Hace 66 millones de años, un asteroide de aproximadamente 10 kilómetros de diámetro impactó contra la Tierra en lo que hoy es la península de Yucatán, en México. Este evento desencadenó una serie de catástrofes que llevó a la extinción de los dinosaurios y al 75% de las especies existentes en ese momento.
A pesar de la magnitud del desastre, este no fue el impacto más devastador en la historia de nuestro planeta. Hace 3.260 millones de años, otro meteorito, de entre 37 y 58 kilómetros de diámetro, colisionó con la Tierra, generando un impacto 200 veces más poderoso. Aunque menos conocido que el del Cretácico, el efecto de este asteroide, llamado S2, fue monumental y cambió la Tierra primitiva de maneras inesperadas.
Este meteorito de tipo condrita carbonácea desencadenó tsunamis gigantes que arrasaron los océanos, desgarraron el lecho marino y calentaron la atmósfera hasta el punto en que la capa superficial de los océanos empezó a hervir. El escenario era desolador: microbios que dependían de la luz solar para sobrevivir, así como aquellos en aguas poco profundas, fueron eliminados casi por completo.
Sin embargo, a pesar de la escala del desastre, el asteroide S2 aportó algo más que destrucción. Según los estudios geológicos recientes en el Barberton Greenstone Belt, en Sudáfrica, la recuperación de la vida microbiana fue sorprendentemente rápida.
La investigación de la evidencia del impacto del asteroide fue publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences. Se encontraron esferulitas, pequeñas estructuras formadas por roca vaporizada tras la colisión.
También se hallaron restos de lecho marino mezclados con escombros movidos por los tsunamis, depositados poco después del impacto. Estas capas sedimentarias contienen fósiles de bacterias marinas, lo que indica que la vida microbiana resistió y prosperó tras el desastre.
Los estudios geoquímicos confirman la presencia de fósforo y hierro en las rocas, nutrientes clave que facilitaron el rápido resurgimiento de la vida en los océanos primitivos, informó el medio científico Phys Org. Estos hallazgos permiten a los científicos reconstruir con precisión cómo estos impactos contribuyeron tanto a la destrucción como al posterior florecimiento de la vida.
“La vida no sólo se recuperó rápidamente una vez que las condiciones volvieron a la normalidad en unos pocos años o décadas, sino que en realidad prosperó”, explicó Nadja Drabon, geóloga de la Universidad de Harvard y autora principal del estudio, según la agencia de noticias Reuters.
El efecto fertilizante del asteroide
Las bacterias y arqueas, los principales habitantes de los océanos en ese entonces, demostraron una notable capacidad de resiliencia. A diferencia de los organismos más complejos que perecieron tras el impacto que acabó con los dinosaurios, estos microorganismos eran mucho más simples y versátiles, capaces de adaptarse rápidamente a las nuevas condiciones. En tan solo unos años o décadas, una vez que el polvo se asentó y las temperaturas comenzaron a bajar, la vida microbiana volvió a florecer en los océanos.
“En esa época, la Tierra era una especie de mundo acuático, con una limitada aparición de volcanes y rocas continentales. En esencia, no había oxígeno gaseoso en la atmósfera ni en los océanos, y no había células con núcleo”, explicó el coautor del estudio Andrew Knoll, geólogo de Harvard.
La rápida recuperación se debió en gran parte a los nutrientes liberados por el impacto del asteroide. El meteorito trajo consigo grandes cantidades de fósforo, un elemento esencial para la vida, ya que es crucial para la formación de moléculas como el ADN.
Además, los tsunamis causados por la colisión mezclaron las aguas profundas, ricas en hierro, con las aguas superficiales, lo que creó un ambiente idóneo para el crecimiento de microorganismos. Estos nutrientes sirvieron como una suerte de “fertilizante” que permitió que la vida se recuperara y se expandiera con rapidez.
El fósforo y el hierro, dispersados en los océanos a través de este proceso, crearon las condiciones ideales para que ciertas bacterias fotosintéticas, que utilizan el hierro como fuente de energía, prosperaran. De hecho, estudios geoquímicos mostraron que, tras el impacto, se produjo un notable aumento en la población de estos microorganismos.