Lograr que los niños pequeños coman frutas y verduras muchas veces puede volverse una odisea para los padres. Para empezar, los especialistas recomiendan calma y una dosis extra de paciencia, ya que es completamente normal que los chicos se nieguen a ingerir algunos alimentos.
Es más, es habitual que las primeras veces rechacen todo lo nuevo que se les ofrece. Y aquí el primer consejo: insistir. Algunos niños deben probar un alimento varias veces u observar cómo lo comen los padres para comerlo sin rechazarlo.
En este punto, conviene conocer que hay edades en las que los niños se vuelven más selectivos con los alimentos, y también que algo que saboreaban sin problemas, un día, puede “dejar de gustarles” y negarse a comerlo.
La explicación científica del rechazo
El “no me gusta” que suelen decir los pequeños ni bien divisan algo “verde” en el plato recién apoyado en la mesa, sin saber siquiera qué es lo que les sirvieron -y desde luego sin probar-, es una actitud que desmoraliza a más de un padre, que termina cediendo en la “guerra” y deja de ofrecer tal o cual tipo de alimento.
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Un estudio realizado por la International School for Advanced Studies, de Trieste, Italia y publicado en el periódico Scientific Reports, afirmó que la razón principal del rechazo no está relacionada con el sabor y que, de alguna manera, ellos no tienen la culpa de negarse a este tipo de alimento.
Según la investigación, la visión tiene un rol crucial al momento de elegir. “Según algunas teorías, nuestro sistema visual evolucionó para identificar fácilmente las bayas, frutas y verduras particularmente nutritivas del follaje de la jungla”, explicó Raffaella Rumiati, profesora de Neurociencia Cognitiva y coordinadora del nuevo estudio. Por eso, aseguran, el verde no sería la opción evolutivamente más tentadora; en cambio, el rojo produce una atracción inmediata e invita a abrir el apetito.
“Somos particularmente eficientes en distinguir el rojo del verde. Es principalmente el color de los alimentos que nos guía, y nuestros experimentos muestran cómo”, agregó Rumiati. Por su parte, Francesco Foroni, también investigador en el proyecto, agregó: “En los alimentos naturales, el color es un buen predictor de calorías. Cuanto más rojo es un alimento sin procesar, más probable es que sea nutritivo, mientras que los alimentos verdes tienden a ser bajos en calorías”.
Cuáles son los 3 consejos que se deben poner en práctica
1- Predicar con el ejemplo
“Es clave que en casa se coman verduras; no pretendamos hacer que nuestros hijos coman algo que los adultos no consumen”. Tal el primer tip de la licenciada en Nutrición Laura Romano (MN 5992), quien agregó que además “todos en la mesa deben comer lo mismo, y si el niño no quiere las verduras, que igualmente las tenga en el plato”.
Para ella es importante “ofrecerles variedad de verduras desde los seis meses, cuando empiezan a comer y nunca dejar de ofrecerlas, aunque digan que no les gustan”. “Se come con todos los sentidos, por eso es importante que toleren verlas en el plato -agregó-. Ir con ellos a la verdulería, que las compren, que las conozcan y cocinar con ellos. Hacerlos participar de todo el proceso, ya que si se les presenta directamente el plato de verduras es difícil que de entrada las acepten”.
2- Hacer uso de los “alimentos remolcadores”
En los puertos existen pequeños barquitos de gran potencia, cuyo trabajo es ayudar a maniobrar a los grandes barcos para entrar a puerto sin problemas. Son los remolcadores. Y con esa metáfora la cocinera Narda Lepes suele referirse como “remolcadores” a los alimentos “ricos” -y a veces no tan sanos, o que no solemos dar a los niños a diario- que pueden ayudar a comer algo que no gusta tanto.
“Si una cucharada de manteca hace que el niño coma un plato de chauchas, bienvenida sea. Quizá luego equiparás poniéndole aceite de oliva en lugar de manteca a un puré de papas -recomendó-. Y si vas a freír, freí vegetales que cuestan que acepten, como la coliflor”.
