Más de medio millón de personas lo siguen en redes y su primer libro, Resetea tus intestinos, fue un éxito absoluto, al punto de ser el más vendido en el último año en Bajalibros. Ahora, el Dr. Facundo Pereyra -médico argentino especialista en gastroenterología, endoscopía digestiva y medicina interna- acaba de publicar su esperada continuación, La vida después del reseteo.
Pereyra dedicó su vida profesional a investigar el síndrome del intestino permeable, “una teoría alternativa aún no aceptada por la medicina por falta de un análisis específico”, según la describe, que podría explicar una larga y variada lista de enfermedades relacionadas con la microbiota intestinal. Con el tiempo, terminó por desarrollar el programa MDB 15, que fusiona la medicina tradicional con la medicina alternativa para resetear el intestino en solo 15 días.
Pero, como todos saben, las dietas sueles ser difíciles de mantener. Muchas son insostenibles a largo plazo a causa de sus restricciones y generan un efecto rebote que, en algunos casos, pueden hasta empeorar la situación inicial. Entonces, para aquellas personas que pudieron apalear síntomas y enfermedades como hinchazón, dolores musculares, migrañas, sobrepeso, alergias y ansiedad (entre muchas otras), Pereyra les ofrece una serie de consejos para no dar marcha atrás y mantener los logros obtenidos.
“¿Qué como en las reuniones sociales? ¿Cómo reemplazo las harinas y los edulcorantes? ¿De qué manera organizo una alacena saludable? ¿Cómo creo el hábito del ejercicio físico? ¿Cuáles son las claves para integrar la alimentación sana en mi familia? ¿De qué manera incorporo el ayuno intermitente y los suplementos?”, se pregunta el autor en La vida después del reseteo, editado por El Ateneo, para lo que ofrece una guía única con recetas fáciles cuyo objetivo es eliminar los últimos síntomas, sostener los cambios y lograr bienestar todos los días.
“La vida después del reseteo” (fragmento)
¡Lo logré!, pero ¿cómo retomo mi vida normal?
Según nuestras estadísticas, la mayoría de las personas detectan alguna intolerancia alimentaria después del reseteo, pero se dan cuenta de que pueden volver a comer esos alimentos en menor cantidad. Siempre y cuando se respeten las cantidades y la persona no abuse de los alimentos que le hacen mal, no habrá ningún problema.
Sin embargo, algunos otros, menos afortunados, detectan intolerancias de moderadas a graves a algún alimento, por lo que, cada vez que vuelven a probarlos, los síntomas regresan (en ocasiones, exacerbados y con un efecto rebote).
Otra de las preguntas que recibo con mucha frecuencia en mis charlas es cómo sostener la nueva alimentación a largo plazo. Cuesta imaginarse una vida sin los alimentos que —supuestamente— “nos hacen felices”.
La mayoría de los que afrontan nuestro programa de reseteo sienten que, en algún momento, en el transcurso de semanas o de meses, la tentación vuelve. De modo indefectible, volvemos a “picotear” sin querer o queriendo.
A muchos les sucede que —tarde o temprano— se encuentran comiendo más de la cuenta. Ya sea en un cumpleaños, en un casamiento o ante un desequilibrio emocional. Con seguridad, va a suceder; es esperable e inevitable.
Sugiero no desesperarse; al contrario: aprendemos de los errores, de los fracasos, de las caídas. Todo puede transformarse en una oportunidad para el aprendizaje. Los cambios se hacen de a poquito. A mis pacientes les digo que —en promedio— una persona sensible al gluten deja de querer ingerir alimentos con gluten luego de 3 años aproximadamente. Por esta razón, es probable que quien deja el gluten y se siente espléndido, con el tiempo, vuelva a comer y a sentirse mal una y otra vez hasta que el cerebro deja de desear ese alimento.
Por desgracia, la forma más común de generar el hábito es a fuerza de golpes. Salvo algunas personas que se sienten tan bien que deciden, de un día para el otro, no volver a tocar nunca más ese alimento que no se tolera, el resto retoma la vida normal y, tarde o temprano, se encuentra distraído comiendo ese alimento “riquísimo” que le hace mal.
Aquellos que tienen menos síntomas en el cuerpo, en general, hallan más dificultades en hacer el cambio de hábitos. Algo así ocurre con las personas con sobrepeso que no tienen síntomas agudos, pero quieren empezar a alimentarse mejor. En ese caso, el hábito requiere más fuerza de voluntad y sistematización. La situación difiere de las personas cuya salud está muy deteriorada, porque corren con un beneficio extra: en pocos días, se sienten bien, y ese cambio queda grabado en la memoria para siempre. La persona, después de un proceso de reseteo, nunca vuelve a ser la misma. Tal vez, le cueste un poquito más entrar y quedarse, pero sigue entrando y saliendo hasta que, en un momento, el cerebro dice basta y las papilas gustativas se adaptan a esta nueva realidad de felicidad saludable.
