Clínicamente, ya no sufro el trastorno, pero mi relación con la comida sigue siendo complicada.
En el gimnasio, ahí es donde podías encontrarme muchos fines de semana a última hora de la noche durante mi primer año de universidad. Mientras mis amigas y mis compañeras de habitación se ponían faldas, se maquillaban y se hartaban a chupitos, yo, a veces, me sentaba cerca de ellas con el pijama puesto.
Cuando todo el mundo se había marchado, me lo quitaba y me ponía la ropa de deporte, cogía el ascensor para ir al sótano, donde había un gimnasio que, a menudo, me hacía sentir atrapada. Me pasaba horas y horas en la elíptica y no paraba hasta que la máquina me decía que había quemado 2.000 calorías, normalmente después de medianoche. Lo hacía para compensar las comilonas que me pegaba.
Sufrí trastornos alimentarios y otros problemas relacionados durante toda mi vida hasta el verano pasado. Pero estuve yendo unos cuantos meses a sesiones de terapia cognitiva, y allí aprendí a controlar mi ansiedad. Tengo que decir que mi novio me apoyó en todo momento y me motivó para que buscara ayuda.
“Los trastornos alimentarios llegan en todas las formas y medidas, se trata de distintas combinaciones de comportamientos y pueden llegar a ser muy graves” — Lauren Smolar
Ahora mismo peso 52 kilos, que es lo adecuado para lo tapón que soy (o, para decirlo de una forma más discreta, para lo pequeña que soy. Mido 157 cm), así que mi apariencia física quizás no tenga nada que ver con la imagen que puedas tener de alguien que padece un trastorno alimentario.
"Hay mucha gente con un cuerpo normal, pero que sufre trastornos alimentarios", explica Lauren Smolar, directora de los distintos programas que se llevan a cabo en la Asociación Nacional de Trastornos Alimentarios de EUA. "Los trastornos alimentarios llegan en todas las formas y medidas, son distintas combinaciones de comportamientos y pueden llegar a ser muy graves".
Después de un atracón de los míos, me pasaba días comiendo solo una manzana al mediodía y otra por la noche
En la universidad era corredora en la modalidad de campo traviesa. Por esa razón, comía muy poco y me obsesioné con el peso. Llegué a pesar 45 kilos. Pero el problema que me atormentó casi durante diez años fueron los atracones. Y es que eran lo peor, me hacía brownies y me acababa sartenes llenas de comida como si no hubiera un mañana.
Una vez, me acabé un paquete entero de galletas rellenas de sirope de arce. También me pasaba días picando sin parar. He comido hasta la saciedad, tanto que, gracias a mí, ha vuelto a surgir el "coma por empacho". Intenté compensar todo esto con bastantes horas de ejercicio y reduciendo las cantidades que ingería. Después de un atracón de los míos, me pasaba días comiendo solo una manzana al mediodía y otra por la noche. Eso afectaba gravemente mi estado de ánimo, a mis relaciones y, sin ninguna duda, a mi cuerpo.
Un estudio nacional reveló que el 0,9 por ciento de las mujeres sufre anorexia nerviosa, el 1,5 bulimia nerviosa, y el 3,5, trastorno por atracón
Es difícil saber cuántas personas en los Estados Unidos sufren trastornos alimentarios porque mucha gente no pide ayuda. Un estudio nacional reveló que el 0,9 por ciento de las mujeres sufre anorexia nerviosa, el 1,5 bulimia nerviosa, y el 3,5 trastorno por atracón. (En el caso de los hombres, la prevalencia es de 0,3, 0,5 y 2 por ciento, respectivamente). Se estima que 20 millones de mujeres y 10 millones de hombres en los Estados Unidos sufrirán algún trastorno alimentario clínicamente significativo en algún momento de sus vidas.
Yo he formado parte de esos porcentajes, pero hoy en día tengo el control de mi alimentación. Ya no me pego atracones, ni como en secreto, ni me preocupo demasiado por haberme comido una galleta. Ahora mismo puedo decir que he aprendido a que me vuelva a gustar la comida, pero diez años de problemas con la alimentación, claramente, han dejado huella.
Un trastorno alimentario comprende todos los comportamientos y pensamientos poco saludables relacionados con la comida
Sigo pensando demasiado en lo que comer antes de decidirme por algo, pido los platos más saludables del menú, y sigo sintiéndome culpable si como más de la cuenta. El problema no es necesariamente lo que como, sino lo que yo pienso respecto a lo que como.
Y así está el tema. Los trastornos alimentarios están clasificados en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (abreviado DSM-5), que es la clasificación estándar de trastornos mentales de los Estados Unidos. Esto significa que los trastornos alimentarios tienen un componente mental y uno físico. Es decir, para llegar a ser diagnosticado con uno de estos trastornos, la enfermedad debe "influir en tu vida hasta el punto de perjudicar tu día a día", explica Rachel Goldman, licenciada en Psicología y especializada en trastornos alimentarios, además de profesora auxiliar clínica en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York.
Antes, la alimentación estaba presente en cada uno de mis pensamientos, y afectaba a mi vida diaria, pero ya no. Entonces, ¿qué se supone que tenemos los que, como yo, estamos en el medio, es decir, que no sufrimos los síntomas que presenta la definición clínica, pero que tenemos una relación complicada con la comida?
