Hace una década, la ciudad de Toledo, Ohio, en Estados Unidos, vivió una experiencia que dejó una profunda huella en sus residentes. Hace 10 años, durante dos días, el suministro de agua potable fue interrumpido debido a una peligrosa proliferación de algas tóxicas en el lago Erie.
Para personas como Steven Haller, investigador clínico de la Universidad de Toledo, aquel evento marcó el inicio de su búsqueda por respuestas, motivado por la preocupación latente en la comunidad por los riesgos que estas floraciones representan para la salud pública.
Las floraciones de algas nocivas se convirtieron en un fenómeno recurrente en la cuenca occidental del lago Erie, según la agencia de noticias AP. Las lluvias primaverales arrastran nutrientes, principalmente fósforo y nitrógeno provenientes de tierras agrícolas, hacia ríos y arroyos, donde las bacterias del lago los utilizan como fuente de alimentación.
Este proceso genera un crecimiento masivo de algas que tiñen el agua de verde y, en ocasiones, producen un lodo espeso que puede llegar a ser tóxico tanto para humanos como para animales. La agencia informó que las investigaciones demostraron que las microcistinas, toxinas liberadas por estas algas, pueden causar enfermedades cuando se entra en contacto con agua contaminada.
Este es el foco de estudio del equipo liderado por Haller, quien busca determinar cómo estas toxinas afectan particularmente a personas con condiciones preexistentes, como el asma o enfermedades del hígado, pulmón o intestinos.
Estudios sobre efectos en la salud y la comunidad
Además de los efectos directos que estas microcistinas pueden tener cuando se ingieren o entran en contacto con la piel, un área emergente de investigación se centra en cómo estas toxinas podrían dispersarse por el aire. El equipo de Haller, junto con el profesor David Kennedy, está explorando cómo las toxinas pueden aerosolizarse, es decir, pasar al aire y ser inhaladas.
En el laboratorio, recrearon situaciones similares a las que ocurren en el lago, mediante la utilización de una máquina que rocía toxinas sobre células pulmonares humanas. Esta simulación busca replicar lo que podría suceder en el lago cuando las olas rompen contra las rocas o cuando los botes y motos acuáticas agitan el agua. Según AP, los primeros resultados de estos experimentos ya mostraron un aumento considerable en la inflamación pulmonar, especialmente en personas con problemas respiratorios como el asma.
Para profundizar en los efectos reales en la salud de las personas que viven cerca del lago, los investigadores dieron un paso más allá del laboratorio. En colaboración con la Universidad de Michigan, iniciaron un estudio a largo plazo que busca analizar cómo las floraciones de algas afectan a los habitantes de la región.
Este proyecto tiene como objetivo monitorear la salud de 200 voluntarios durante cinco años. A lo largo de este tiempo, los investigadores recogerán datos sobre la salud respiratoria de los participantes, realizarán pruebas pulmonares y analizarán muestras de sangre para detectar la presencia de toxinas en sus cuerpos.
La adaptación de la comunidad
Los residentes cercanos al lago Erie aprendieron a adaptarse a la amenaza que representan las floraciones de algas tóxicas. Para muchos, las medidas preventivas se convirtieron en una parte rutinaria de sus vidas, especialmente durante los picos de contaminación.
Por ejemplo, Malissa Vallestero, quien frecuentemente visita el lago con su familia para pescar, comenta que en esos momentos ya no confía en el agua del suministro local. “Cuando las floraciones empeoran, usamos agua embotellada para todo”, contó a AP.
Otros vecinos, como Dan Desmond, también integraron estas precauciones en sus actividades diarias. Antes de aventurarse cerca del agua en el Parque Estatal Maumee Bay, Desmond siempre verifica el estado de las floraciones. “Si el agua está contaminada, ni me acerco”, dijo, consciente de los riesgos que representa el contacto con el lago en esos momentos.