Melina Furman acaba de publicar un libro de experimentos. Como una continuidad de su Guía para criar hijos curiosos, editado en 2018 y devenido best seller, esta nueva obra –con ilustraciones de Melisa Fernández Nitsche y dirigida a adultos y niños– ofrece una serie de propuestas prácticas para entrenar los “superpoderes” del cerebro: la memoria, la creatividad, la concentración y los sentidos, entre otros. Se titula Curiosidad extrema y tiene tres personajes principales: ella misma y sus dos hijos, Ian y Galo. También son protagonistas, como en otros trabajos de la autora, las buenas preguntas: esas que invitan a pensar y a seguir aprendiendo.
Bióloga de la Universidad de Buenos Aires y doctora en Educación de la Universidad de Columbia, Furman es una de las principales referentes educativas del país, especializada en la enseñanza de ciencias y la divulgación científica. Es investigadora del Conicet y profesora de la Universidad de San Andrés. Dirige la colección “Educación que aprende” de la editorial Siglo XXI y, según ella misma cuenta, es curiosa desde chica, pero la llegada de sus hijos la llevó a descubrir nuevas preguntas.
–Este es un libro familiar, en el que aparecen tus hijos y vos como personajes. ¿Cómo se les ocurrió la idea?
–Desde la editorial Siglo XXI me propusieron hacer un libro de experimentos para la nueva línea dirigida a chicos y jóvenes. Yo había escrito experimentos para chicos en las revistas Rumbos y Compinches y en distintos diarios; me encantan. Pero necesitaba un nuevo desafío: por eso se me ocurrió hacerlo con mis hijos. Ahora tienen casi 12 años, pero cuando tenían entre 4 y 7, hacíamos muchas de estas cosas en casa. Es como una especie de spin off de Guía para criar hijos curiosos, pero ahora con los chicos y hablándoles a ellos. Después apareció la idea de que los chicos pudieran ser personajes y que cada experimento empezara con una situación cotidiana que diera origen a la necesidad de investigar. Además, cada experimento termina con nuevas preguntas para seguir investigando: queríamos transmitir la idea de que cuando aprendés algo no se te cierran las preguntas, sino que se te abren nuevas. Ese es también el espíritu con el que trabajamos en las escuelas: poner a los chicos a investigar, no solo a escuchar conocimiento acabado; partir de una pregunta y que cada uno saque sus conclusiones.
–En otros libros también partís de las preguntas y de la curiosidad como motores del aprendizaje. ¿La curiosidad es un signo de inteligencia?
–La inteligencia se va construyendo a medida que vas aprendiendo. La curiosidad es esa motivación intrínseca, ese fueguito interno que te hace querer aprender. A mí me gusta una definición de Howard Gardner que habla de la inteligencia como un repertorio de maneras de acercarse al mundo y de producir cosas que tengan valor para un cierto momento histórico: poder crear y poder entender. Seguro que la curiosidad forma parte de eso. Sin la curiosidad es muy difícil acercarse al mundo, porque lo harías de manera obligada. Querer aprender para vos mismo es clave para que haya aprendizaje profundo, para que no te contentes con quedarte a medio camino.
–¿La curiosidad es un rasgo innato de la personalidad? ¿Es una habilidad que se puede entrenar?
–Hay chicos y chicas más curiosos que otros, algunos tienen más avidez por el conocimiento. Hay diversidad de puntos de partida, de estilos de aprendizaje, de ganas de aprender. Obviamente la curiosidad no es algo universal: algunos son curiosos sobre música, otros sobre matemáticas, otros sobre ciencias sociales. La curiosidad se puede entrenar, ampliar y profundizar. También se puede apagar, sobre todo si en casa o en la escuela hay poco estímulo, poca novedad, pocas actividades que involucren conversaciones interesantes o poner las manos en la masa.
Uno ve a los chicos en jardín y en primer grado y todos son súper curiosos. Pero después vemos que algunos quedan curiosos y otros muchos no. Si la escuela es muy repetitiva y tediosa, esa curiosidad que traen de chiquitos se puede apagar. Por otro lado, la curiosidad se puede estimular. Uno puede recordar temas que a uno no le interesaban tanto y sobre los que, a partir de un buen un profesor, un libro o un documental, se despertó la curiosidad por saber más.