"Yo creo que cualquier trastorno mental puede llegar a ser muy grave", dice Goldman. "Si el trastorno no se da con mucha frecuencia, no provoca tanta ansiedad y no afecta tanto tu vida diaria. Aunque sigue siendo algo para tener en cuenta, es más un síntoma de los muchos que tiene un trastorno alimentario que el trastorno en sí".
Un trastorno alimentario comprende todos los comportamientos y pensamientos poco saludables relacionados con la comida. Un caso de trastorno alimentario leve puede conducir a un problema más grave si su frecuencia e intensidad aumentan, argumenta Goldman.
El cerebro es un sistema muy complejo, y lo que no podemos hacer es exprimirlo y sacar los pensamientos negativos en un abrir y cerrar de ojos
El proceso de una persona que come con normalidad es "escuchar a su cuerpo, comer lo que necesita y cuando lo necesita, y parar cuando está saciada", dice Smolar. Ahora bien, es totalmente normal tener antojos de vez en cuando, comer más algunos días y otros menos, y limitar la cantidad de alimento que se ingiere hasta cierto punto. "Pero el tener una relación poco sana con la comida, podría asociarse a aquellos individuos que sufren un sentimiento de culpabilidad, o que se comportan de manera introvertida o ritualista". Eso incluye el sentirse mal por comer y el eliminar ciertos grupos de alimentos de la dieta como, por ejemplo, el azúcar o el pan a diario, simplemente para no tener la tentación de probarlos.
Sabemos que el trauma infantil, el trastorno obsesivo compulsivo y la genética aumentan el riesgo de desarrollar un trastorno alimentario. Pero los medios pueden jugar también un papel importante en los comportamientos y pensamientos que tienen aquellas personas con algún tipo de trastorno alimentario, no solo suscitando la insatisfacción con el cuerpo de uno mismo, sino, también, jugando con el tema de la salud. "Últimamente se da mucha importancia a la salud y al bienestar, y la mayoría de las veces tiene que ver con la comida", afirma Smolar. Solo hay que pensar en todas esas cuentas en las redes sociales cargadas de batidos verdes, boles de chía y dietas basadas en el consumo de alimentos crudos.
"Todo esto lo que hace es normalizar los trastornos alimentarios y tratarlos como parte de nuestra cultura". De hecho, un estudio publicado este año en Eating and Weight Disorders identificó un vínculo directo entre el uso de Instagram y la ortorexia, un trastorno alimentario caracterizado por una obsesión patológica por seguir una dieta saludable. (Hay que pensar que el comer tan saludable nunca sale bien). "Yo creo que esos pensamientos y comportamientos relacionados con los trastornos alimentarios están siendo cada vez más prevalentes, así que en unos cuantos años quizás veamos más casos de este tipo de trastorno", explica Goldman.
Si una persona es capaz de reemplazar un pensamiento, comportamiento o emoción perjudiciales por unos más positivos y beneficiosos para la salud, se acabará convirtiendo en un hábito
La manera en la que me alimento hoy en día es relativamente "normal". Como más consistentemente que nunca, y no me siento descontrolada como me sentía antes. Lo que me produce ansiedad son más los pensamientos que me acechan, sobre todo los relacionados con comida, que mis comportamientos.
Pero el cerebro es un sistema muy complejo, y lo que no podemos hacer es exprimirlo y sacar los pensamientos negativos en un abrir y cerrar de ojos. Sé de primera mano que puede parecer imposible reeducar tu mente y cambiar la manera en la que piensas sobre la comida. Ese es justamente el objetivo de la terapia cognitiva conductual, uno de los principales tratamientos cuya efectividad ha sido probada en los trastornos alimentarios.
Según Goldman, "la premisa de las terapias cognitivas conductuales es que todos nuestros pensamientos, comportamientos y emociones están relacionados". Entonces, si una persona es capaz de reemplazar un pensamiento, comportamiento o emoción perjudiciales por unos más positivos y beneficiosos para la salud, se acabará convirtiendo en un hábito.
Durante diez años, me iba a la cama casi cada noche estresada por lo que había comido ese día, y me levantaba cada mañana preocupada por todo lo que comería antes de la noche
Una de las lecciones que aprendes en las terapias cognitivas conductuales es a plantar cara a los pensamientos negativos de "siempre" y "nunca". Por ejemplo, cuando te dices a ti mismo, "siempre voy a tener problemas con la comida" o "nunca aprenderé a controlar mis problemas alimentarios". Es posible tratarse y recuperarse, poniendo un poco de esfuerzo por tu parte. "El objetivo, por lo general, es tener un peso normal y una relación sana con la comida", aclara Goldman. "Los trastornos alimentarios no son imposibles de tratar, y la gente puede tener una vida saludable después, sin ninguna duda".
Durante diez años, me iba a la cama casi cada noche estresada por lo que había comido ese día, y me levantaba cada mañana preocupada por todo lo que comería antes de la noche. Solía estar triste, sin motivación por seguir viviendo. Ahora, por supuesto, me preocupa el tema de la comida, y seguramente pienso más en eso que cualquier otra persona, pero creo que gran parte de mi energía mental la dedico a esas cosas que realmente importan. No me paso la vida pensando en lo que tengo en el plato, y esa es una buena forma de vivir.
Publicado originalmente en VICE.com.