Para Iván León (Alcalá de Henares, 1996), las videntes de los programas de televisión de las cuatro de la madrugada y los pseudopsicólogos de las terapias de conversión son cosa parecida. Ambos ofrecen, a su manera, la promesa de un futuro mejor a personas ansiosas por creer en él. La posibilidad de la redención fue lo que motivó a Iván, con solo 17 años, a acudir a las terapias de “curación” de la homosexualidad que ofrecía el obispado de Alcalá de Henares (Madrid).
Fue allí donde le explicaron que lo que realmente sentía era admiración por otros hombres, cuando ni siquiera él mismo tenía del todo claro todavía cuál era su orientación sexual. “Esos hombres por los que me sentía atraído no eran más que una expresión de fragilidad”, escribe en su obra Oh, ¡feliz culpa! (EGALES). Bajo el amparo de la Iglesia, la pseudoterapeuta explicó a Iván el vínculo de la homosexualidad con haber sufrido un gran abuso en la infancia, con una masculinidad sin desarrollar o con las modas, así como con la pederastia.
“Siempre había temido que mi atracción hacia otros hombres supusiese la pérdida de quien yo era en realidad”, confiesa Iván en su libro, tras recibir los sermones de demonización de la “vida gay”. Estas terapias de “curación” para personas del colectivo LGBTQ se cobijan bajo unas terapias de psicología que carecen de fundamento científico.
En noviembre de 2023, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, derogó parte de las leyes trans y LGTBI y eliminó la prohibición de las terapias de conversión. El máximo exponente de estas pseudoterapias en la historia reciente de nuestro país es Antonio Vallejo-Nájera, conocido popularmente como «el Mengele español» por sus experimentos de tortura llevados a cabo durante la dictadura a presos republicanos y homosexuales.
Vallejo-Nájera escribía que la sintomatología homosexual incluía “mala intención, hábitos viciosos, amoralidad, tendencias cleptómanas, agresividad, vagabundeo y tendencia a acciones con fines perversos”. El jefe de los Servicios Psiquiátricos del régimen franquista instauró un sistema de tratamientos médicos que consistían en electroshock, lobotomías y esterilizaciones forzosas que pretendían reprimir las “conductas homosexuales”. Las estragos a nivel físico y mental de sus víctimas son incalculables.
Las terapias de conversión de nuestra época no emplean estas prácticas, sino que se disfrazan de un supuesto tratamiento psicológico capaz de conseguir que la persona “se convierta” en heterosexual. Ana Adán es psicóloga y sexóloga del centro de psicoterapia Tú y Yo Psicólogos LGBT y asegura que estas terapias tampoco están exentas de consecuencias a nivel mental: “Las investigaciones demuestran que quedan bastantes secuelas psicológicas, como ansiedad, depresión, trastornos de baja autoestima, sentimientos de vergüenza, trastorno de estrés postraumático (TEPT) y autorrechazo. También hay estudios que apuntan a que después de haber pasado por este tipo de terapias aumenta la ideación suicida y el riesgo de llevarlas a cabo”.
El drama de la homofobia y de estas terapias es que pretenden anular el yo de la persona, como explica Adán. “Este tipo de rechazo es muy doloroso, porque no están diciendo que no les gusta tu conducta, que es algo que se puede cambiar, están negándote a ti, rechazando tu identidad”, aclara. Todas las asociaciones de psicólogos serias, entre ellas la Asociación Psicológica Americana (APA) condenan estas prácticas.
La verdadera terapia consiste en la aceptación
Puesto que en nuestro país ya no se siguen los tratamientos médicos típicos del siglo XX, estas terapias de “curación” pueden ocultarse y blanquearse más fácilmente con una apariencia “positiva”, “cuando el objetivo de la terapia es crear una asociación negativa con la identidad expresada, pensamientos, sentimientos o comportamientos no cisheteronormativos o una obligación de aceptación del cuerpo y género asignado al nacer”, como alerta Zaira Santos, miembro de Fundación Triángulo Andalucía, para Infobae España.
La terapia que sí está respaldada por la comunidad científica es la terapia afirmativa, que es aquella que ayuda a las personas del colectivo LGBT que lo necesiten a aceptar su orientación o su identidad. “Consiste en acompañar en el proceso de ir descubriendo tu orientación o tu identidad. Si tiene LGTBIfobia interiorizada, trabajarla, destruir o cuestionar los estereotipos que ha ido viviendo y que tenga una visión positiva de su orientación, su identidad”, expone Adán.
Por otra parte, desde Fundación Triángulo defienden la libre autodeterminación del género y de la orientación sexual a través de campañas de concienciación en entornos educativos y familiares para prevenir la LGBTIfobia. “El malestar psicológico de personas LGBTIQ+ se relaciona con las consecuencias sociales como la falta de acceso a los derechos y no con su identidad o sexualidad. Las terapias de conversión no son más que terapias de “autonegación” personal y está demostrado que provocan graves trastornos psicológicos”. Por ello, ofrecen asistencia social, psicológica y legal para las personas del colectivo y sus familiares.
La presión del entorno
Detrás de quienes acuden “voluntariamente” a estas terapias de conversión se encuentra una constante presión del entorno que ha ido haciendo mella en la autoestima de estas personas. Especialmente, desde el entorno de la familia. En cambio, cada vez son más los padres que acuden a estas terapias afirmativas para aceptar y comprender a sus hijos.
“Ocurre más en identidades trans porque tienen que hacer como un proceso más largo. Que estos padres vengan a una terapia afirmativa es indicativo de que lo quieren resolver, que están viendo que que su actitud no es la adecuada y que les interesa la relación con sus hijos. El problema es la gente que no viene, los padres radicalizados que echan a sus hijos de casa y les envían a estas terapias de conversión”, concluye la psicóloga.