En la misma línea, Romano aconsejó ofrecerles las verduras nuevas “con algo que ya conocen y les gusta”. Por ejemplo, a la pasta con brócoli o con espinaca se le agrega queso rallado o se la gratina con salsa blanca y eso la va a hacer mucho más sabrosa. “Con ese sencillo tip se favorece la incorporación y una vez que lo comen varias veces ya reconocen el sabor y lo aceptan”, destacó.
3- Disfrazar los nutrientes en formatos conocidos
En un muffin, por ejemplo, todo sabe más rico. Se los puede hacer salados, con las verduras mixeadas, o bien dulces, por ejemplo, con la preparación de una carrot cake.
Resulta conveniente poner en práctica algunas estrategias que, de cierto modo, “ocultan” esos vegetales que los chicos no quieren comer a priori. De esta forma, podría mejorarse la calidad de su nutrición y evitar batallas campales a la hora de la comida.
Otra preparación que los niños adoran son las hamburguesas. Puede añadirse a la carne picada cebolla, pimientos, zanahorias, puerros y calabacín, todo muy picado. Seguramente no lo noten -y más aun si arriba se le pone queso fresco-.
Por último, en batidos de frutas que contengan banana, manzana o yogur, puede ocultarse fácilmente las zanahorias, ya que son dulces y no se nota el sabor.
Cifras que preocupan
Un reciente trabajo conjunto realizado entre el Observatorio de la Deuda Social (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA) y el Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA), en el marco del Proyecto PISAC-COVID-19 de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación brindó datos alarmantes sobre la alimentación de los más chicos en la Argentina.
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Es que según se vio, sólo el 5% de los niños, niñas y adolescentes (NNyA) consumen de manera simultánea alimentos recomendados por las Guías Alimentarias (GAPA) en cantidad frecuente (aceptable o adecuada). En el extremo opuesto, el 38% los consume, también simultáneamente, en forma regular o inadecuada. El resto (57%) tiene una alimentación de calidad media, en la que alguno o varios de los grupos de alimentos protectores o saludables se consumen en cantidades inferiores a las recomendadas.
Los datos, que forman parte de la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA) 2021, dejaron ver que, además, cuando alguno de esos grupos de alimentos —verduras, frutas, legumbres, cereales integrales, lácteos, carnes— registran bajas frecuencias de consumo, la alimentación pierde calidad, variedad o ambas cosas a la vez.
El estudio indagó la frecuencia y ocasiones de consumo de alimentos recomendados (verduras, frutas, legumbres, cereales, lácteos, carnes) y no recomendados (gaseosas, galletitas dulces y pastelería y golosinas) y comparó las respuestas con las recomendaciones de las GAPA y las emergentes de una reciente revisión de CEPEA que condujo al diseño de canastas sustentables.
Según vieron los especialistas, las brechas más amplias ocurren en el consumo de legumbres (y cereales integrales), verduras y frutas: en todos esos grupos más del 70% de los NNyA presentan frecuencias de consumo genéricamente bajas. En el extremo opuesto, el patrón de consumo de carnes refleja mejores resultados: aún en los hogares de nivel socioeconómico muy bajo es mayor la proporción de quienes se acercan a las recomendaciones y en algunos casos tienen un patrón de consumo alto (en el promedio, un 13% de NNyA).
Dicho esto, es bien sabido lo valiosas que son una buena nutrición y una dieta para la salud física, por lo que los expertos recomiendan que se consuman cinco porciones de frutas y verduras al día. Las últimas investigaciones en la materia arrojaron que la nutrición podría influir en la salud mental. Si bien aún se necesita más investigación en esta área, un estudio reciente encontró que comer una dieta más nutritiva, rica en frutas y verduras, y tener desayunos y almuerzos más saludables se asociaron con un mejor bienestar mental en los niños.
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