● Los recuerdos ligados a la comida son intensos debido a su conexión con los sentidos del gusto y el olfato.
● El bulbo olfatorio tiene un acceso directo al sistema límbico, responsable de la memoria y las emociones.
● El sentido del olfato provoca respuestas emocionales rápidas, superando a otros estímulos sensoriales.
Lo esencial: los sabores y olores activan una red neuronal que incluye la amígdala y el hipocampo, lo que permite la evocación de recuerdos detallados y emocionalmente cargados. Esta reacción se debe a la proximidad del bulbo olfatorio a las áreas cerebrales vinculadas con la memoria. Por eso, un plato familiar puede transportarnos instantáneamente a nuestra infancia, generando nostalgia y emociones vivaces.
Por qué importa: comprender esta conexión tiene aplicaciones terapéuticas y podría potenciar el uso de estímulos sensoriales en el tratamiento de trastornos emocionales y en la mejora del bienestar personal.
Los sabores tienen el poder de llevarnos a distintos lugares y también a momentos especiales. Por ejemplo, de vuelta a nuestra infancia, como a la cocina de la abuela o las recetas de mamá, rodeados de aromas familiares y risas. Un simple bocado puede desatar un torrente de recuerdos que despiertan emociones dormidas, desde la seguridad de un plato casero hasta la alegría de un postre especial. Esta conexión entre comida y memoria encuentra sus raíces en cómo el cerebro almacena las experiencias sensoriales.
El secreto de esta poderosa conexión está en el bulbo olfatorio, ubicado muy cerca de las áreas del cerebro que manejan la memoria y las emociones. A diferencia de otros sentidos, el gusto y el olfato tienen un camino directo al sistema límbico, la parte del cerebro donde se guardan los recuerdos más profundos. Por eso, basta con que una sopa recién hecha, milanesas, guisos o el sabor de un dulce típico nos roce el paladar para que, de repente, estemos de vuelta en la infancia, rodeados de momentos y sensaciones que creíamos olvidados.
Este fenómeno es común y se debe a la forma en que nuestro cerebro procesa la comida y los recuerdos asociados a ella, haciéndolos más intensos y duraderos que otros tipos de memorias.
La ciencia detrás de los sabores que nos devuelven al pasado
Un plato de pastas, un postre único y el toque único del cariño hacen de los recuerdos ligados a la comida como uno de los más memorables. En diálogo con Infobae, Claudio Waisburg, (MN 98128), médico y neurocientífico, director del Instituto SOMA y ex jefe de Neurología Infantojuvenil de Ineco, dice que el gusto y el olfato están estrechamente relacionados para entender esta cuestión y que ambos juegan un papel fundamental en la evocación de recuerdos.
Sin embargo, subraya que, aunque el gusto es importante, el olfato es decisivo. “El sentido del olfato es, efectivamente, más poderoso que el del gusto en varios aspectos. Desde la neurociencia, sabemos que el olfato y el gusto están interrelacionados, pero el olfato tiene una conexión más directa y profunda con el sistema límbico, especialmente con la amígdala y el hipocampo, áreas del cerebro vinculadas a las emociones y la memoria”, explica Waisburg.
Este acceso directo del olfato al sistema límbico, señala Waisburg, es “menos filtrado que el de otros sentidos y permite que los olores activen, de inmediato, respuestas emocionales y recuerdos”. Esta singularidad hace que los olores sean capaces de evocar memorias de una forma rápida y vivaz, superando a otros estímulos sensoriales.
En otras palabras, los sabores y los olores acceden al sistema límbico sin pasar por el tálamo, lo que permite una reacción inmediata. Esta conexión directa provoca respuestas emocionales intensas, haciendo que los recuerdos asociados a los sabores sean más vívidos y detallados que los generados por otros sentidos.
El papel del gusto se reconoce en la creación de experiencias sensoriales completas, pero es la combinación con el olfato lo que refuerza significativamente la evocación de memorias detalladas y emocionalmente intensas.
El sistema olfativo humano tiene más de 12 millones de receptores en la nariz y la cavidad nasal, que capturan moléculas de olor y envían señales al bulbo olfatorio para su procesamiento. Con 450 tipos de receptores distintos, el olfato puede percibir millones de combinaciones de moléculas, permitiendo distinguir entre, por ejemplo, una salsa comercial y la receta casera de la abuela.
Según Susan Whitbourne, profesora de psicología de la Universidad de Massachusetts dijo a The HuffPost, “la memoria de la comida es más sensorial que otros recuerdos porque involucra los cinco sentidos”.
“Los recuerdos de la comida provocan mucha nostalgia porque existe todo ese contexto del lugar donde se prepara o se come, así la comida se convierte en algo simbólico, con otro significado”, añadió Whitbourne. “Muchos de nuestros recuerdos como niños no son tanto la tarta de manzana, por ejemplo, sino la experiencia completa de ser parte de una familia, o del ser cuidado con cariño, que le añaden un significado adicional a la cualidad sensorial”.
Mientras que otros tipos de recuerdos pueden involucrar uno o dos sentidos, la comida estimula el gusto, el olfato, la vista, el tacto e incluso el oído, como el sonido de una cáscara crujiente o el chisporroteo de la comida al cocinarse. Esta sinergia sensorial crea una experiencia más vívida y fácilmente recuperable.
