Por años, lamenté no ser memoriosa. En la escuela primaria, para estudiar, necesitaba leer y entender, hacer cuadros y síntesis e incorporar las ideas. Jamás pude repetir conceptos sin previamente haberlos comprendido a cabalidad, con ejemplos y todo, sin poder imaginarlos, aprehenderlos, explicarlos con mis propias palabras. En cambio, admiraba a aquellos que podían memorizar y decir exactamente lo que decía el texto. Hablar con las mismas palabras que el autor, las palabras “autorizadas”.
En ese tiempo, los adultos nos enseñaban que estudiar era poner atención, esforzarnos por concentrarnos y alentaban la memorización de conceptos. Eran tiempos de aprendizaje enciclopédico, con saberes poco profundos, que muchas veces tenían la vigencia necesaria para aprobar un examen. Y esto es porque, si bien la memoria ocupa un lugar privilegiado en el proceso de aprendizaje, memorizar no equivale a aprender. La memoria es una herramienta fundamental para construir aprendizaje, para comprender, pero su verdadero poder se despliega en alianza con otras facetas cognitivas y emocionales, como la atención, la concentración, la motivación y las emociones.
La memoria, en su esencia, no es simplemente un almacén de datos estáticos, sino por el contrario, podemos pensarla como una red dinámica y significativa de información interconectada. Cuando comprendemos esto, podemos abordar el proceso de enseñanza y aprendizaje de manera más efectiva, fortaleciendo la memoria como un componente integral del proceso de adquisición de conocimiento.
En este proceso, las emociones desempeñan un papel crucial en la formación de recuerdos. Los eventos emocionalmente cargados tienden a ser recordados con mayor facilidad y detalle. Por lo tanto, es importante cultivar un ambiente emocionalmente positivo y estimulante en el proceso de enseñanza, que motive a los estudiantes a comprometerse activamente con la propuesta, que los coloque en un rol protagónico, activo y que puedan tomar decisiones respecto del rumbo, la intensidad y la modalidad con que van a encarar esos aprendizajes.
Por su parte, la atención y la concentración son los cimientos sobre los cuales se construye el aprendizaje efectivo. Estas habilidades se entrenan, se ejercitan y se fortalecen cuando la propuesta despierta el interés de los estudiantes. Es decir, si diseñamos tareas, retos, propuestas o actividades que el estudiante encuentre lo suficientemente desafiantes como para involucrarse plenamente, pondrá toda la atención y la intención de no distraerse hasta saciar su curiosidad. Y esto resulta en aprendizajes poderosos, profundos, a largo plazo y, generalmente, gratificantes. Fomentar la curiosidad, establecer metas alcanzables y proporcionar retroalimentación positiva son formas efectivas de mantener alta la motivación de los estudiantes y provocar que, más allá de la memoria, de los datos, contenidos e informaciones, consigan apoderarse de conocimiento, construyan saberes que tengan sentido y que puedan recordar a lo largo del tiempo.
Contextualización: haciendo que la información cobre vida
Es obvio que cada estudiante se sentirá más a gusto con un modo de abordar el proceso de aprendizaje. Pero esto es todo un descubrimiento que tenemos que ayudarles a hacer. Y para eso, es clave diseñar propuestas flexibles que den espacio a la creatividad, a la innovación. Invitar a los estudiantes a codiseñar esas propuestas de aprendizaje, después de todo, ellos son los que están aprendiendo.
Los docentes solemos entusiasmarnos con estas modalidades de trabajo en el aula. En cantidad de talleres y encuentros con docentes, es maravilloso experimentar que estas propuestas de trabajo por proyectos, del llamado a la acción, son ideas que nos convencen, nos convocan, nos gustaría llevar a la práctica. Cuando contextualizamos la información, diseñamos consignas que tengan relación con el entorno de los estudiantes, con resolver algo bien concreto, el aprendizaje fluye y se vive como una experiencia gratificante. En estos casos, no tiene sentido memorizar. La memoria se fortalece cuando la información se presenta de manera significativa y relevante para el estudiante. Conectar nuevos conceptos con experiencias previas, utilizar ejemplos concretos y situaciones prácticas, y fomentar la exploración activa y el descubrimiento son estrategias efectivas para contextualizar el aprendizaje y hacer que la información cobre vida.
De este modo, la labor docente es más un asegurarnos que los estudiantes aprendan sobre sus propias estrategias de aprendizaje como objetivo prioritario. Que desarrollen el arte de aprender. Y es que con estas herramientas podrán seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida.
(*) Especialista en innovación educativa. Líder de proyectos en Ticmas