–¿Un buen docente es el que sabe cómo despertar esa curiosidad por su materia?
–Totalmente: el que sabe despertar la curiosidad, esa motivación intrínseca, esas ganas de aprender para uno mismo, no para aprobar. Hay algo de la evaluación en las escuelas que apaga la curiosidad, las ganas de aprender por el placer de aprender, porque enseguida uno empieza a jugar el juego de las calificaciones. Por supuesto que es importante acreditar los saberes, pero la nota de algún modo se lleva puesto todo.
Hay una investigación de Ruth Butler en la que les tomó a los alumnos una prueba y los dividió en tres grupos: unos recibían una nota, otros una nota y una devolución escrita de qué tenían que mejorar y otros solo la devolución escrita. Al cabo de un tiempo, se les tomó una segunda prueba. La pregunta era a quiénes les iría mejor la segunda vez. Intuitivamente uno pensaría que al grupo de quienes recibieron la nota y la devolución, porque recibieron más información: tanto dónde estaban con respecto al estándar, como qué tenían que mejorar. Pero Butler vio que les fue mejor a quienes solo habían recibido la devolución escrita, sin la etiqueta de la nota. Ellos le habían prestado más atención a la devolución. Los que tenían la nota numérica, en cambio, se quedaron solo con eso y no miraron el resto de la devolución.
No estoy diciendo que haya que sacar las notas, sino que a veces la evidencia de la investigación va a contramano del sentido común o de las costumbres. Por ejemplo, sabemos que habría que atrasar el horario de clases para que los chicos duerman mejor. Pero eso a nivel social es dificilísimo.
–¿Dormir bien nos ayuda a recordar lo que aprendimos? ¿El día previo a un examen es preferible acostarse temprano antes que pasarse la noche estudiando?
–La ciencia del aprendizaje sugiere que hay que dosificar las sesiones de estudio. Hay que ir de a poco y dormir en el medio, porque cuando dormimos consolidamos la memoria, o sea, guardamos lo que aprendimos durante el día. Entonces, si uno se queda sin dormir la noche anterior, no tiene cuándo guardar eso que estudió. Hay estudios que muestran que por ahí no te va mal en el examen: uno va y “vomita” la respuesta, sobre todo si es algo memorizable, pero muy rápidamente la olvida. A la semana siguiente, los que estudiaron todo junto –lo que se llama “práctica masiva”– se olvidaron casi todo, y los que estudiaron de a poco –”práctica espaciada”– se siguen acordando. Una amiga mía lo llama el “método del día anterior”: por ahí les va bien en el momento, aprueban, pero no aprenden. Si uno quiere aprender en serio, no sirve estudiar todo junto.
Las siestas también sirven: dormir de a ratos permite consolidar los aprendizajes. Hay experimentos en los que le enseñan algo a un grupo de gente, unos duermen y otros no, los testean después y siempre les va mejor a los que durmieron.
–Entre los “superpoderes” que tomás en tu libro aparecen la memoria de trabajo y de largo plazo. ¿Por qué nos sirve seguir entrenando la memoria en una época en la que, según suele insistirse, toda la información está disponible a un clic?
–Cuando uno habla de memoria en neurociencia, es casi lo mismo que hablar de aprendizaje. La neurociencia se refiere a la memoria como eso que te quedó guardado, que puede no ser un dato suelto, sino una red conceptual. Uno necesita información para poder pensar, para poder construir conceptos nuevos, para poder explicar algo o crear algo propio. Si vos no tenés las piezas, no tenés la materia prima para construir el pensamiento. Lo que no sirve es estudiar de memoria, descontextualizadamente.
