La preocupación y el estrés son dos grandes problemas de esta época en donde todos quieren lograr sus metas y se sienten presionados por diferentes contextos. Tanto la familia, los amigos, el trabajo o la propia sociedad suelen imponer tiempos y objetivos que cada vez nos hacen sentir más angustia por lograrlos.
Cuando esos logros no llegan o nos demoramos en alcanzarlos suele suceder que sentimos un profundo sentimiento de fracaso o que nuestra vida va mal. Esto se agudiza si además tendemos a comparar nuestra vida con la de otros a los que suponemos que todo les va bien.
El efecto destructivo de compararnos con los demás
Las redes sociales muestran de manera constante lo mejor de la vida de los demás. Situaciones donde vemos gente sonriendo todo el tiempo, fotos de logros, viajes o cuerpos perfectos pueden ser otro factor que menoscabe la autoestima si consideramos que nuestra vida no va del todo como la planeamos.
Si a este refuerzo de vida ideal que muestran las redes le sumamos que no siempre somos productivo y que tendemos quizás a, por ejemplo, la procrastinación, es probable que la angustia se acreciente.
La improductividad, el estrés y la ansiedad van de la mano cuando sentimos que nos preocupamos por demás, y cuando dejamos de tomar acción sobre lo que decimos que deseamos lograr.
Pero, ¿sabemos cuál es la diferencia entre las cosas que podemos cambiar y las que no podemos cambiar en nuestras vidas? Para poder responder esta pregunta es necesario entender que cuando un problema no tiene solución deja de ser un problema y se convierte algo con lo que deberemos convivir día a día.
Es necesario aprender a transitar el camino de las soluciones. Entender que cuando las cosas tienen solución tampoco son un problema, son una circunstancia pasajera. Entonces, debemos dejar de llamar “problema” a cualquier asunto que pueda resolverse de alguna forma. Debemos llamarlo, en todo caso, “asunto a gestionar”.
Posicionarse desde este lugar ante las diferentes situaciones que nos acontecen nos va a permitir tomar la distancia necesaria como para dejar que las cosas sucedan mientras desarrollamos una proactividad natural sobre lo que sí tenemos control: las emociones.
Algunos tips que pueden ayudarnos a tener más control sobre nuestras metas y objetivos personales
1. No controlamos todo, solo podemos gestionar las emociones
Muchas de las preocupaciones que diariamente tenemos se deben a cómo reaccionamos a los eventos y al nivel de importancia que le damos a lo negativo en nuestra vida.
Si tan solo pudiéramos ser más conscientes de que la forma de reaccionar es clave para adaptarse a nuevas realidades, pensaríamos dos veces cuál es la mejor forma de reaccionar en vez de precipitarnos al caos o el extremismo emocional.
Nuestros pequeños mundos, arduamente construidos, van a entrar en caos cada cierto tiempo. Acéptalo, dirían los estoicos, y vive sin reaccionar a lo que escapa de ti.
2. Necesitamos redefinir el plan
Cuando el plan A falla, el abecedario tiene muchas otras letras. Si lo elegimos, podemos convertirnos en esa persona que desearíamos tener cuando enfrentamos escenarios no previstos. ¿Cómo crees que reaccionaría la persona que más admiras si le pasara un evento como el que te hace preocuparte? ¿Qué planes y decisiones pondría en marcha? Piensa en ello y encontrarás resguardo para el exceso de ideas angustiantes.
3. Se trata de fluir con el ahora
Muchas de las preocupaciones provienen de nuestra comparación con otros seres humanos y con otros tiempos. Añoranzas de un pasado mejor o del futuro incierto son como latigazos para nuestra actitud hacia el presente.
Los budistas han fundado todo su sistema de creencias en la idea de fluir con el ahora. Sin pedirte que te conviertas a ninguna filosofía en particular, es interesante observar cómo esta idea por sí misma puede ayudarnos a dejar las preocupaciones de lado.
