El ictus o como accidente cerebrovascular (ACV) ocurre cuando el suministro de sangre a una parte del cerebro se ve interrumpido o reducido, impidiendo que el tejido cerebral reciba oxígeno y nutrientes. Esto puede resultar en la muerte de células cerebrales en minutos, lo que provoca daños permanentes en algunas ocasiones. Existen dos tipos principales de ictus: el ictus isquémico, causado por la obstrucción de una arteria que lleva sangre al cerebro, y el ictus hemorrágico, que se produce cuando un vaso sanguíneo se rompe y provoca una hemorragia interna.
Los síntomas del ictus pueden incluir la repentina pérdida de fuerza o adormecimiento en la cara, brazo o pierna, especialmente en un lado del cuerpo; confusión súbita, dificultad para hablar o entender lo que otros dicen; problemas súbitos para ver con uno o ambos ojos; dificultad para caminar, mareos, pérdida de equilibrio o de coordinación; dolor de cabeza intenso sin causa conocida.
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Es crucial tratar el ictus como una emergencia médica. La rapidez en la atención es fundamental para minimizar el daño cerebral y las complicaciones futuras. El tratamiento puede variar dependiendo del tipo de ictus, incluyendo medicamentos para disolver coágulos en el caso de ictus isquémicos o cirugía para controlar la hemorragia y reducir la presión en el cerebro en los ictus hemorrágicos.
La depresión post-ictus, una secuela frecuente
La depresión post-ictus es una complicación tan frecuente como infratratada por los profesionales de la salud, quizás porque ha sido un misterio para la ciencia durante años al no explicarse su causa. Ahora, dos nuevos estudios han arrojado más luz sobre el asunto. El primero de ellos, publicado en la revista Neuropshychology Review, se ha centrado en revisar a participantes con depresión y antecedente o no de ictus, cuyos resultados mostraron que los síntomas depresivos eran similares.
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En el segundo estudio se usó un algoritmo de aprendizaje automático para analizar la sangre de personas que previamente habían sufrido un ictus, para comprobar si las proteínas sanguíneas eran capaces de predecir el estado de ánimo de los pacientes. “Ahora podemos observar la sangre de un sobreviviente de ictus y predecir su estado de ánimo”, ha explicado la Dra. Marion Buckwalter, Ph. D., profesora de Neurología y Neurocirugía de Stanford Medicine, en California, Estados Unidos a través de un comunicado. “Esto significa que existe una asociación genuina entre lo que ocurre en la sangre y lo que ocurre con el estado de ánimo de una persona. También significa que, más adelante, quizá podamos desarrollar nuevos tratamientos para la depresión post-ictus”.
El hallazgo más sorprendente de la investigación ha sido quizás, no tanto las similitudes de los síntomas, sino sus diferencias. Las diferencias residían en que los pacientes con depresión post-ictus padecían una desregulación emocional mayor, pero su anhedonia (incapacidad para experimentar placer) era menor. Los expertos lo explican a que la recuperación del ictus tiene una mayor carga emocional y psicológica para los pacientes. De hecho, esa misma intensidad emocional puede actuar como barrera protectora ante la anhedonia, tan característica de los cuadros depresivos.