Los últimos años se caracterizaron por un significativo aumento en la difusión de los desafíos existentes a nivel ambiental, político y económico con los que nos enfrentamos en el planeta. La representación más clara de esto es la propuesta desarrollada por la Naciones Unidas (los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS), que fijó principios para intentar poner fin a la pobreza, reducir el hambre y proteger el planeta.
Entre los ODS, se encuentran erradicar la pobreza extrema, alcanzar la seguridad alimentaria y llegar a hambre cero. En este aspecto, la pobreza extrema disminuyó durante los últimos 20 años, como resultado de las medidas tomadas por gobiernos, y organizaciones intergubernamentales, entre otros.
Desafortunadamente, el COVID-19 ha frenado estas tendencias y, de acuerdo con las estimaciones del Banco Mundial (2020), existen entre 730 y 750 millones de personas que viven en condiciones de extrema pobreza, es decir, deberán vivir con un ingreso diario de USD 1,90 o menos. Además de ellos, hay 3000 millones de personas que no pueden permitirse una dieta saludable en forma rutinaria y se estima que, probablemente, seguirán en situación de inseguridad alimentaria.
Paralelamente, el crecimiento de la población genera un continuo aumento en la demanda de alimentos, lo que presiona al sector agrícola-ganadero a que produzca más y con más eficiencia, todo esto en una realidad de limitados recursos naturales como agua, suelos y energía.
La búsqueda de esta eficiencia pone al descubierto uno de los problemas más importantes en la cadena alimentaria: las pérdidas de alimentos que se producen en las cadenas de producción y distribución de comida, sumadas al desperdicio de alimentos.
Una de las conclusiones del último informe sobre el tema, realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), nos muestra que el denominado “Índice de desperdicios de alimentos” alcanzó, en el año 2019, 931 millones de toneladas de alimentos desperdiciados (17 por ciento de la producción total en el mundo), siendo en su mayoría, aquellos provenientes de nuestros hogares (61 por ciento).
El desperdicio de alimentos tiene importantes repercusiones medioambientales, sociales y económicas. Aproximadamente el 10 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero están asociadas a los productos que no se consumen, teniendo en cuenta también las pérdidas antes del consumo (FAO, 2020).
¿CÓMO Y DÓNDE SE PRODUCE EL DESPERDICIO DE COMIDA?
La pérdida de alimentos es el proceso que ocurre bajo la responsabilidad del productor, durante la etapa productiva, algo que involucra la cosecha, el almacenamiento y el procesamiento. La segunda instancia de este problema, que ocurre al final de la cadena (comercialización y consumo), se encuentra bajo la responsabilidad de los consumidores y es la etapa que definimos como desperdicio de alimentos.
Las pérdidas de alimentos y sus variadas causas se concentran en los países en vías de desarrollo y están relacionadas fundamentalmente con la falta de conocimientos e infraestructuras relacionadas con malas condiciones de transporte e instalaciones de almacenamiento, refrigeración deficiente, técnicas de elaboración obsoletas o poco eficientes. Si tenemos en cuenta que muchos pequeños agricultores de los países en desarrollo viven al margen de la inseguridad alimentaria, una reducción en las pérdidas de alimentos podría tener un impacto inmediato y significativamente positivo en sus medios de vida.
A diferencia de las pérdidas, los desperdicios son un fenómeno propio de países desarrollados, en familias de medianos y altos ingresos, que podríamos llamar “el resultado del lujo que da la abundancia”. En este caso, el desperdicio es resultado de malas decisiones a nivel de minorista, proveedores de alimentos y, no menos importante, el consumidor. En esta problemática, sin duda alguna, los consumidores son los grandes culpables. Nosotros, como consumidores, somos deficientes en la planificación o gestión de nuestros alimentos.
También cabe señalar algunos de los factores que conducen al desperdicio: fechas de vencimiento cortas y poco claras, tamaño de empaque demasiado grande, promociones, compras excesivas de frutas y verduras por miedo a perderse ofertas, falta de conciencia y conocimiento acerca de los alimentos que se consumen en cuanto a su vida útil y sus propiedades nutritivas, entre otras cuestiones. Varios son los estudios que sostienen que más del 35 por ciento de los productos de origen animal y más del 20 por ciento de las frutas y verduras que adquirimos se pierden luego de ser comprados.
En países en desarrollo, las cadenas de suministro de alimentos deben reforzarse, a fin de facilitar la educación de los pequeños y medianos productores en temas de planificación y organización para comercializar en forma conjunta por intermedio de acuerdo de venta entre productores y compradores, coordinando los tiempos y volúmenes de arribo de los productos al mercado. Sin embargo, para lograrlo, es necesario el trabajo conjunto de los sectores público y privado para la facilitación de inversiones que permitan mejorar las infraestructuras de refrigeración, envasado y transporte.
A nivel de los consumidores, para disminuir los desperdicios, será necesario generar programas de educación que se centren especialmente en proporcionar información sobre el manejo seguro de los alimentos, el almacenamiento adecuado de estos en los hogares y la comprensión de las fechas de consumo preferente para prevenir y reducir el desperdicio de alimentos.
Está claro que la solución a estos problemas es una acción que deberá combinar inversión en infraestructuras y educación, y que además deberán realizarse estudios que permitan cuantificar las pérdidas y comprender los puntos débiles a lo largo de la cadena alimentaria. Solo así se podrán crear mecanismos que reduzcan las pérdidas y desperdicios de alimentos.
* El autor es director del Departamento de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural de Israel, y escribió este artículo para DEF.
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