En la esquina de la estación Palermo, uno de los barrios más vibrantes de la Ciudad de Buenos Aires, un grupo de personas rodea a una banda de tres músicos que interpretan clásicos del rock nacional. La multitud aplaude y deja donaciones, en una expresión de gratitud hacia el talento que los envuelve. La banda se llama Armando la Gorra, un proyecto de músicos callejeros que, con su estilo desenfadado y un sistema de ensayos poco convencional, busca ganarse la vida con su pasión por el arte.
Diego Cardozo, Bachi, baterista y fundador de la banda, concibió Armando la Gorra hace tres años, en un momento de cambio en su vida. Tras quedarse sin empleo, Diego decidió aprovechar sus habilidades musicales para llevar el arte a las calles, y fue sumando a otros músicos en la misma situación. Así, la banda no es un grupo fijo; su composición varía según la disponibilidad de los artistas que colaboran. Actualmente, la formación incluye a Jonathan Orellana en guitarra y Alan Beltrame en el bajo, quienes también han encontrado en la música callejera una forma de vida. “Vivimos de la música y de lo que nos gusta hacer”, comenta Diego a Infobae, destacando la libertad que caracteriza su proyecto, sin jefes ni horarios impuestos.
Un ensayo sobre el asfalto: cómo se prepara la banda
Armando la Gorra no realiza ensayos en estudios. La calle es su escenario y su sala de prácticas al mismo tiempo. Cuando deciden incorporar un nuevo tema, cada miembro lo estudia por su cuenta y lo ensaya en el momento de la presentación, lo que le da a sus interpretaciones un toque improvisado que las hace únicas. Interpretan principalmente covers de rock nacional e internacional, adaptando cada tema a su estilo propio. “Al principio, puede tener algún error, pero se va afianzando en cada presentación”, explica Diego.
Armando la Gorra se presenta en distintos puntos de la ciudad, desde las concurridas calles de Palermo hasta esquinas transitadas en Flores, Urquiza o Belgrano. Su objetivo es siempre encontrar lugares donde puedan captar la atención de un flujo constante de personas, generando un espacio de entretenimiento en medio del ajetreo diario. Diego y sus compañeros llegan al lugar en su camioneta, cargando los equipos a batería necesarios para armar el escenario improvisado en cuestión de minutos.
En cada presentación, interpretan tres sets de 45 minutos con una selección de temas que va desde el rock nacional hasta clásicos internacionales, buscando conectar con un público variado que va desde vecinos del barrio hasta turistas curiosos.
Además de tocar en la ciudad, la banda aprovecha los fines de semana largos para expandir su escenario itinerante a otras localidades. Diego cuenta que en estas ocasiones, como durante las temporadas de verano en la costa atlántica, el grupo se traslada a Colón o a ciudades costeras, donde montan un campamento común y llevan su música a quienes se encuentran de vacaciones. Estos viajes les permite consolidar un estilo de vida nómada en el que combinan arte y comunidad.
A pesar de la respuesta positiva del público, tocar en la calle presenta desafíos que Armando la Gorra debe gestionar con habilidad. La banda enfrenta a diario la posibilidad de ser desalojada por la policía, vecinos que puedan quejarse por el volumen o comerciantes preocupados por la interrupción en sus negocios. Para minimizar estos problemas, Diego y su equipo buscan ubicaciones que les permitan llevar a cabo su actuación sin conflictos. “Vamos viendo lugares que no nos jodan tanto como la policía o algún vecino, y tratamos de evitar líos”, afirma Diego. Así, han establecido una rotación de espacios, evitando repetir un mismo lugar más de una vez cada 15 días para mantener una buena relación con la comunidad y asegurar que el espectáculo siga fluyendo sin interrupciones.
Además de los permisos informales, la vida de músico callejero requiere una adaptación constante. El baterista y fundador de la banda explica que, aunque se dedican exclusivamente a la música, él complementa sus ingresos ocasionales realizando mini fletes en su camioneta. Esta actividad le permite equilibrar la economía del grupo sin depender de un ingreso estable, lo que simboliza la resiliencia y el compromiso de Armando la Gorra con su arte. Así, en un entorno donde la improvisación es parte de la rutina, la banda sigue creando momentos únicos para sus audiencias, demostrando que el arte callejero es también una forma de vida.