementar un etiquetado frontal, ya que generalmente se venden de una manera en donde no podés apoyar un etiquetado frontal”, describe la nutricionista.
-¿Tener etiquetados frontales es una herramienta efectiva para combatir el sobrepeso y la obesidad en la sociedad?
-En realidad, el problema es esperar que el etiquetado frontal resuelva el problema del sobrepeso y la obesidad. Esto, en la Argentina, es un problema grave porque claramente tiene consecuencias en la salud, incluso impacta en la economía. Si uno además evalúa que el 70% de la población tiene sobrepeso y obesidad, que 4 de cada 10 niños tienen exceso de peso y que todas estas patologías que se relacionan con la obesidad, aparecen cada vez a edades más tempranas, hay que hacer algo, tenemos una problemática que resolver. El tema es que el etiquetado se enfoca en una de las causas del sobrepeso y obesidad, que son enfermedades multicausales. No podemos pretender que el etiquetado la resuelva. El etiquetado empoderará al consumidor en las decisiones que tome a la hora de comprar alimentos. En la medida en que los consumidores le presten atención a los etiquetados, esto va a transformar un porcentaje de la compra. No va a resolver la obesidad. Sí, es una herramienta que se necesita, pero para resolver esta problemática es necesario que esté acompañada de muchas otras.
-¿Por ejemplo?
-Hay que trabajar mucho en la educación nutricional. En general, los alimentos que se consumen en exceso en Argentina son los alimentos mas económicos, que te llenan más, como harinas, arroz y papa, por ejemplo. Si entendemos que más del 40% de la población está por debajo de la línea de pobreza, es lógico pensar que los consumos se establecen por una cuestión de precio. Para resolver el problema de la obesidad, es imposible pensarlo sin un etiquetado, sin educación y sin una política de precios que garantice la accesibilidad a alimentos saludables. Faltan políticas que estimulen el consumo de frutas, verduras, lácteos o legumbres.
-¿Esto servirá para verdaderamente conocer lo que estamos comiendo?
-No, sólo nos va a dar información sobre si la cantidad de azúcar, grasa y sodio es excesiva, por lo tanto, una visión sesgada. No se consideran los nutrientes positivos a promover y distorsiona la posibilidad de educar al consumidor, este modelo equipara a alimentos de diferentes categorías en función al contenido de nutrientes críticos, pero desde ya no es lo mismo una leche chocolatada que una gaseosa, como tampoco es lo mismo un pan integral que un paquete de papas fritas. Sin embargo, de aprobarse este proyecto de ley estos alimentos compartirán los mismos sellos. Seguimos sin educar, el camino de la advertencia y el temor pareciera ser un camino más simple de implementar Los productos elaborados y envasados son más que esos tres nutrientes críticos. Pero lo importante es que uno de los objetivos del sistema de etiquetado es estimular a la industria a que reformule a los alimentos, lo cual está bueno. La industria va a seguir existiendo, es necesaria para la economía nacional, pero obviamente puede lograr que la industria haga alimentos de mejor calidad, puede ayudar en ese sentido siempre y cuando los estándares no sean sumamente excesivos, en este sentido necesitamos que se modifique el proyecto de ley porque plantea estándares imposibles de alcanzar por parte de la industria, por lo tanto esto no estimula la reformulación o mejora de sus productos, sino todo lo contrario.
SEGUÍ LEYENDO: