Cada año se tiran 1.600 millones de toneladas de alimentos globalmente. Es un tercio del total de la producción. Vale USD 1,2 billones. Si se la tirase toda junta, ocuparía 10 veces la masa de la isla de Manhattan. La comida que se desperdicia causa el 8% de las emisiones de gases del efecto invernadero. En el mundo, mientras tanto, 870 millones de personas sufren hambre o desnutrición.
La tendencia, según un informe de Boston Consulting Group (BCG), se inclina a aumentar: en 2030 se echarán a la basura unas 2.100 toneladas de alimentos, por valor de USD 1,5 billones. O unas 66 toneladas por segundo.
Eso significa que las soluciones que se han buscado hasta el momento para evitar el desperdicio son "fragmentadas e inadecuadas", según el texto. "La escala del problema es tal que continuará creciendo mientras desarrollamos soluciones", dijo a The Guardian Shalini Unnikrishnan, directora de BCG.
"A medida que la población crece rápidamente en ciertas partes del mundo que se industrializan, como Asia, el consumo crece rápidamente", agregó. Y con él los distintos inconvenientes en la cadena que va desde el productor al plato, por la cual se multiplican los alimentos que se echan a perder.
La diversificación de la demanda hace que se transporten productos que no se obtienen localmente, con el consecuente riesgo de descomposición. Al mismo tiempo, los productores locales en los países en desarrollo causan buena parte del desperdicio, por la inexistencia de canales adecuados para su aprovechamiento total.
En cambio, en los países desarrollados la comida se echa a perder en los comercios y los hogares de los consumidores, que tiran porque compra de más o porque no les gusta. "Las promociones de los supermercados y la falta de una información adecuada han contribuido al desperdicio", advirtió el informe.
Mucha gente, por ejemplo, cree que la carne y los vegetales son mejores frescos que congelados: "En realidad, suele ser verdad lo opuesto", desmitificó el estudio. "Los productos congelados con frecuencia retienen más nutrientes que los que no ha sido congelados, que se pueden degradar durante el proceso de transporte".
Las empresas no han adoptado las herramientas digitales suficientes para ajustar mejor la relación entre lo que ofrecen a los consumidores y lo que ellos necesitan, argumentó BCG. "Las compañías deberían fijarse metas claras para sus esfuerzos y medir su impacto en la reducción del desperdicio de alimentos. También deberían rastrear y medir los beneficios comerciales, como la reducción de costos o las nuevas oportunidades de ingresos".
Las que lo hicieran podrían iniciar un movimiento como el del comercio justo e identificarse con "una eco-etiqueta" para que el consumidor pueda elegirlas en lugar de comprar productos de firmas que no se hayan comprometido a reducir la comida que se tira.
También los estados tienen tarea por delante: incentivar la reducción del desperdicio. Unnikrishnan explicó al diario británico que los productores enfrentan varias restricciones que los hacen tirar alimentos. "Un productor de arándanos tiene restricciones de tamaño, de almacenamiento y de fechas de vencimiento", puso como ejemplo. Pero no son iguales en todo el mundo. "En China, por ejemplo, hay reglas sobre el tamaño que pueden tener los arándanos frescos": más grandes o más pequeños, y están condenados a la basura.
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