Cómo el cerebro asocia sabores y emociones desde la infancia
Desde la infancia, ciertos sabores tienen la capacidad de transportarnos al pasado, despertando recuerdos y emociones que permanecen latentes en nuestra memoria. Pero, ¿cómo sucede? ¿Qué mecanismos se activan?
“Cuando probamos sabores que comíamos en la infancia, se activa una red neuronal que involucra al hipocampo ―clave en la formación de recuerdos― y la corteza entorrinal, áreas del cerebro que preservan memorias específicas, especialmente las que tienen una fuerte carga emocional”, apunta Waisburg.
El neurocientífico consultado por Infobae explica que la asociación entre sabores y recuerdos de la infancia se debe a mecanismos cerebrales donde la amígdala conecta las emociones con los estímulos sensoriales, y el hipocampo se encarga de almacenar esos recuerdos emocionales.
Dado que los sabores suelen asociarse a experiencias emocionalmente significativas, como una comida familiar, la amígdala fortalece estos recuerdos. Así, al percibir un sabor similar, se activa la red neuronal correspondiente, evocando imágenes y sensaciones de la infancia. Y agrega: “La conexión entre sabores y recuerdos está profundamente relacionada con la memoria episódica, que es responsable de almacenar recuerdos personales y experiencias”.
Según los expertos de The Mayo Clinic, la memoria episódica se refiere a la capacidad de recordar experiencias y eventos específicos. Estos recuerdos pueden variar de una persona a otra, incluso si compartieron la misma experiencia. Los detalles asociados con la memoria episódica suelen incluir aspectos como emociones, tiempo y lugar.
El psicólogo y neurocientífico Hadley Bergstrom, profesor asistente de psicología en Vassar, dijo a The Huffpost que “la memoria del gusto tiende a ser la más fuerte de las memorias asociativas”.
Recuerdos intensos y sabrosos toda la vida
¿Cuándo se forman estos recuerdos? Los recuerdos clave que definen la identidad relacionados con la comida son una parte esencial de la memoria autobiográfica, que se forma a lo largo de la vida y refleja momentos clave de desarrollo personal. Un estudio muestra que los recuerdos autodefinitorios relacionados con la comida surgen en distintos momentos de la vida, desde la infancia hasta la vejez.
Los recuerdos de la niñez suelen evocar momentos familiares felices, mientras que los de la juventud están más vinculados a experiencias de identidad, como primeras veces.
En la adultez, estos recuerdos tienden a centrarse en eventos importantes como el nacimiento de un hijo o hitos profesionales. En la vejez, los recuerdos más comunes se relacionan con ser abuelos o la jubilación, reflejando las etapas del desarrollo psicosocial de Erik Erikson, que incluyen la confianza y la autonomía en la niñez, la intimidad en la juventud y la integridad en la vejez.
El estudio también confirma que la mayor parte de estos recuerdos en adultos mayores se codifica durante la adultez, superando el 45%. Este hallazgo es significativo, ya que contrasta con la tendencia de los adultos mayores a recordar más su juventud, un fenómeno conocido como el bache de la reminiscencia.
Aunque investigaciones previas muestran que los recuerdos autobiográficos suelen concentrarse en la juventud, este nuevo análisis subraya la importancia de la adultez como un período clave para formar memorias autodefinitorias, especialmente aquellas relacionadas con la comida, que refuerzan el sentido de identidad en la vejez.
En otro estudio en Francia, se investigó cómo los diferentes sentidos afectan la memoria autobiográfica. Los investigadores descubrieron que tanto el gusto como el olfato tienen un impacto único en la evocación de recuerdos, que destacan por ser más emocionales y menos comunes que los recuerdos visuales o auditivos.
A pesar de que estos recuerdos suelen ser menos detallados y más difíciles de recuperar, mostraron un potencial particular para desenterrar memorias olvidadas, especialmente de la infancia. Esto se debe a la conexión profunda de estos sentidos con el sistema límbico del cerebro, responsable de las emociones y la memoria.
El estudio señaló que los recuerdos desencadenados por sabores y olores eran más propensos a ser viejos y emocionalmente intensos, coincidiendo con el llamado efecto Proust. Esta investigación reafirma la importancia de los estímulos sensoriales en la memoria, sugiriendo que el uso de señales personalizadas puede mejorar la recuperación de recuerdos autobiográficos, especialmente en contextos terapéuticos o clínicos.
En esa misma línea, la revisión de los investigadores Jeffrey D. Green, Chelsea A. Reid, Margaret A. Kneuer y Mattie V. Hedgebeth analizaron por qué los recuerdos provocados por el gusto y el olfato son especialmente potentes y relevantes para la identidad personal.
La investigación abordó los fundamentos fisiológicos, neurológicos y psicológicos que explican por qué estos recuerdos evocan emociones positivas más intensas que las provocadas por otros estímulos.
Los recuerdos inducidos por aromas y sabores no solo tienen un perfil emocional más favorable, sino que también ofrecen beneficios psicológicos, como una mayor autoestima, un sentido de conexión social y un significado más profundo en la vida. La investigación destacó que la nostalgia evocada por la comida y los olores posee su potencial uso en contextos clínicos.