Cada vez que un auto, bicicleta o motocicleta se desplaza, deja algo más que marcas en el asfalto. Lo que no se ve a simple vista es un rastro de partículas micro y nanoplásticas provenientes del desgaste de los neumáticos. Estas partículas, aunque invisibles, se convierten en un contaminante persistente que afecta el aire, el suelo y el agua. A pesar de los avances tecnológicos que mejoran su diseño, reseña Forbes, los neumáticos tienen un costo ambiental que ha pasado desapercibido durante mucho tiempo.
La magnitud de la contaminación: toneladas que no se ven
El desgaste de los neumáticos representa un problema global de dimensiones alarmantes. Durante su vida útil, cada neumático puede perder entre 2,8 y 4 kilogramos de material, dependiendo del tipo de vehículo, las condiciones del camino y los hábitos de conducción. Esto puede parecer poco a nivel individual, pero el impacto colectivo es masivo.
Un estudio realizado en 2017 reveló que en tan solo 13 países, las partículas liberadas por los neumáticos alcanzaron los 3.5 millones de toneladas al año. Si se amplía la perspectiva, la situación en los océanos es igualmente preocupante: en 2016, aproximadamente un millón de toneladas de polvo de neumáticos llegaron a los ecosistemas marinos, representando el 9% de todos los plásticos vertidos en estas aguas. Además, investigaciones más recientes muestran que 140.000 toneladas de estas partículas se transportan directamente desde el aire hasta el océano cada año, mientras que otras 64.000 toneladas son arrastradas desde la tierra por las lluvias.
Composición química
Los microplásticos de neumáticos son más complejos que los habituales, como los de bolsas o botellas. Están compuestos por una mezcla de caucho sintético y natural, negro de carbón y aditivos como zinc y plomo. Este coctel químico, diseñado para mejorar la durabilidad de los neumáticos, se libera en el ambiente con cada kilómetro recorrido.
La situación se agrava porque los fabricantes no están obligados a revelar la composición exacta de sus productos. Esta falta de transparencia dificulta la investigación y la creación de soluciones efectivas para mitigar su impacto.
Impactos en la salud y el ambiente
El desgaste de los neumáticos genera partículas diminutas que no solo contaminan el suelo y el agua, sino que también agravan la calidad del aire. Estas partículas, conocidas como PM10 y PM2.5, son tan pequeñas que pueden penetrar profundamente en los pulmones, causando enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Incluso se han relacionado con el cáncer de pulmón y el aumento del riesgo de muerte prematura.
Otro elemento preocupante es el 6PPD, un aditivo utilizado en los neumáticos para prevenir su degradación. Esta sustancia, al entrar en contacto con el medio ambiente, es altamente tóxica para la fauna acuática y se ha detectado en muestras de orina humana, especialmente en mujeres embarazadas, lo que alude a un posible impacto en la salud.
Frente a la creciente preocupación, un grupo de científicos internacionales ha pedido que las partículas de los neumáticos sean reconocidas como una categoría única de contaminación. Argumentan que su composición química y su comportamiento ambiental exigen un tratamiento específico.
En respuesta, la Unión Europea implementó medidas innovadoras como parte de su estándar Euro 7. Desde 2025, se establecerán límites estrictos para las emisiones generadas por el desgaste de neumáticos en vehículos ligeros, y para 2026 y 2027 se aplicarán normativas similares a los vehículos más pesados. Estas acciones, aunque necesarias, aún enfrentan el desafío de ser adoptadas a nivel global.
Un camino hacia el cambio
La solución a este problema no recae únicamente en los gobiernos o los fabricantes. La sociedad tiene el poder de reducir el impacto, adoptando medios de transporte más sostenibles, promoviendo investigaciones sobre materiales menos contaminantes y exigiendo mayor responsabilidad de la industria. Los neumáticos, esenciales en nuestra vida diaria, se convirtieron en una amenaza silenciosa para el medio ambiente.