El teatro y la vida comparten una dimensión de naturalidad irreversible que dentro del mundo de la actuación se conoce como el “momento presente”. La escena se desarrolla en un único tiempo que no admite segundas tomas; en caso de error, solo queda intentar hacerlo mejor para el siguiente día. Ese momento presente se aplica a la perfección no solo en términos artísticos sobre el escenario, sino también en lo que ocurre cuando cae el telón.
La actuación es una de las profesiones más vulnerables en términos de estabilidad laboral, pues los empleos son, con bastante frecuencia, precarios y volátiles. En ocasiones, conseguir un papel no asegura una continuidad. “A veces el teléfono deja de sonar”, suelen decir los artistas haciendo referencia a esos periodos en los que no encuentran trabajo. Todo ello hace que la actuación sea uno de los oficios más delicados en cuanto a salud mental.
De hecho, un artículo publicado en 2016 en la Nordic Journal Of Working Life Studies por la profesora sueca Sofia Lindström muestra que las personas con este tipo de carrera sufren mayor desempleo y bajos ingresos, o se acogen a trabajos parciales y autónomos que les obligan a buscar nuevos empleos que compaginar con el teatro. En el caso de España, la situación no es mejor. Según un informe llevado a cabo por la Fundación AISEG (Artistas, Intérpretes, Sociedad de Gestión), la mitad de los artistas recibe unos ingresos anuales iguales o inferiores a los 6.000 euros, o lo que es lo mismo, un salario bruto de 500 euros al mes. La pandemia del coronavirus agravó aún más la situación, dejando al 97% de actores y bailarines por debajo del umbral de la pobreza.
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Nicole Quiala es muy consciente de ello, aunque su caso es toda una excepción. Ni siquiera había completado sus estudios en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid (RESAD) cuando la llamaron para hacer de Violet en el musical de Charlie y la fábrica de chocolate. Ahora, el retrato de esta joven de 23 años aparece en el programa de mano del musical de El Rey León, donde interpreta a Nala como ensamble y cover.
“Es una profesión que depende muchos factores, no solo de ti”, asegura Quiala en una entrevista para Infobae España, a pocos metros del Teatro Lope de Vega, su oficina. “Es un mundo muy complicado. Ahora tengo trabajo, pero el pensamiento de que puede que en un año no me vuelvan a llamar siempre está ahí”. La actriz confiesa haber tenido que hacer frente (y, a veces, sigue haciéndolo) al síndrome del impostor. Este término, incorporado en los años 70 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes, hace referencia al temor de algunas personas a no ser suficientes para el puesto o resultar ser un fracaso, a pesar de sus éxitos.
“Muchas personas se quedan con la parte bonita de la actuación, la idealizada, pero no ven las noches que he vuelto a casa llorando o las horas y horas de ensayo”, confiesa. Es este último punto precisamente el que aleja a Quiala de aquellos pensamientos autodestructivos propios del síndrome del impostor, aunque a veces se cuelen en su mente. “Trabajo todos los días para que esto salga, todos los días repaso la canción de Nala. Hace tres meses no me salía como me sale ahora y dentro de tres meses me saldrá mejor incluso, porque también creo que tengo mucha constancia. Cuando siento que la presión me puede, me digo a mí misma que lo que he hecho para llegar hasta aquí es currarme la audición como nunca, trabajar y dar el máximo de mí”, expone.
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La presión de esta joven actriz no es baladí. Su interpretación de la leona Nala en el musical de El Rey León lleva intrínsecamente una exigencia a unos niveles a los que nunca antes se había enfrentado, hasta el momento “lo más duro con diferencia”: “Hacer de Nala me exige a nivel físico, a nivel vocal, emocional y psicológico. La parte física me costó muchísimo al principio. El primer día de ensayo de la pelea entre Simba y Nala, me fui a casa llorando porque pensé que no sería capaz, aunque los coreógrafos me aseguraban que sí”, cuenta. Sin embargo, ahora dice haberse dado cuenta de que la parte psicológica es mucho más dura.
