Un cuento perfecto, la nueva miniserie que triunfa en Netflix, cuenta una divertida historia de comedia, drama y mucho romance en apenas cinco episodios de aproximadamente 40 minutos cada uno. Protagonizada por Anna Castillo y Álvaro Mel, esta ficción está basada en la novela homónima de la escritora valenciana Elísabet Benavent y, a solo unos días de su estreno el pasado 28 de julio, ya se ha convertido en uno de los títulos más vistos.
Los protagonistas recorren las calles de Madrid, de bar en bar, una ciudad que se alza como escenario principal de esta divertida historia de amor. Mientras conocemos a los protagonistas, ellos pasan los primeros capítulos recorriendo las calles del centro de la capital en una verdadera ruta gastronómica por el barrio de Malasaña. Muchos de los bares, restaurantes y discotecas más famosas del barrio madrileño hacen su aparición en esta adaptación: los protagonistas se conocen en el Club Mythos (en realidad, el Club Malasaña), al que Margot y sus hermanas llegan después de cenar en el Restaurante Aükate. Locales tan míticos como el Café Comercial o el Bar Maricastaña también se convierten en temporales escenarios para el rodaje de esta miniserie romántica.
Es en el segundo capítulo cuando hacen su aparición los calamares, uno de los ingredientes clave de la gastronomía tabernaria de Madrid. Durante el capítulo, Margot cita a David en un restaurante fino, el Sushita Café de la Calle Miguel Ángel, pero a David le parece muy pijo y decide llevarla a comer “los mejores calamares del mundo” a una mítica bodega de la zona.
La Bodega de La Ardosa
Se trata de Bodega de La Ardosa, uno de los restaurantes con más historia del centro de la capital. Ubicado en pleno barrio de Malasaña, concretamente en el número 13 de la Calle Colón, esta taberna lleva más de un siglo sirviendo vermú, cervezas y tapas a los madrileños y turistas que atraviesan su inconfundible fachada roja.
A pesar de su pequeño tamaño y a la gran cantidad de fotos de famosos y autoridades que llenan sus paredes, la Bodega Ardosa sigue siendo una parada obligatoria para tomar una caña, un vermú o un vino y probar algunas de las mejores tortillas de patatas y croquetas de la ciudad. La bodega situada en Malasaña conserva todavía elementos de su decoración original, como el rótulo de cristal grabado, el zócalo de azulejos y el ventilador.
La historia de este emblemático lugar comienza en 1892, cuando Rafael Fernández abrió varias tabernas con el nombre de La Ardosa, con el objetivo de comercializar el vino que producían sus viñedos. De ahí que su nombre haga referencia a la comarca vinícola de Toledo. En la actualidad, subsisten apenas cuatro de ellas, pero en aquellos tiempos llegaron a pasar la treintena. A partir de 1979, su sucesor Gregorio Monje enfocó el negocio más como cervecería que como bodega, debido mayormente a las modernas normativas que prohibieron la venta de graneles.
El bar no tiene muchos asientos, una incomodidad que forma parte del encanto de los bares madrileños de zonas como Malasaña, donde puedes disfrutar de una bebida y una tapa de pie en la barra como hacen Margot y David. En su interior se puede disfrutar de su gran variedad de cervezas irlandesas a precios muy asequibles, de un riquísimo vermut de grifo, de cervezas rubias y buenos vinos de la Ribera y de Rioja. Para picar ofrecen canapés variados, salmorejo, salazones, cecina de León o jamón de pato, pero, sobre todo, destaca su tortilla de patatas, la especialidad de la casa y una de las mejores de toda la ciudad.
Pero son sus calamares los que han protagonizado esta escena, una delicia que, a pesar de ser de costa, forma parte del recetario más tradicional de la capital madrileña. Los bocadillos de calamares y otros platos marinos, como las rabas o el cazón en adobo, forman parte del ADN de tabernas tan históricas como esta.
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