Advertencia: exceso de preguntas

¿Contribuirán los octógonos negros a ampliar nuestra conciencia y a modular nuestras conductas?

Los octógonos que se exhiben en los alimentos a partir de la ley de etiquetado frontal

Desde una perspectiva pedagógica, las preguntas son una herramienta potente; tanto que poder formular buenas preguntas debería ser una habilidad por desarrollar en todos los niveles educativos. Las preguntas surgen de la curiosidad frente a una realidad que se muestra opaca a nuestro entendimiento.

Niños y niñas tienen una “edad” de los porqués: allí los interrogantes emergen del asombro que cada descubrimiento cotidiano les provoca. Por eso, también en el ámbito familiar, debemos estimular esta práctica y favorecer la repregunta, en la seguridad de que son elementos esenciales para entrenar la capacidad dialógica.

Mucho se ha escrito ya sobre la ley de etiquetado frontal. Sin embargo, con curiosidad infantil y ante el asombro que nos produce la invasión de octógonos negros en las góndolas, sumamos ahora algunas perplejidades que, muy posiblemente, quedarán intactas. Pero el impacto visual es tan grande que la indagación se vuelve un imperativo. Está claro que, si el objetivo del etiquetado era no pasar desapercibido, está cumplido con creces.

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Los antiguos romanos hablaban de la “aurea mediocritas”, esto es: la dorada medianía. Y Aristóteles se refería a la virtud como término medio entre dos vicios: por exceso y por defecto. Parece ser un equilibro en la alimentación el que se busca perseguir con esta norma, más allá de lo bizarro de un método que desde lo comunicacional y, particularmente desde lo publicitario, hace ruido y mucho.

La ley de etiquetado frontal exige que se destaque el contenido perjudicial para la salud en el empaque de los productos alimenticios.

De aquí en más, algunas preguntas que nacen de nuestro más genuino asombro frente a esta creciente contaminación por octógonos. Esperamos que lectores y lectoras puedan compartir nuestras dudas y que, oportunamente, alguna autoridad en el tema quiera responderlas.

¿Implica el color negro que la advertencia es más fuerte? ¿Es más sano un producto con menos sellos? ¿Solo los ultraprocesados son dañinos para la salud? ¿Sobre qué base se miden los excesos? En un contexto en el que no tenemos posibilidad de elección, resulta casi utópico planificar una dieta con prudencia. Como es también difícil ser asertivos a la hora de argumentar frente a nuestros hijos e hijas por qué consumimos alimentos nocivos. ¿Alguien brinda herramientas a los padres, madres y cuidadores para que puedan hablar sobre el tema?

Los hábitos no se construyen de un minuto al otro. Es la voluntad (volo en latín: querer. Es decir, un querer hacer), aplicada día tras día, la que fija un hábito. Acostumbrados a vivir en una constante incertidumbre, la incorporación de rutinas positivas se aleja irremediablemente de nuestro horizonte. Ahora bien, si todos los productos que salen de fábricas tienen su información nutricional, cabe preguntarnos quién se ocupa de que desarrollemos competencias de lectura y comprensión de esos datos y, más profundamente, de armado de una dieta saludable.

Párrafo aparte merece la mención de los destinatarios de estas campañas -a las que nadie niega su importancia, ni su buena intención- en un país con niveles de pobreza alarmantes, en el que difícilmente estemos en condiciones de optar por una nutrición sana. ¿Cuántos sellos de alerta tendrán los productos que se destinan a comedores escolares y qué organismos controlarán su distribución y su uso?

¿Acaso servirá llenar de octógonos negros lo que el común de la gente consume? ¿Contribuirá a ampliar nuestra conciencia y a modular nuestras conductas? Porque, aun con todos los excesos visibles, es muy probable que sigamos ingiriendo los mismos productos. ¿Cómo explicar a un niño o una niña que ve invadido su alfajor de alertas que, en vez incentivar la mejora de su dieta diaria, nos centramos en colocar rótulos? Y surge el dilema de si este exceso de excesos no terminará en acostumbramiento, con la consecuente ignorancia de la prevención que se persigue.

Es frecuente que los adultos estemos distanciados de la coherencia, que actuemos mal y comuniquemos peor. Pero, llegados a este punto, una cuestión sobrevuela y es la preocupación sobre cómo formar a nuestros hijos e hijas en el respeto de las reglas frente a lo que probablemente se torne una omisión sistemática de advertencias. Está visto que, en este como en otros asuntos, frente al exceso de preguntas, quizás con un sello baste.

*Docentes e investigadoras de la Facultad de Comunicación y del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.

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