En el libro hacemos algunos juegos de memoria de corto plazo o memoria de trabajo. Cuando esa memoria es fuerte, uno puede mantener mucha información en la cabeza. Eso se correlaciona con gente que es buena narradora o que puede resolver problemas de manera más fácil, porque tiene mucha información a la vez y puede hacer algo con eso. Tener una buena memoria de trabajo, como la memoria RAM de la computadora, en parte contribuye a esto de ser más inteligente: ayuda a poder hacer cosas con la información que tenemos en el cerebro. Si yo tengo una buena memoria de trabajo, puedo mantener buenas conversaciones, puedo acordarme de lo que dijiste hace un ratito y relacionarlo con lo que acabás de decir, puedo hacer tareas más complejas.
Por eso está bueno entrenarla, no por saber datos sueltos. Por ahí no necesitamos sabernos todos los ríos de América o todas las calles de Buenos Aires, porque tenemos Google Maps o Waze. Pero sí es importante que entendamos las cosas que aprendemos, porque después eso vuelve a la memoria de trabajo con más fluidez. Si es conocimiento suelto, a menos que lo practiquemos mucho, lo olvidamos.
La cognición se transformó en estos momentos. La mayoría de nosotros ahora tenemos memorias externas, que son los dispositivos. Pero necesitás tener entrenado tu cerebro para que pueda conectar lo nuevo con lo viejo. Para elaborar un pensamiento necesitás algo de información, que después podés complementar con el dispositivo de memoria externa.
–Durante mucho tiempo se pensó en la creatividad como un “don” innato. ¿En qué medida se puede aprender a ser más creativo? ¿La creatividad es un atributo individual, o puede ser también grupal?
–Hay nuevas concepciones de la creatividad. Hoy se considera creativo a alguien que puede unir cosas que ya existían en una nueva y darles otro uso. La idea de la lamparita de “eureka” está buena como parte de la creatividad, pero también podemos ser creativos combinando.
Hay un test que usan los psicólogos experimentales, el “test de usos alternativos”, que aparece como juego en el libro: el desafío es pensar en todos los usos que podríamos darle a un determinado objeto, por ejemplo un vaso. Ahí la puntuación viene por cuántas ideas se te ocurrieron –la fluidez–; también otra cuestión es si las ideas son parecidas entre sí o diferentes –la originalidad–. Siempre hay diversidad de puntos de partida en una población. Pero también sabemos que con el estímulo adecuado –que es simplemente poner a los chicos a hacer cosas creativas y apoyarlos para que eso suceda–, los chicos y los grandes nos volvemos más creativos.
Por otro lado, hay una dimensión colectiva de la creatividad, a la que hoy le prestamos más atención porque sabemos que así se crean las cosas importantes, que llevan tiempo y requieren muchas miradas. Hoy sabemos que la creatividad no es un atributo de un genio; cada vez menos la creación sucede de manera individual. En general si creás algo nuevo es porque charlaste con alguien o porque trabajaste con alguien o escuchaste algo de algún lado.
–Una de las grandes incógnitas actuales es cuáles de los “superpoderes” humanos seguirán siendo cruciales en la era de la Inteligencia Artificial. ¿Cuál es tu mirada?
–Creo que uno es la voluntad y el deseo de aprender. O sea, la curiosidad como actitud en la vida. Vamos a tener que adaptarnos y tener flexibilidad cognitiva para seguir siendo relevantes en este mundo en el que cada vez más cosas que hacemos los humanos empiezan a ser hechas por máquinas. Hasta ahora creíamos que los trabajos más repetitivos eran los que serían automatizados. Pero con ChatGPT y la IA generativa vemos que, al final, los trabajos creativos van a ser reemplazados primero. En este cambio de paradigma, yo creo que la curiosidad como mecanismo de aprendizaje durante toda la vida, la flexibilidad y el deseo de aprender van a ser cada vez más importantes.
Mencionaría también la creatividad: por más que la inteligencia artificial pueda ser creativa, seguiremos necesitando personas con proyectos y con una cierta visión del para qué, del propósito.
Otro gran “superpoder” es el de cuidado, la empatía, poder relacionarnos con otros. Esos trabajos vinculados con el lado “caliente” de la cognición, el más emocional y afectivo, creo que van a seguir existiendo. La necesidad de que un otro te cuide, te acompañe, te enseñe… eso es muy difícil de reemplazar.