Cuando nos concentramos en el momento presente no estaremos angustiado por el futuro ni focalizados en el estado pasado de mayor calma y certeza, donde suponemos que estaba la seguridad perdida.
Fluir con el ahora implica ser observadores de los acontecimientos. No un observador ingenuo sino alguien que es capaz de no juzgar emocionalmente algo que acontece y caer en el exceso de ese juicio. Pues si hay algo cierto, es que la vida fluye.
4. Somos nuestras experiencias y no nuestros fracasos
Fracaso es una palabra que la inventó alguien que no sabía cómo llamar a esas situaciones donde pasamos de un supuesto resultado final exitoso a varios resultados no previstos de manera consecutiva.
La sola idea de que podemos fracasar en algo asusta, lo entiendo. Y asusta aún más si la idea es aún más persistente porque estamos en una serie de esas situaciones consecutivas donde los resultados esperados son distintos a los obtenidos. Preocupa.
Aquí la actitud sugerida es la de ser un aprendiz. No se aprende la maestría en nada importante al primer intento. Se requiere ser perseverante, y dejar de considerar al fracaso como un quiebre en los planes; más bien, pasar a verlo como un puerto de aprendizajes extra que ahora tenemos para nuestro barco de experiencias.
5. Podemos perder todo excepto nuestra actitud
Muchas de las biografías de los más exitosos emprendedores, inventores y exploradores de la historia mencionan que en algún momento arriesgaron y perdieron todo lo que tenían hasta entonces para poder buscar aquello que deseaban. Y aunque el riesgo siempre fue alto, la recompensa valió la pena.
En esas biografías se hace notar que ellos tenían algo que los hacía destacar con respecto a los otros hombres y mujeres de su época: tenían actitud. Tenían el temple necesario para ir por aquello que deseaban incluso sabiendo que podían perderlo todo, aunque con la suficiente firmeza de que podrían obtener más. Tener actitud para tomar decisiones te traerá paz si confías en ti mismo.
6. Concentrarse en el para qué
No es simple motivación. No es la rutina. No es la idea de éxito medido en función del dinero y bienes. Lo que define las acciones más trascendentales de una persona es su gran “para qué”. Si tenemos una visión clara del impacto de cada una de nuestras decisiones en un escenario de nuestras vidas donde queremos alcanzar éxito en todos los niveles, debes definir un gran para qué.
De esta forma, cuando algo no previsto acontezca, el impacto será mínimo pues tú sabes hacia dónde vas y quién necesitas ser para alcanzar ese gran objetivo que tienes. Define el por qué (cuál es el motivo) y para qué (cuál es el propósito) por el que haces lo que haces y serás imparable.
7. Dejar que el mundo siga y dedicarse a perseverar
La perseverancia es una de las mejores formas de calmar las preocupaciones. Si confiamos en nosotros, en nuestras capacidades, en nuestras habilidades y en todo lo que hemos logrado, entonces sabemos que perseverar en el logro de nuestros objetivos es el mejor camino para concentrarnos en tomar decisiones que nos acerquen a nuestras metas.
Cuando alguien valiente toma nuevas decisiones confía el tiempo suficiente como para seguir tomando más y mejores decisiones. Paso a paso, eso nos acercará a nuestras más grandes metas.
Un breve resumen
Llegando a este punto sugiero: tomar decisiones, definir prioridades, concentrarse en el presente de nuestras acciones y enfocarse en mejorar la forma de gestionar las emociones frente a escenarios caóticos. Las preocupaciones son eso, ideas previas a las ocupaciones.
No debemos dejarnos llevar por esas ideas. Somos alguien que ha tomado buenas decisiones antes y las va a seguir tomando. Por eso es fundamental concentrarnos en lo que es importante para nosotros y confiar en quiénes somos.
(*) Daniel Colombo es Facilitador y Máster Coach Ejecutivo especializado en alta gerencia, profesionales y equipos; mentor y comunicador profesional; conferencista internacional; autor de 31 libros. LinkedIn Top Voice América Latina. Coach certificado Miembro de John Maxwell Team.
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