Continuamos con la presentación de los 6 perfiles o circuitos emocionales que tiene nuestro cerebro y que gracias a las investigaciones realizadas por el Dr. Davidson, en el marco de la Neurociencia afectiva, podemos no solo identificarlos y conocerlos, sino también mejorarlos o modificarlos. Hoy nos ocuparemos del cuarto circuito: la autoconciencia.
Hay personas que son completamente ciegas a sus emociones, no es que las nieguen, sino que son inconscientes de las pistas emocionales que surgen del interior de su cuerpo. Por ejemplo: ¿Es usted una persona que actúa y reacciona sin saber por qué?, ¿O las personas cercanas a usted le preguntan por qué parece estar ansioso, celoso, enojado o impaciente y usted se sorprende de la pregunta que le están haciendo?
Si bien no todos sentimos con la misma intensidad y fuerza, la señal emocional puede ser diferente. No identificar determinada emoción refleja dificultades en la capacidad de reconocer e interpretar esas señales, así como una poca sensibilidad hacia ellas.
A algunas personas les resulta muy difícil “sentir” sus sentimientos, es decir, puede llevarles días reconocer que están enfadados, tristes, celosos o que se sienten asustados. Tienen poco registro de lo que les está pasando en su cuerpo. Cabe aclarar que los pensamientos se producen en la mente y producen emociones que se sienten, sin excepciones, en el cuerpo.
En el otro extremo se hallan las que son conscientes de sus sentimientos y receptivos a los mensajes que sus cuerpos les envían. Saben que la razón real por la que gritan sus hijos pequeños no es por el hecho que no quieren comer vegetales, sino porque el atasco en el tránsito de regreso a casa les ha hecho perder el horario de comida y han llegado alterados a sus casas, perdiendo la paciencia y la tolerancia. Son personas hipersensibles a los mensajes que les envía su cuerpo y sienten los aspectos físicos de sus estados emocionales con un alto nivel de intensidad.
Este nivel de sensibilidad y de conciencia de sus propias emociones puede ser provechoso en varios sentidos. Por ejemplo, desempeña un papel fundamental en la empatía, es decir, en la capacidad de sentir lo que los demás sienten. A su vez, comprender nuestro propio estado emocional contribuye a evitar equívocos en las discusiones con una persona allegada, cónyuge, pareja, compañeros de trabajo o de estudio. Si nos damos cuenta que estamos nerviosos por algo que ha ocurrido antes de llegar a casa, entonces, es más probable que entendamos que el enojo fulminante que sentimos, en realidad, no se debe a que nuestros hijos no quieren comer vegetales.
Como hemos visto en los anteriores perfiles los extremos de los niveles son nocivos para nuestra salud y/o para una adecuada relación con el entorno. Altos niveles de autoconciencia pueden provocar aumentos de cortisol. Toman las situaciones ajenas como personales, viven tan intensamente los dolores de los demás como los propios y eso les genera tensión y desgaste tanto emocional como físico. Mientras que, en el opuesto, aquellos que no tienen un registro emocional pueden tardar días para reconocerse, angustiados, enojados, celosos o molestos. Esta falta de sensibilidad a las propias emociones puede generar un impacto negativo en las relaciones interpersonales, por la falta de reconocimiento y registro de las emociones.
La modificación de nuestras emociones solo la podemos producir cuando tenemos conciencia de ellas. Por lo cual, resulta de suma importancia comenzar a registrar nuestro cuerpo y reconocer las señales que nos envía nuestro organismo. El cuerpo nos da muchas pistas, si le prestamos atención podemos darnos cuenta del nivel de autoconciencia emocional que tenemos.
Esta dimensión, integrada a las restantes nos da nuestro perfil emocional que, para cada uno de nosotros es tan particular y singular como las huellas digitales.
*Psicóloga y escritora
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