Bailar con la venganza o el perdón: “Nadie es mala persona por sentir odio, lo que nos define es lo que hacemos con él”

‘Infobae España’ analiza de la mano de la psicóloga Valeria Sabater uno de los sentimientos universales más representados en la ficción. ¿Cómo decide nuestro cerebro si cobrarse la revancha u optar por el perdón?

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Russell Crowe como Máximo Décimo Meridio en 'Gladiator'. (Flim.ai)
Russell Crowe como Máximo Décimo Meridio en 'Gladiator'. (Flim.ai)

¿Qué tienen en común Spiderman, el Conde de Montecristo, el gladiador Máximo Décimo Meridio y John Wick? Además de su indiscutible éxito, son tres personajes que la ficción ha sabido crear a la perfección para representar un sentimiento universal: el deseo de venganza. Pese a tratarse de una emoción percibida de forma negativa, las obras que encarnan funcionan como catarsis para una sociedad que ha sabido controlar este sentimiento.

Desde la dinámica de “justicia” que empleaban las civilizaciones más primitivas hasta convertirse en una emoción casi tabú, son muchos los factores socioculturales que han tenido que darse. Pero, ¿qué hay detrás de ella? ¿Cómo funciona nuestro cerebro a la hora de elegir si vengarse de quien le ha hecho daño o, en cambio, optar por el perdón? Lo cierto es que la literatura científica disponible no es abundante, aunque en estos últimos años está aumentando su producción.

Cuando a la psicóloga Valeria Sabater (Valencia, 1978) le propusieron escribir sobre la venganza, pensó que sería una forma muy útil de comprender mejor cómo somos y muchas de las conductas violentas que se llevan a cabo. En La neurociencia de la venganza (La Esfera de los Libros, 2024), esta experta en trastornos emocionales reflexiona sobre el especial tabú que existe en torno al sentimiento de venganza, a diferencia de otras emociones no muy positivas que han sido ensalzadas durante siglos y deconstruidas recientemente, como los celos.

”Hemos vinculado la venganza a la violencia y a la agresividad. Muchas personas que vienen a terapia por haber sufrido acoso en el trabajo o por haber sido engañadas por sus parejas dicen que tienen ganas de vengarse y sienten mucha vergüenza. Es como si estuvieras diciendo que eres una persona violenta”, explica en una entrevista para Infobae España.

No obstante, esta emoción solo implica que hemos sufrido un daño y que queremos hacer algo al respecto. “No eres mala persona por sentir un deseo de venganza, odio o celos. Lo que te define como persona es lo que tú hagas al respecto con eso. Creo que tenemos que reformular ciertas emociones porque son experiencias completamente normales que tuvieron incluso su utilidad en el pasado, lo que pasa es que ahora ya no nos relacionamos con la violencia”, sostiene Sabater.

'La neurociencia de la venganza'
'La neurociencia de la venganza'

La venganza y la evolución de las sociedades

Esos deseos de venganza surgen en un momento en el que comienzan a formarse los primeros grupos sociales. Algunos incluso la relacionan con la invención de la propiedad privada. El fin social era claro: una señal de aviso, una especie de arma disuasoria. Varios antropólogos sugieren que no es hasta la formación de las primeras instituciones y la construcción de una serie de códigos legales y éticos que no se intentó canalizar estas conductas violentas.

“La venganza es un reflejo básico de nuestra evolución. Las personas tuvimos que aprender a lo largo del tiempo a escuchar nuestras emociones e ir en contra de lo que nos pide el cerebro, que es que sobrevivamos y que, si nos hacen algo, actuemos. La corteza prefrontal es la última parte del cerebro que evolucionó, donde están situados los actos de reflexión, análisis y toma de decisiones más acertadas. Ahí está nuestra obligación de regular nuestras emociones y no hacer al cerebro más impulsivo”. Concretamente, esta región del encéfalo termina por desarrollarse al final de la adolescencia. Para algunos neurólogos, incluso más tarde: entre los 25 y los 30 años.

Pese a tratarse de una emoción universal, no todo el mundo da el paso entre sentir venganza y ejecutarla. Es más, solo supone una minoría de la población, según diversos estudios que Sabater recoge en el libro. Quienes llegan a materializar su odio en conductas violentas “son personas que tienen problemas de impulsividad” y que, a corto plazo, sí que les satisfacen.