Para Nicole Quiala, es posible que esa carga mental se deba a los vínculos que ella misma asegura mantener con su personaje, con el que se siente “conectada” por sus valores, “desde los ancestros, el defender a tu pueblo, el ser una mujer fuerte y a la vez demostrar que puedes enamorarte y mostrar esa parte venerable y empática”. “Con Nala siento una responsabilidad porque me siento muy identificada. Siento que tengo que estar a la altura del personaje”.
Aunque no descarta la posibilidad de actuar en la gran pantalla, el escenario de un teatro sigue siendo el hábitat natural de Quiala. “A mí hay algo que me llena mucho y es el directo, el olor a escenario. Estar en el momento presente, que te pase cualquier cosa en escena y tener que resolver. Eso es el momento jodido”, cuenta, mientras recuerda una anécdota en la que tuvo una confusión en directo una de las coreografías. “En ese instante te mueres, pero luego piensas que no somos máquinas y que estamos en un directo. En el teatro no te puedes quedar con la mejor toma, tienes la de ese día y ya está. Al final estoy en la Gran Vía haciendo el que siempre ha sido mi papel soñado y la presión es muy difícil de gestionar”.
El cuerpo entendido como una orquesta
A la par que esa continua exposición a las críticas y al ojo ajeno, la preparación física también suele pasar desapercibida. Los ensayos de los musicales se caracterizan por ser muy exigentes con todo el equipo de actores, actrices, cantantes y bailarines. Quiala no es bailarina, por lo que sus ejercicios difieren de los de otros de sus compañeros de El Rey León: “Al ser cover de Nala, tengo muchos saltos y una coreografía dura que me obliga a tener una rutina de gimnasio de cuatro días a la semana, para fortalecer piernas y brazos y enlazarlo con la parte vocal”.
La voz es, sin duda, la herramienta de trabajo clave para esta joven actriz. Por ello requiere de unos cuidados específicos que Quiala sigue de forma espartana y que resume en dos mandamientos: descanso e hidratación. “Dormir un mínimo de ocho horas sirve para que todo el instrumento descanse, no solo las cuerdas vocales, también la laringe. Es un equipo en el que todos los aparatos tienen que funcionar. Antes pensaba que no pasaría nada por dormir pocas horas, pero sí que pasa: la voz no termina de recuperarse”.
El otro pilar base para cuidar y mantener la maquinaria de su cuerpo es la hidratación, “muchísima agua tibia, nada de hielos y nada de alcohol”. Para maximizar el potencial de su voz, Quiala y tantos otros de sus compañeros de escenario utilizan nebulizadores, que son pequeñas máquinas que convierten un medicamento líquido en vapor para facilitar su inhalación. En su caso, y tal y como le recomendó su otorrinolaringóloga, ella le vierte suero fisiológico que le desinflama e hidrata las cuerdas vocales.
En términos de alimentación, esta apenas se diferencia de lo que todos deberíamos consumir diariamente, es decir, una dieta variada y equilibrada, sin alcohol y evitando el tabaco. “Por mi forma de ser tiendo a ser bastante rigurosa y para mí no ha supuesto ningún sacrificio porque siempre he llevado una buena alimentación”, aclara, a la vez que reconoce que, curiosamente, su consumo de manzanas ha aumentado por la pectina que contienen. La pectina es una molécula cuyos nutrientes ayudan a la microbiota intestinal y, a su vez, facilita las digestiones.
Con una disciplina férrea tanto en hábitos saludables como en las horas de ensayo actuando y cantando sobre un escenario, Nicole Quiala sigue soñando con nuevos proyectos que la lleven más allá de España. Esta joven actriz sigue luchando diariamente contra las dificultades propias de su profesión y la presión mental que ello supone, aunque sigue “aprendiendo poco a poco” y viviendo el momento presente.