Este miércoles, el periódico New York Times publicó un reportaje sobre el impacto devastador que la pandemia por Covid-19 ha tenido en la alcaldía de Iztapalapa en la Ciudad de México. La demarcación en el centro de la capital es uno de los espacios más afectados por el virus, no sólo en el país, sino en el mundo.
La alcaldía en la Ciudad de México tiene una de las concentraciones poblacionales más altas de la capital, que tiene la densidad poblacional más alta del país. Las personas que viven ahí fueron especialmente afectadas por el virus, no sólo por ser un espacio tan popular, sino por las necesidades económicas de los que lo habitan.
La mayoría de los que viven en Iztapalapa son comerciantes, personas que no tienen la posibilidad de trabajar desde casa y que están obligados a tomar el riesgo de laborar en sus negocios en medio de la pandemia. El texto de Azam Ahmed destaca el caso de los trabajadores de la Central de Abastos.
El mercado más grande del continente está íntimamente ligado al funcionamiento de la ciudad y del país. Todos los días cientos de camiones y camionetas llegan la mercado para descargar toneladas de frutas y verduras. La Central de Abastos surte al 80 por ciento de la Ciudad de México y al 30 por ciento del país. Nadie puede darse el lujo de que permanezca cerrada.
Al principio de la pandemia, los comerciantes de abastos, como muchas otras personas en distintos ámbitos profesionales, descalificaron a la pandemia como una amenaza imaginaria. En ese contexto, ignoraron las medidas sanitarias y el uso de cubrebocas. De acuerdo con el reportaje, ya en mayo, 1 de cada 10 personas internadas por el virus había pasado por el mercado.
En ese mes, el impacto del virus ya se había vuelto realmente grave. Y en junio, Iztapalapa había acumulado más contagios y decesos que algunas naciones. Pero los comerciantes no dejaron de abrir sus negocios. Para entonces, ya no era cuestión de creer o no en la existencia del virus, la mayoría no podía dejar de trabajar porque eso significaría pasar hambre.
Para muchas personas en Latinoamérica, la pandemia se convirtió en ese dilema. Tomar el riesgo de contraer el virus o dejar de trabajar y perder el único sustento para su alimentación y vivienda.
Para trabajar, la Central de Abastos necesita compradores, pero la reducción en la demanda es evidente. Muchas de las ventas por menudeo disminuyeron por completo, y el cierre de restaurantes, sumado a la reducción de tránsito en los mismos, también impactó la venta mayorista.
Además de la Central, otro de los íconos más importantes de Iztapalapa es la representación de la Pasión de Cristo que los habitantes de la alcaldía realizan cada año en Semana Santa. En 2020, y por primera vez desde 1843, la Pasión de Iztapalapa estuvo vacía. El evento, que tradicionalmente atrae a miles de personas, fue realizado sin público y transmitido por internet para evitar aglomeraciones.
La pandemia en el corazón de la Ciudad de México es un botón de muestra de la crisis en el resto del país. Desde marzo, los contagios han sido implacables, no ha habido “picos” de infección tanto como una gran meseta en crecimiento constante.
La apuesta del gobierno federal por enfocar la atención y detección del virus en los hospitales, en lugar de moderar la circulación en espacios públicos e implementar programas de rastreo de contagios provocó un subregistro monumental en las cifras de contagios y decesos. En Iztapalapa la evidencia es irrefutable. Hay calles y colonias enteras donde las personas viven su propio viacrucis y mueren por Covid en sus casas.
Para los habitantes de Iztapalapa los próximos meses parecen ser tanto o más complicados que los anteriores.
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