La conocida encuesta de enero de este año de Ipsos que reveló en un estudio el impacto de la pandemia en la alimentación y la salud, donde se especifica que a nivel mundial la media de kilos ganados se sitúa en 6,1 kilos desde la llegada de la COVID-19, se une el reto de afrontar nuevas olas de pandemia y otras cepas.
Las complicaciones son triples según un documento presentado por especialistas de la Universidad de Navarra: la obesidad eleva en casi un 50% la probabilidad de infectarse por COVID-19, duplica la probabilidad de ser ingresado en un hospital y eleva en un 48% la mortalidad. Con esos datos, parece indiscutible que nunca ha sido tan necesario como ahora protegerse y volver al peso saludable.
Lo grave del asunto es que el número de obesos en el mundo se ha incrementado desde unos 100 millones en 1975 a 700 millones actualmente. La pandemia de coronavirus pasará a la historia, pero desaparecerá; la de obesidad parece que está aquí para quedarse.
La herencia silenciosa
La mejor evaluación del daño que hace el exceso de peso la proporciona el “Global Burden of Disease” (GBD-2017). En este estudio valoraron a 68,5 millones de niños y adultos en 195 países entre 1980 y 2015, y cuantificaron la carga de enfermedad relacionada con un alto índice de masa corporal (IMC). Concluyeron que nada menos que 4 millones de muertes anuales en el mundo se debían al alto IMC.
Aunque el IMC no es un indicador perfecto, ya que puede elevarse en personas con mucha masa muscular, es el más usado y práctico. Se calcula dividiendo el peso (en kilos) entre la talla (en metros) elevada al cuadrado. Así, una persona que pese 80 kg y mida 1,70 m tendrá un IMC de 27,68 (porque 80 entre 1,7 al cuadrado es igual a 27,68).
Lo ideal es que el IMC esté aproximadamente en 22. El sobrepeso se define como un IMC superior a 25 y la obesidad, a 30. En el estudio GBD-2017, casi el 40% del exceso de muertes se daba en personas con sobrepeso u obesidad.
“Podríamos seguir por décadas hablando de genes y moléculas, buscando los culpables de la obesidad, mientras se constata lo mal que se están ejerciendo las acciones más básicas de prevención y salud pública -explica Miguel Martínez González, uno de los especialistas de la Universidad de Navarra a cargo del informe-. La paradoja es que en ningún otro país se ha investigado tanto en estos genes y moléculas como en EEUU, que es donde más suben las tasas de obesidad mórbida. Uno de cada 12 estadounidenses ya es candidato a cirugía bariátrica, popularmente conocida como reducción de estómago.
No hay que engañarse culpando a genes y moléculas. La rama no puede tapar el bosque. Lo que hay que hacer es comer menos. Hace falta fuerza de voluntad, empeño, libre decisión, control y más. Pero esto parece cada vez más difícil en una cultura dominada por un materialismo atroz y donde los ciudadanos son poco más que minions o títeres en manos de poderosos intereses comerciales de esas grandes corporaciones que venden comida y bebida basura.
El reto de superar la obesidad no es solo fisiológico, sino psicológico y cultural. Una cultura consumista y hedonista deja indefenso al ciudadano y propicia las conductas obesogénicas. Quizás falta decisión, valentía y radicalidad para confrontar en sus raíces un profundo déficit cultural.
SEGUIR LEYENDO: