La Liste es un agregador de reseñas y opiniones que clasifica 35.000 restaurantes repartidos en 200 países. Es pura matemática, un algoritmo en el que no participan ni críticos, ni chefs, ni inspectores: una Inteligencia Artificial recoge información de 1.500 fuentes a nivel global, desde guías y listas gastronómicas a artículos de críticos y periodistas, así como reseñas de consumidores, de los que se hace un seguimiento anual. Una vez recopilada la información, esta se traduce en la asignación de una puntuación media sobre 100 a cada restaurante, aunque existe un mínimo de reseñas que los locales sean siquiera contemplados en la lista.
La Liste ha publicado recientemente su lista de los 1.000 mejores restaurantes de 2025. Teniendo en cuenta los requisitos y la cantidad de restaurantes contemplados, figurar en ella es ya todo un prestigio, aunque cuanto más arriba, mejor: en el puesto 16 figura un restaurante español homónimo del muy reconocido chef que lo gestiona.
Nacido en San Sebastián en 1960, Martín Berasategui tiene 11 estrellas Michelín y lleva 49 años dedicándose “en cuerpo y alma a lo que más me gusta en el mundo, cocinar”, según explica en la página web de su restaurante. Ubicado a las afueras de San Sebastián, en el municipio de Lasarte-Oria, se encuentra Martín Berasategui, un acogedor restaurante con un frondoso jardín y un comedor iluminado, espacioso, y con pocas mesas, lo cual asegura una atmósfera tranquila y mayor privacidad.
Se trata del primer restaurante del chef. Fue abierto en 1993, y tres años después ya tenía dos estrellas Michelín. También recibió el Premio Euskadi de Gastronomía al Mejor Cocinero de esa comunidad en 1998 y el Tambor de Oro de San Sebastián -un galardón que la ciudad otorga cada 20 de enero a una persona física o jurídica por su promoción de la imagen de la ciudad y sus méritos profesionales- en 2005.
Un menú a la carta de 330 euros y uno de degustación por 395
El restaurante ofrece una carta que ofrece un entrante, un plato principal, y un postre a elegir por 330 euros, además de su menú degustación, que tiene un precio de 395 euros. Aunque no se trata de precios para nada competitivos, su oferta gastronómica lo justifica: entre los aperitivos, destacan la ración de corzo, algas y caviar Ars Italica; el milhojas caramelizado de anguila ahumada, foie gras, cebolleta y manzana verde; o la Gilda con tartar de atún Balfegó, cremoso de anchoas, guindilla helada y caldo de alcaparras Agrucapers. Cuanto menos, suscitan bastante curiosidad, tanto por la peculiaridad de las combinaciones y la calidad de los productos.
A continuación, la oferta de entrantes incluye una ensalada de tuétanos de verdura con marisco, crema de lechuga de caserío y jugo yodado; la ostra con néctar de morrón asado, rábano verde y algas crujientes; o “la Trufa” con musgo de setas y jamón ibérico, entre varios otros. Lo que está claro es que, con toda probabilidad, será una experiencia gastronómica novedosa y sin precedentes para la mayoría.
Los platos principales son una selección de carnes y pescados, entre los que cabe destacar el de rape negro con fondo anisado, huevas curadas yodadas y bombón líquido de chipirón; el de lomo de ciervo asado al carbón con mini pepino al curry, foie-gras en reducción de tempranillo, albaricoque escarchado y tamarindo; o la ración de chuleta de cordero lechal, con su buñuelo líquido, zanahorias picantes y chalota rellena de ibéricos.
Los postres tampoco dejan qué desear, entre la tarta fina de hojaldre con manzana y crema helada; el limón con jugo de albahaca, judía verde y almendra; o la esponja helada de cacao Pacari y flor de sal, con perfumes ahumados de whisky y dulce de avellanas.
Entre cada nombre de los ingredientes y la composición de los platos que se ofrecen en Martín Berasategui, lo que queda claro es que es un restaurante sin igual. Por si no fuese suficiente prueba, La Liste lo considera el restaurante número 16 en el mundo entero, aunque lo que también es cierto es que esta calidad se ve reflejada en sus precios. De cualquier forma, si alguna vez se visita San Sebastián y uno puede permitirse el (muy) cuantioso capricho, ¿por qué no ir a probar? Lo peor que puede pasar es que altere para siempre el concepto de “comer fuera”.