En un análisis publicado por The New Yorker, se examina cómo la dieta estadounidense, caracterizada por su alta dependencia de alimentos ultraprocesados, contribuye a tasas alarmantes de obesidad y enfermedades crónicas.
Estudios realizados por el Instituto Nacional de Salud (NIH) y dirigidos por el investigador Kevin Hall confirman que el problema no radica únicamente en el contenido de sal, azúcar o grasas, sino en el grado de procesamiento al que se someten los alimentos.
Este enfoque, respaldado por expertos y diversas investigaciones, redefine la comprensión de los efectos de la alimentación en la salud.
Los efectos de una dieta ultraprocesada
Guillaume Raineri, técnico francés que se trasladó a Maryland, se unió a un estudio clínico del NIH que exploraba las consecuencias metabólicas de consumir alimentos ultraprocesados.
Durante cuatro semanas, alternó entre una dieta basada en alimentos frescos, como pollo a la parrilla y vegetales, y otra compuesta por productos industriales, como nuggets y papas fritas.
Según el artículo de The New Yorker, mientras la dieta natural mejoró su bienestar, la ultraprocesada le generó aumento de peso, irritabilidad y sensación de hinchazón.
Hall subraya que el procesamiento intensivo altera la composición nutricional, y al mismo tiempo el comportamiento humano frente a los alimentos. Como se destaca en el informe, las técnicas industriales potencian la “hiper palatabilidad”, un fenómeno que combina azúcar, grasa y sal para estimular el consumo excesivo.
Este hallazgo, según The New Yorker, muestra cómo los alimentos ultraprocesados pueden llevar al organismo a consumir calorías en exceso de manera inconsciente.
La clasificación NOVA y sus implicaciones
La idea de que el procesamiento tiene implicaciones más allá del contenido calórico no es nueva. Carlos Monteiro, epidemiólogo brasileño citado en el artículo, desarrolló la clasificación NOVA para evaluar el impacto del procesamiento en la salud.
Este sistema agrupa los alimentos en cuatro categorías, desde los mínimamente procesados hasta los ultraprocesados, caracterizados por ingredientes industriales que no se encuentran en una cocina doméstica.
Monteiro afirma que la proliferación de estos productos no solo transformó los hábitos alimenticios, sino que también contribuyó a la epidemia de enfermedades crónicas en países como Estados Unidos.
Además, los alimentos ultraprocesados fueron vinculados con un amplio espectro de problemas de salud, desde obesidad y diabetes hasta depresión y enfermedades neurodegenerativas.
Según The New Yorker, estudios recientes también relacionan estas dietas con una pérdida de diversidad microbiana en el intestino, un factor clave en la regulación inmunológica. Sin embargo, como señala Walter Willett, investigador de Harvard citado en el artículo, el enfoque en el procesamiento debe complementarse con un análisis más amplio de patrones alimentarios como la dieta mediterránea.
La industria alimentaria juega un papel fundamental en esta crisis. The New Yorker detalla cómo las corporaciones manipulan el marketing para presentar productos ultraprocesados como opciones saludables, dificultando que los consumidores realicen elecciones informadas.
Iniciativas para revertir la tendencia
A pesar de estas barreras, el artículo destaca esfuerzos para cambiar esto. Robert F. Kennedy Jr., por ejemplo, propuso eliminar los ultraprocesados de las escuelas públicas y limitar los aditivos artificiales en los alimentos.
Políticas similares, como impuestos sobre productos ultraprocesados en Colombia y restricciones publicitarias en Chile, mostraron resultados prometedores, según los expertos entrevistados.
La investigación de Kevin Hall y los testimonios como el de Raineri demuestran que abordar esta crisis requiere un cambio sistémico en los hábitos alimenticios y las políticas que los sostienen. Transformar los sistemas alimentarios no es solo una cuestión de salud, sino una prioridad para el futuro de las sociedades.