Comer juntos o comensalidad, parece ser un simple acto cotidiano que no tiene nada de extraordinario. Pero para la ciencia sí y cobra cada vez más importancia en este siglo de hiperconectividad con pantallas. La comensalidad significa comer juntos. Por su raíz etimológica, Co = significa compartir, Mensa= significa mesa. Literalmente, compartir la misma mesa.
El hecho de comer juntos trasciende más allá de lo que comemos. Según los expertos en psicología y convivencia, nos brinda la ocasión de conversar y contar cómo fue el día, intercambiar pensamientos e ideas y disfrutar de escuchar a los seres más queridos y sus inquietudes cotidianas. En los últimos años, diversos estudios han demostrado el gran valor que tiene este momento en común frente a la cada vez más presencia de celulares y pantallas en otros dispositivos que nos atrapan en el mundo virtual y nos alejan del real.
La psicóloga Lorena Ruda, especialista en maternidad, crianza y familia, explicó a Infobae que desde que los niños nacen, las rutinas se organizan en función del sueño y los horarios de la comida. “Al principio es difícil hacer coincidir el sueño del bebé con los horarios de las comidas del adulto, sin embargo desde los inicios, aconsejo que los niños participen siempre de la mesa. Muchas familias eligen dormir a los hijos u comer después, a veces esto es funcional. Sin embargo el momento de la comida, al menos alguna, es importante que sea un momento compartido”, explicó Ruda.
Y agregó: “Es un espacio que da lugar a la sociabilización, al compartir situaciones vividas en el día, a preguntar e interesarse por el otro. Darse un lugar en la mesa es más q compartir la comida. Preguntarles a los chicos por su día escolar favorece no solo a que ellos se sientan escuchados, tenidos en cuenta y que lo que tienen que contar también es importante, sino que además se da un espacio donde puedan contar alguna vivencia que quizá los incomodo, no les gusto, como algún conflicto o problema que tuvieron. Esta posibilidad favorece el desarrollo de la autoestima y la posibilidad de aprender a expresar sentimientos. No es que todas las cenas van a ser una terapia de grupo pero esta bueno que exista el espacio propicio para el intercambio y la comunicación familiar”.
Para la especialista en crianza, “es importante que el adulto no cuente solamente lo exitoso del día. Es clave que pueda contar que a veces no todo salió bien. Eso ayuda a que los chicos se animen a contar si hay algo que no es del todo feliz”. “Además, el momento de diálogo dar lugar a chistes, hacer participar del humor familiar, un código compartido donde todos se sienten parte. Poder dar consejos a los demás integrantes y ser partícipe. Por otro lado a medida que van creciendo van construyendo el hábito y funcionar como un equipo a la hora de poner la mesa sacar la mesa, lavar los platos. Hábitos que están buenos construir para el futuro y para que las tareas no caigan exclusivamente en los padres definiendo roles estereotipados, sino que todos participan de este hábito, cada familia con sus modos y costumbres”, precisó Ruda.
En relación a la alimentación propiamente dicha, la especialista explica que compartir estos espacios posibilita al adulto enseñar hábitos de alimentación saludable, regular la cantidad de comida si fuera necesario y observar las conductas alimenticias favoreciendo a la detección temprana de algún trastorno de la alimentación.
“Es un momento idealmente sin pantallas. Un momento para dejar los celulares en otro espacio, no comer con la televisión encendida posibilita al espacio de charla y una conexión más allá de la virtual. Puede haber un plan específico, como el decir ´hoy comemos pizza o miramos una peli´, ´hoy se permite que cada uno come donde quiere haciendo algo distinto´. Que existan excepciones siempre está bueno para que tampoco el comer siempre juntos en la mesa sea un hábito que genere tedio, resistencia o rigidez”, concluyó Ruda.
Beneficios de comer juntos en familia
Estas son algunas de las investigaciones más recientes que muestran las grandes ventajas de alimentarte junto a los tuyos, y que se reflejan en un artículo del portal Parents.com:
1. Fomenta los buenos hábitos alimenticios
Un estudio publicado en JAMA Network Open muestra que comer con los miembros de la familia se asocia con una mejor dieta en general, especialmente entre los adolescentes. Se determinó que los jóvenes que se sientan a la mesa con sus seres queridos son más propensos a consumir frutas y verduras, y menos comida rápida y bebidas azucaradas. Esto ocurre independientemente del grado de funcionalidad del núcleo familiar, según el estudio.
2. Previene problemas psicosociales
De acuerdo con una revisión sistemática realizada por el Colegio de Médicos de Familia de Canadá, las cenas frecuentes en el hogar pueden prevenir problemas relacionados con los trastornos alimentarios, el consumo de alcohol y otras sustancias adictivas, el comportamiento violento, la depresión y los pensamientos suicidas en los adolescentes.
3. Ayuda a lograr el peso adecuado
Otra investigación científica, en esta ocasión publicada en el Journal of Pediatrics, descubrió una correlación directa entre la frecuencia de las comidas en casa durante la adolescencia y la reducción de las probabilidades de padecer obesidad diez años después, especialmente entre los jóvenes de raza negra. El estudio concluye que las personas deben tartar de reunirse con los suyos al menos una o dos veces a la semana. De este modo, y entre otras muchas cosas, se contribuye a proteger a los menores ante los problemas de peso en el futuro.
4. Mejora la autoestima de nuestros hijos
La seguridad que brinda el compartir el pan en familia con regularidad puede ayudar a los niños a sentirse más seguros de sí mismos, según los expertos de Stanford Children’s Health, un sistema de atención médica pediátrica afiliado a Stanford Medicine y Stanford University. Al alentar a tus hijos a hablar sobre su día —y al escuchar genuinamente sus respuestas—, les estás comunicando que valoras y respetas quiénes son. Se debe permitir que los menores elijan sus propios asientos y se les debe animar a ayudar con las tareas relacionadas con la cena, ya sea poner la mesa, quitarla, lavar los platos o cualquier otra.
5. Mejora las habilidades comunicativas
Una investigación de 2018 difundida por el medio Science Daily determinó que un grupo de niños de 6 años cuyas familias se reunían frecuentemente a comer desarrollaban mejores habilidades comunicativas a lo largo de su infancia. Además de la salud y el estado físico general, la interacción social y las discusiones sobre temas actuales en la mesa pueden hacer que los menores se comuniquen mejor, señaló la autora principal del estudio, Linda Pagani, profesora de psicoeducación de la Universidad de Montreal.
6. Una ayuda frente al ciberacoso
Una investigación publicada en JAMA Pediatrics, basada en una encuesta de casi 19.000 estudiantes, encontró asociaciones claras entre el ciberacoso y la ansiedad, la depresión y el abuso de sustancias. Es un tema importante, ya que uno de cada cinco jóvenes ha sufrido acoso cibernético en alguna ocasión. Los adolescentes que cenaron con sus familias regularmente tuvieron menos problemas de este tipo. Los autores del estudio señalan que el contacto regular con los seres queridos facilita una mayor orientación de los padres. Además, se fomenta la comunicación abierta con los hijos.
7. Es un complemento de la terapia
Los hábitos de cena pueden proporcionar una información bastante valiosa a los terapeutas en los casos en los que los miembros de la familia se acuden juntos a este tipo de intervenciones psicológicas, según un estudio publicado en la revista A&NZ Journal of Family Therapy. Además, se puede alentar a los padres a conversar en este momento del día sobre las lecciones aprendidas durante la terapia. Ello permitirá, por ejemplo, experimentar con nuevos roles y patrones de comunicación.
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