Hogares impecables, vidas impecables. Todo el mundo ha oído alguna vez esta frase o, por lo menos, alguna de sus derivadas. Pero, como todo, en exceso deja de ser bueno, de un lado y de otro: según estudios, igual que el desorden y la suciedad excesivas pueden ser dañinos para la salud, tanto mental como física de las personas que ocupen dichos espacios, la limpieza extrema también puede tener su significado. Entendemos como limpieza extrema la preocupación constante por la armonía y la pulcritud que pueda llegar a bordear, si no sobrepasar, la obsesión, y puede tener causas más allá de un deseo de mantener el espacio limpio y ordenado, además de consecuencias insospechadas.
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Algunos de los beneficios que se asocian a mantener un espacio inmaculado son un estrés reducido, ya que transmite una sensación de control y orden; mejor concentración y productividad, ya que eliminar los elementos del ambiente que abruman y sobrecargan el subconsciente provoca que el cerebro procese mejor la información; mejor humor y mayor motivación, debido a esa reducción del estrés ayuda a generar una atmósfera apacible y, por tanto, un estado mental positivo; mayor creatividad, ya que se reducen las posibles distracciones y se permite a la mente concentrarse de forma más efectiva en esas ideas creativas; y una mejora en los ciclos del sueño, ya que un espacio libre de caos y desorden permite alcanzar un estado de relajación con mayor facilidad, lo que es esencial para lograr conciliar el sueño.
Es cierto, por tanto, que los buenos hábitos de limpieza están viculados con un mejor rendimiento y un mejor estado de salud mental y física. Incluso se defiende que pueden impactar el apetito y las relaciones interpersonales. Al mismo tiempo, sin embargo, la limpieza “en exceso” puede estar relacionada con problemas serios como ansiedad, acumulación compulsiva, germofobia, y Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Esta actitud hacia la limpieza suele estar arraigada en la infancia. Además, también puede tener otros efectos nocivos para la salud por debilitar la resistencia del sistema inmunológico a los gérmenes de otros ambientes menos limpios que, inevitablemente, atraviesa todo el mundo.
Padres obsesivos, hijos desastre (y viceversa)
En su libro White Walls: About Motherhood, Daughterhood, and the Mess in Between, Judy Batalon explica como la acumulación compulsiva de su madre le afectó durante su infancia, detallando cómo sus “notas se perdían en su caos, y yo también. Me sentía invisible, devorada por su desorden, buscando algo de hueco para poder crecer”. Como cabía esperar, en su adultez Judy se encontró en el lado opuesto a la hora de controlar su espacio, viviendo bajo la creencia de que al conseguir una libertad de las “cosas”, el no tener casi nada, le permitiría estar “tranquila y abierta al amor”, pero ese impulso de mantener el orden absoluto, de recoger y limpiar constantemente, se acabó por convertir en un comportamiento compulsivo y opresivo. Está claro que este es un caso extremo, pero ejemplifica perfectamente el impacto que la relación con los hábitos de limpieza durante la infancia pueden tener en la aproximación que se hace en la edad adulta.
Según cuenta Judy, después de convertirse en madre comprendió los extremos en los que había vivido, entre los impuestos por madre y aquellos de creación propia, por lo que decidió evitar a toda costa exponer a sus hijos a lo mismo. Esto la llevó a consultar con varios expertos en infancia y paternidad como, por ejemplo, The Parent Encouragement Program (programa de motivación parental) especialistas en enseñar a los padres a enseñar a sus hijos a realizar tareas de la casa. Según los estudios de este grupo, aquellas personas que hayan tenido rutinas y hábitos de limpieza durante la infancia tienen una mayor probabilidad de éxito académico, de tener buenas relaciones interpersonales, y un menor uso de sustancias a partir de los 20 años.
Sin embargo, otros descubrimientos indicaban que no había ninguna correlación real entre mantener un espacio limpio durante la infancia y tener una mejor habilidad de llevar una vida funcional y productiva. Además, según Alan Kazdin, miembro del Yale Parenting Centre (Centro de Paternidad de la Universidad de Yale), añadió que “es normal que los adolescentes sean muy desordenados”, y que, a esas edades, es más importante que los hijos sientan que tienen un espacio propio y bajo su control.
Estos descubrimientos, en su conjunto, dan la razón al sentido común: todo es mejor en moderación, y lo más importante es encontrar un equilibrio. Algunas formas de encontrar este balance son, por ejemplo y como indica el refrán “no es más limpio quien más limpia sino quien menos ensucia”: ir limpiando y ordenando a medida que se genere esta suciedad o desorden; también es importante tener una rutina regular de limpieza y asignar espacios de almacenamiento para poder ir despejando los espacios a medida que lo necesiten y no tener que improvisar a la hora de poner las cosas “en su sitio”. Es recomendable tratar de ver el proceso de limpieza como algo positivo y de cuidado personal más que una tarea, ya que, realmente, puede ser muy útil para deshacerse del estrés.