La muerte es una parte de la vida desconocida para los niños, generalmente. Aunque va a depender de los años que tengan, a ciertas edades resulta difícil comprender qué significa que un ser querido haya fallecido. Por ello, es importante que los adultos conozcan cuál es la mejor manera de comunicar a un niño el fallecimiento de un familiar o amigo, pues es un tema delicado que ha de ser tratado con respeto, pero sin maquillar la realidad.
El Centro de Urgencias y Emergencias Sociales de Barcelona (CUESB) ha elaborado un informe destinado a los adultos que ofrece una serie de técnicas a seguir para dar la triste noticia a un infante. Y es que en este tipo de conversaciones todo importa: el cuándo se dice, quién se lo dice, dónde y cómo. Los expertos aconsejan que, cuando fallece una persona cercana al niño, lo mejor es informarles lo antes posible, independientemente de las circunstancias de la muerte. Sin embargo, es preferible evitar contarlo justo antes de irse a la cama. Siempre que sea posible, deben ser los padres quienes se lo cuenten.
En esta línea, los niños deben sentirse acompañados y recibir la noticia en un lugar donde se sientan seguros y cómodos, sin interferencias externas ni interrupciones. Además, es preferible que el padre o la madre le cuente el fallecimiento manteniendo un contacto físico con su hijo o hija, mirándole a los ojos pero al mismo tiempo ofreciéndole el tiempo que necesiten para asimilarlo.
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Desde el CUESB, aconsejan hablar poco y de forma clara, sin dar detalles pero tampoco usando eufemismos que puedan confundir al pequeño ni mentir. Es probable que el niño o la niña tenga muchas preguntas tras saberlo, por lo que las respuestas deben ser concretas y cortas, dando unas explicaciones acordes a su edad. Sin embargo, es muy importante dejar claro al niño que no volverá a ver a esa persona nunca más, pero que siempre conservará su recuerdo.
Por otra parte, puede resultar útil hacer referencias a lugares, pues los niños necesitan “situar a la persona fallecida en algún sitio, al no entender plenamente el concepto de la muerte. Así el informe explica que “si se decide hacer referencia al cielo, los menores de cinco años lo interpretarán como un lugar físico y real. A partir de los seis años ya pueden entender el cielo como un cambio de estado y no como un lugar físico. Los mayores de 11 años ya tienen capacidad para entender el concepto de ‘nada’”.
Tan importante es lo que se dice como lo que no, pues existen una serie de expresiones que los psicólogos aconsejan evitar. Una de las más comunes es la de decir que la persona fallecida está durmiendo. Esto no es nada recomendable, porque los pequeños pueden interpretar que el sueño es algo peligroso y que también le puede pasar a ellos, por lo que pueden desarrollar miedo a dormir. Expresiones como “se ha ido” o “nos ha dejado” tampoco son aconsejables porque el niño, acostumbrado a las causas-efectos, puede entender que él ha hecho algo malo que ha provocado que se haya marchado y sentirse culpables.
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En circunstancias especiales, como un suicidio o una muerte repentina o violenta, lo más importante es no dar detalles innecesarios. En el caso de quienes se quitan la vida, es importante contarle que “esa persona estaba muy enferma y no podía pensar con claridad”. Si se trata de un homicidio, “remarcar que, aunque una persona se enfade, no es habitual que mate a otra; no es un comportamiento aceptable y no se tiene que hacer”.
Una vez que el niño ya sabe lo que ha pasado, los adultos deben ayudarles a sobrellevar el proceso de duelo. Por ello, el informe recomienda volver y mantener las rutinas lo antes posible, buscar vías de comunicación (como hablar, jugar juntos, leer...), escucharles, respetar su tiempo y su llanto, dedicarles tiempo y reforzar el amor hacia ellos.