El papel de las madres juega un papel crucial en el desarrollo emocional y psicológico de sus niños; tanto, que su labor se ha romantizado arraigándose en nuestra cultura y mostrándose en infinidad de creaciones artísticas. Sin embargo, hay ocasiones en las que las madres pueden tener comportamientos dañinos en sus hijos que, si se repiten constantemente, pueden convertirse en patrones de madres tóxicas.
Clémence Biel, experta en Psicología Infantil y Neurociencia, acaba de publicar ¿Y si tu madre fuera el problema?, un libro donde recoge los distintos tipos de madre tóxica que existen y que se pueden reconocer por su manera de comportarse y actuar. Una de las formas más comunes es la madre víctima. Esta figura busca constantemente atención, presentándose como una persona vulnerable y necesitada. El niño, en respuesta, a menudo asume el rol de salvador, sintiéndose responsable de cuidar emocionalmente a su madre. Esta dinámica puede llevar al pequeño a desarrollar un síndrome de salvador, donde busca constantemente salvar y cuidar a los demás en sus relaciones adultas, a expensas de su propia salud emocional.
Otro tipo es la madre asfixiante, quien cree amar “demasiado” a su hijo. En su afán de demostrar amor, invade constantemente el espacio emocional y personal del niño, que puede acabar confundiendo la codependencia con el amor en sus relaciones futuras, buscando constantemente la validación y la cercanía intensa como muestra de afecto.
Por otro lado, la madre que necesita ser atendida demanda constantemente amor y atención de su hijo, buscando llenar el vacío emocional que ella experimentó en su propia infancia. Esto puede colocar una carga emocional abrumadora sobre el niño, quien puede sentirse responsable de satisfacer las necesidades afectivas de su madre desde una edad temprana.
La madre controladora es otra figura muy conocida, caracterizada por su crítica constante y su deseo de dominar las decisiones y acciones de su hijo. Esta madre puede hacer que el niño internalice su voz crítica como un monólogo interno constante, afectando su autoestima y su capacidad para tomar decisiones independientes en la vida adulta.
En contraste, la madre narcisista utiliza a sus hijos para reflejar una imagen positiva de sí misma ante los demás. Busca constantemente validación externa a través de los logros de sus hijos, condicionando su amor a cómo estos los reflejan. El niño puede crecer sintiendo que solo es amado cuando cumple con las expectativas de su madre narcisista, buscando continuamente la aprobación externa como medida de su valía.
La madre indiferente, por su parte, se caracteriza por ser insensible a las necesidades emocionales de su hijo. Puede mostrarse distante o incómoda con la cercanía emocional, lo que dificulta el desarrollo de una conexión emocional segura entre madre e hijo. Esto puede llevar al niño a experimentar dificultades para regular sus propias emociones y establecer relaciones saludables en la adultez.
La madre impredecible crea un ambiente emocionalmente inestable al alternar entre comportamientos extremadamente cariñosos y hostiles de manera impredecible. Este ambiente caótico puede generar ansiedad crónica en el niño, quien crece en un estado de hipervigilancia constante, nunca seguro de qué esperar en sus interacciones sociales y relaciones personales.