El problema aparece después, advierte la psicóloga: “Luego llega el acto de conciencia y la reflexión en la que te das cuenta de que cuando tú recurres a la violencia, lo que haces es que intensificas aún más el problema y sentirte mal contigo mismo. El cerebro no quiere que seamos felices, quiere que sobrevivamos, por eso muchas veces nos hace caer en conductas que no son adecuadas. El arrepentimiento es muy normal; quienes no se arrepienten son aquellas personas con un perfil psicopático y narcisista”.

Una misma hormona para el amor y la venganza

«Hola. Me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir». Esta es probablemente una de las frases más icónicas de la historia del cine. De nuevo, la ficción, esta vez a través de La princesa prometida (1986), ofrece una catarsis al público que llega a su clímax cuando Íñigo Montoya (interpretado por Mandy Patinkin) se cobra su venganza.

Durante el transcurso de la película, lo que mueve al espadachín español son dos sentimientos: el amor hacia su padre y la venganza hacia su asesino. Uno ya se puede imaginar el tráfico de sensaciones y alteraciones químicas que podrían haber estado ebullendo dentro del personaje... aunque es una misma hormona la que se encarga de todo ello, la oxitocina.

Mandy Patinkin como Íñigo Montoya en 'La princesa prometida' (1987)
Mandy Patinkin como Íñigo Montoya en 'La princesa prometida' (1987)

La oxitocina se conoce popularmente la “hormona del amor” porque es la que nos permite sentir el cariño por ciertas personas de nuestro entorno que no sentimos hacia los desconocidos. Lo sorprendente es que sea la propia oxitocina la que también regule los sentimientos de odio y venganza. “Muchas veces caemos en la venganza por actos de amor y protección a los nuestros. Ahí entra en acción la oxitocina, la hormona que vinculamos al cariño. Pensar que también está unida a la venganza es un salto un poco llamativo”, sostiene la psicóloga.

Estas venganzas pueden ir desde la violencia de género que ejercen los maltratadores a su pareja tras una separación (y que acaba con la vida de decenas de miles de mujeres cada año en todo el mundo) hasta padres que matan a los agresores de sus hijos, como es el caso de una madre de Alicante que en 2017 quemó al violador de su hija de 13 años y salió de la cárcel.

En casos como el anterior, Sabater explica que “empatizamos muchísimo, sobre todo cuando son niños que han sido agredidos”. Y aunque es algo “muy normal” simpatizar con la historia de María del Carmen García y su hija, “si en nuestra sociedad se permitiera este tipo de actos, al final caeríamos en una especie de irracionalidad”.

Episodio: Oxitocina.

¿Es necesario perdonar para vivir sin rencor?

Hablar de venganza nos obliga inevitablemente a pensar en su antagónico, el perdón. El Nuevo Testamento de la Biblia supone un cambio de paradigma en torno al perdón y se deja atrás un Antiguo Testamento marcado por un Dios colérico (envía un diluvio universal) y vengativo (ojo por ojo, diente por diente). Este discurso cambia con Jesucristo, que, según el libro sagrado de los cristianos, animaba a “poner la otra mejilla”, perdonar las ofensas 70 veces siete (incluso a los soldados romanos que le crucificaron) y hasta morir por nuestros pecados.

Esta narrativa bíblica no ha caído en saco roto en nuestra historia. Durante siglos, la Iglesia ha comercializado con las bulas del perdón y ha infundido el miedo entre sus creyentes. Nuestra herencia actual es que a aquella persona que decide no perdonar es señalada en cierta medida, como si la culpa (otro concepto cargado de imaginario judeocristiano) recayera entonces sobre ella. Incluso, se le reprocha que jamás podrá avanzar sin perdonar a quien le hizo daño.

Se puede avanzar sin tener que perdonar”, sentencia Valeria Sabater. “En terapia, el 70% u 80% de las personas que sufrieron bullying deciden no perdonar y avanzan trabajando el rencor, focalizándose en otros objetivos, sanando sus heridas. La religión nos ha hecho creer que si no perdonamos, somos mala personas”, concluye. Como curiosidad etimológica, las palabras “perdón” y “perdonar” provienen del prefijo latino per (pasar, cruzar) y del verbo donare (donar, regalar). Se entiende así el perdón como un regalo que no todo el mundo tiene por qué estar dispuesto a dar.

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