Hoy la esperanza de vida de los seres humanos alcanza un máximo en torno a los ochenta años, con algunos casos atípicos que viven más allá de los 100 o incluso 110 años. Aún las ciencias investigan cuáles son los factores que influyen en la longevidad. Más allá de estudiar cuestiones de la misma especie, ahora hay hallazgos sobre una medusa, la rata topo desnuda y una especie de tortuga, que pueden aportar claves para comprender mejor las enfermedades asociadas a la edad.
La Turritopsis dohrnii es la única especie conocida de medusa capaz de volver repetidamente a su estado larvario tras la reproducción sexual. Recientemente, científicos de España descifraron el código genético de esa una criatura con la esperanza de desvelar el secreto de su singular longevidad y encontrar nuevas pistas sobre el envejecimiento humano.
El trabajo fue publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, por los investigadores María Pascual-Torner, Víctor Quesada y colegas de la Universidad de Oviedo. Consiguieron mapear la secuencia genética de Turritopsis dohrnii.
Al igual que otros tipos de medusas, la T. dohrnii pasa por un ciclo vital de dos partes. Vive en el fondo marino durante una fase asexual. Durante ese momento consigue mantenerse viva en épocas de escasez de alimentos. Cuando las condiciones son adecuadas, las medusas se reproducen sexualmente.
Las otras especies de medusas pierden la capacidad de volver a la etapa de larva una vez que alcanzan la madurez sexual. Pero con la medusa T. dohrnii es diferente: puede volver al estado larvario.
Los investigadores quisieron entender qué hacía diferente a esta medusa comparando la secuencia genética de T. dohrnii con la de la especie Turritopsis rubra, una prima genética cercana que carece de la capacidad de rejuvenecer tras la reproducción sexual. Descubrieron que T. dohrnii tiene variaciones en su genoma que pueden hacer que copie y repare mejor el ADN. También parecen ser mejores en el mantenimiento de los extremos de los cromosomas, que se llaman telómeros.
Los resultados del trabajo sobre las medusas ayudan a comprender los procesos y la funcionalidad de las proteínas que hacen que las medusas pueda evadir la muerte. “Es uno de esos trabajos que creo que abrirá una puerta a una nueva línea de estudio que merece la pena seguir”, consideró Monty Graham, investigador en medudas y director del Instituto de Oceanografía de Florida, según la agencia Reuters.
“La inmortalidad no es posible, pero sí lo que se llama amortalidad: la capacidad de estar vivo de manera indefinida”, afirma en un artículo de National Geographic María Blasco Marhuenda, científica española especializada en el estudio de los telómeros y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, quien no ha participado en la investigación. Desde esa perspectiva la medusa T. dohrnii es amortal. Puede revertir su estado y convertirse en pólipo. Si tiene problemas de supervivencia, puede transformarse en un quiste, similar al pólipo original, y volver al fondo del mar para reiniciar el ciclo desde su inicio.
Para estudiar a las medusas, se contó con la participación del Instituto Universitario de Oncología del Principado de Asturias (Iuopa), del Instituto de Investigación Sanitaria del Principado de Asturias (ISPA) y del Observatorio Marino de Asturias (OMA). Hay mucho interés en la especie y se esperan más estudios porque ayudará a entender el proceso de envejecimiento y sus enfermedades asociadas, como las patologías cardiovasculares, neurodegenerativas o incluso el cáncer. También podría contribuir al avance de la medicina regenerativa, aunque faltan investigaciones en especies más cercanas a los seres humanos sobre cuáles son los genes relacionados con el proceso de reversión que hace la medusa.
Hay también otras especies que son investigadas en profundidad por su longevidad: las tortugas. Un ejemplar, que lleva el nombre de Jonathan, nació en 1832 y aún está vivo. En enero pasado cumplió 190 años y vive en Santa Helena.
Un estudio publicado en la revista Science reportó el análisis de 52 especies de tortugas (tanto acuáticas como terrestres). Se descubrió que la mayoría de las tortugas mostraba una senescencia excepcionalmente lenta -y en algunos casos, insignificante- mientras estaban en cautividad. Esa característica no las hace inmortales: las tortugas pueden morir por enfermedad o lesión. Pero, a diferencia de las aves y los mamíferos, su riesgo general de muerte no aumenta con la edad, según el trabajo realizado por Fernando Colchero, de la Universidad del Sur de Dinamarca.
La tasa de envejecimiento es una medida de cómo aumenta el riesgo de muerte en una población de organismos a medida que envejecen. En el caso de las aves y los mamíferos, se cree que ese riesgo crece exponencialmente con la edad. Pero para la mayoría de las especies de tortugas del estudio, esa tasa era casi plana, independientemente de su edad. Se detectó también que el entorno en el que vivían los animales desempeñaba un papel importante.
Entre los mamíferos , hay una especie que desafía todo lo que se supone sobre la mortalidad de este grupo de animales. Es la rata topo desnuda, un roedor pequeño subterráneo habita en Etiopía, Kenia y Somalia. Como su nombre lo indica, no tiene pelo. Un ejemplar de esa especie de rata, Joe, es considerada la más longeva en el mundo. Nació en 1982 y aún vive.
“A medida que uno envejece, la probabilidad de morir aumenta porque hay más cosas que empiezan a ir mal, pero las ratas topo desnudas no tienen este riesgo de muerte relacionado con la edad. Suelen morir porque otro animal las mata en una pelea”, según explicó el profesor Ewan St. John Smith, del Departamento de Farmacología de la Universidad de Cambridge, que lleva adelante una iniciativa que se concentra en esa especie de mamífero.
“Es estupendo que la medicina pueda ayudar a la gente a vivir más tiempo, pero desgraciadamente no podemos tratar muy bien las enfermedades relacionadas con el envejecimiento, como la demencia. Si logramos entender por qué las ratas topo desnudas no padecen estos problemas, habrá mucho que aprender”, afirmó.
En colaboración con el doctor Gabriel Balmus, del Departamento de Neurociencias Clínicas/Instituto de Investigación sobre la Demencia del Reino Unido, Smith está intentando descubrir cómo cambia el perfil celular del cerebro de la rata topo desnuda con la edad, para entender qué mecanismos existen para favorecer un envejecimiento saludable en la rata topo desnuda.
“Descubrimos que las células de la rata topo desnuda se transforman de sanas a cancerosas del mismo modo que las células de ratón (nuestro modelo humano). Así que sigue siendo un rompecabezas por qué los casos de cáncer son mucho más raros en las ratas topo desnudas que en los ratones o en los humanos”, contó St. John Smith. Una colaboración con investigadores del Instituto Wellcome Sanger descubrió que las mutaciones en el ADN de las ratas topo desnudas se producen a un ritmo más lento que en el de los ratones, y también podría ser que las ratas topo desnudas tengan un sistema inmunitario ultra bueno que detecta las células con cáncer y las elimina.
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