El logro de Paula
Un día, Paula volvió al trabajo después de MDB15. Liviana, orgullosa y contenta, entró al consultorio renovada. Había decidido algunos cambios en su vida. Ya no iba a tomar más el ómnibus; en su reemplazo, iba a sacarle el polvo a su bicicleta de ciudad, que no usaba hacía años. El camino ahora era mucho más seguro y divertido, ya que existía una nueva bicisenda. En su mochila, traía una cajita con coco rallado para el mate de coco, que había reemplazado a la yerba convencional. En su casa, había desayunado fuerte con huevo y palta, ya que había aprendido que, para evitar los antojos del día, no había nada como desayunar con proteínas.
Dijo “no, gracias” por primera vez en años luego de que empezaran a circular las primeras medialunas de la mañana en su trabajo. Ya no quería más para su vida esa falta de energía que la chupaba para abajo y esa nube mental que la trasformaba en otra persona. Tampoco quería nunca más esas alergias en la piel, antiestéticas y pruriginosas. Había descubierto que ciertos alimentos, como el trigo y el azúcar, eran los culpables de muchos de sus males.
A media mañana, convidó nueces pecan a sus compañeros de trabajo. Fascinada, contó que era lo más rico del mundo y que había comprado una bolsa de 10 kg proveniente de la provincia de Corrientes. A la hora del almuerzo, no pidió —como siempre— su milanesa con papas fritas. En reemplazo —y para sorpresa y humoradas de sus compañeros—, ordenó pollo a la plancha con mostaza y una ensalada de quínoa, zanahoria, remolacha y huevo. En vez de gaseosa, agua mineral. Todas esas acciones le valieron aplausos en lugar de chistes después de comprobar cómo había cambiado su humor con los nuevos hábitos.
Otro día, decidió, por primera vez en su vida, sentarse a comer en el restaurante saludable de la otra calle. Amor a primera vista con las ensaladas fit: salmón, huevo, arroz integral, verdes. Luego, probó el jugo de verduras que antes le parecía “jugo de pasto”: espinaca, manzana y zanahoria, puros nutrientes. De postre, eligió un pudding de chía. Ya está, todas decisiones excelentes que cambiaron su vida cotidiana.
Con el tiempo, se dio cuenta de que se podía hacer magia combinando proteínas, huevos o carnes con cualquier vegetal o cereal integral; que los pistachos o las pecan eran más ricas que cualquier factura; que, una vez que dejabas el azúcar, empezabas a saborear verdaderamente una manzana.
Luego, descubrías la exquisitez de los arándanos o las frambuesas. También descubrió que comer sano no significaba comer sola, porque algunos de sus compañeros de oficina se animaron a probar nuevas opciones y compartir con ella el almuerzo saludable. A veces, las personas que nos rodean no acompañan porque no conocen o no saben cómo hacerlo. Pocos sabían del restaurante saludable al que iba Paula; simplemente, no lo habían visto porque no estaban atentos. Y les encantó. Cuando Paula volvía en bicicleta, y el sol le pegaba en la cara, pensaba “gracias, gracias a la vida”.
Sin embargo, en su casa, el asunto parecía un poco más complicado…
Su marido y sus 3 hijos preferían las pastas, los fritos, las porciones abundantes. Los niños habían crecido con ese menú hasta el momento, ¿por qué pedirían algo distinto? No conocían otra cosa. El secreto estaría en cocinar cosas igual de ricas, pero sin azúcar ni trigo. Todo un desafío.
Quiso hacer un curso de cocina con harina sin gluten, pero, pronto, advirtió que la cocina no era lo suyo. Le pasaron el dato de una casa de pastas para celíacos y, de ahí, consiguió el de una señora que hacía panes y budines sin gluten. Los panqueques con harina de almendras enloquecieron a sus nenes. Les encantó la manteca de maní y el dulce de frutos rojos con estevia. Ni hablar de los huevos revueltos con tomate y palta. Los chicos —acostumbrados a las galletitas de chocolate— comenzaron, de a poco, a aceptar esos desayunos y meriendas.
Desde entonces, en casa, todos empezaron a comer un poco como mamá. Ahora la alacena tenía un nuevo estante: la comida saludable. Los niños enseguida acompañan cuando comprueban que hay muchos alimentos igual de ricos pero menos nocivos que las galletitas de paquete o los snacks.
Su marido, al poco tiempo, se incorporó porque se le fue el reflujo, bajó de peso y pudo dejar el omeprazol (para tratar la acidez estomacal). Nunca más faltaron las ensaladas en la mesa y las frutas en el desayuno y la merienda.
La historia de Paula nos muestra que, cuando los cambios empiezan por uno mismo, luego el entorno también se acomoda. Muchas veces, me comentan que, en el trabajo, se come de tal manera, que, en la familia, se come pizza todos los viernes, que tal alimento es “sagrado” o imposible de dejar. No es verdad. Simplemente, se trata de excusas para no tomar decisiones.
Lo he comprobado con numerosos pacientes: ellos cambian, y su familia se adapta de inmediato; luego, todos lo agradecen.
Quién es Facundo Pereyra
♦ Nació en Río Negro, Argentina, en 1970.
♦ Es médico especialista en gastroenterología, endoscopía digestiva y medicina interna.
♦ Es el creador del programa MDB 15, que fusiona la medicina tradicional con la medicina alternativa para resetear en 15 días el intestino.
♦ Escribió los libros Resetea tus intestinos y La vida después del reseteo.
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