¿Cómo enamorarse de las ideas?

Para las ideas también funciona eso de ‘nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido’. En esta columna de Bibliomancia consideramos la importancia de tener un sano vínculo emocional con las ideas, para que nunca nos falten, para que nunca se pierdan

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Mauricio Miranda es Director de la Biblioteca Ibero León.
Mauricio Miranda es Director de la Biblioteca Ibero León.

Las ideas se nos aparecen de repente, de manera involuntaria, a veces cuando vamos manejando y no podemos hacer nada con elas, más que intentar no olvidarlas. Si no las apuntamos pronto desaparecen, se disuelven como la trama de los sueños por la mañana, como un grano de sal mientras cae hasta el fondo de un largo vaso de agua.

En la antigüedad se pensaba que las ideas llegaban a través de los ‘daemon’, divinidades menores que llevaban mensajes de los dioses a los humanos. Ahora demonio nos suena como algo negativo, pero en sus orígenes podía ser algo bueno o malo. Su raíz etimológica es ‘da’ que significa distribuir; así, Eros era el ‘daemon’ que distribuía el enamoramiento, mientras que Thánato, el hijo de la noche, repartía la muerte. Sócrates decía que un ‘daemon’ le dictaba la sabiduría desde un lugar remoto.

Las ideas pues, no eran de la persona, sino que venían de fuera. Sin embargo, esto cambió en el Renacimiento, cuando la persona pasó a ser el centro del universo y el ‘daemon’ o genio dejó de ser externo, ahora el individuo en sí era el genio. Las ideas resultaban posesión y creación de una persona en particular a la que había que rendir homenaje*. Científicos y artistas quedaron así muy cerca de la soberbia, la desmesura, la irracionalidad, exactamente en la hybris**.

Pero, aunque el hombre se pueda creer el centro de todo, por la experiencia cotidiana sabemos lo contrario. Pablo Boullosa diserta sobre cómo en el español decimos que las ideas ‘se nos ocurren’, no las inventamos, ni las creamos, más bien nos suceden; como dice la canción “Lo nuestro solo fue casualidad/ La misma hora, el mismo boulevard”. Y si las circunstancias hubieran sido diferentes hubiéramos tenido otras ideas o ninguna, mas no las mismas.

(Getty Images)
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Ocurrir viene de ob (en contra) y currere (correr). Las ideas en ese sentido nos detienen, interrumpen el flujo del tiempo y trastocan nuestras emociones: “le vino a la mente una idea triste y su tarde se llenó de nostalgia”. A veces también nos alegran, se llevan el sueño, las ganas de comer y nos impulsan a seguirlas a donde sea que las lleve el pensamiento.

Las ideas pueden doler y a la vez ser agradables. Hace muchos años, quizá mucho antes de Hipócrates, existió la primera persona que fue capaz de anticipar su propia muerte. Se dio cuenta que tenía los mismos síntomas de algunos de sus pacientes fallecidos y, ‘se le ocurrió’ que dejaría de vivir. Era una idea maravillosa, que lo llenaba de entusiasmo, quizá en el futuro serían capaces de anticipar la muerte 4, 5 o hasta 20 años antes y entonces se podría vivir con más intensidad. Una gran idea, aunque a aquella persona le amargaba saber que en su caso solo le quedaban uno o dos dolorosos días por delante.

(Getty Images)
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Resulta difícil querer ideas así, entidades que no tienen conmiseración de nosotros, a quienes no les importa si nos parecen o no agradables, y aunque este artículo se titula “Cómo enamorarse de las ideas”, me parece que es el momento más adecuado para confesar que no sé cómo pueda hacerse eso y mucho menos cómo aconsejar a otros, pues en el corazón no se manda. Quizá la mejor vía para quererlas es la poesía, tal como lo escribió Octavio Paz:

Oír/ los pensamientos,/ ver /lo que decimos/ tocar/ el cuerpo/ de la idea.

* Ver la charla de Elizabeth Gilbert: https://www.ted.com/talks/elizabeth_gilbert_your_elusive_creative_genius

** https://www.samfyc.es/wp-content/uploads/2020/01/v20n2_CD_nosSobra.pdf

*** https://www.youtube.com/watch?v=7waNRNBeDTo

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