¿Por qué nos sentimos ansiosos, desconectados y más perdidos que nunca en un mundo que pareciera ofrecer cada vez más oportunidades? El malestar latente está inserto en nuestras sociedades, donde el sufrimiento es silenciado y la felicidad se impone como un mandato. En una sociedad posmoral que celebra la inmediatez, se vuelve fundamental valorar la vida en comunidad, plantear los problemas que nos aquejan desde una mirada más global y repensar las formas de vincularnos.
En este episodio de La Fórmula Podcast, el consultor en innovación y economía del conocimiento Augusto Salvatto explora el malestar en la sociedad actual y considera al estrés, la ansiedad y el burnout como síntomas de un problema colectivo que trasciende lo individual, impulsado por una cultura algorítmica e hiperindividualista.
Además, aborda el fenómeno del “atracón” de contenidos y la “felicidad fingida”, donde la superficialidad y la búsqueda constante de placer distorsionan la verdadera satisfacción; y cuestiona la ambigüedad moral actual y plantea si estamos cada vez más cerca de un hedonismo que carece de valores sólidos en los cuales sostenerse. El episodio completo podés encontrarlo en Spotify y YouTube.
Augusto es politólogo, licenciado en Relaciones Internacionales de la UCA y profesor. Tiene un minor en A. Latina Contemporánea (PUC Chile) y una maestría de la Universidad de Salamanca y de la Sorbona de París.
Fue reconocido por la Comisión Fulbright de los EEUU y por la Fundación Carolina de España. Además, es fundador y director de la Consultora Panorama y se especializa en innovación, transformación digital y futuro del trabajo. Es Director de Diversidad Global en Nawaiam y coautor del best seller La batalla del futuro (LEA). Es autor de los libros La batalla del futuro: algo en qué creer y País de mierda: Ideas y reflexiones sobre el mejor país del mundo, junto a su hermano Mateo Salvatto. Su última publicación es La era del malestar. Algoritmos y redes antisociales.
La era del malestar
— ¿Qué es una sociedad algorítmica y cuál es el virus del malestar?
— Algo que me llamó mucho la atención y me permitió, o me llevó, a empezar a escribir este libro e investigar estos temas tiene que ver con lo que para mí era el mejor momento de la humanidad, o lo que para la mayoría de la gente, en base a los indicadores que consideramos importantes, nos hacía pensar que estábamos en el mejor momento de la humanidad. Sin embargo, esa percepción chocaba con una realidad en la que cada vez más personas experimentaban una sensación de malestar. “¿Cómo estás?”, “estoy estresado” o “estoy a mil, estoy quemado”, por ejemplo, el síndrome de burnout, el estrés, la ansiedad, es un problema cada vez más grande y las estadísticas lo reflejan. Pero no solamente a nivel individual, a nivel sociedad también.
Si analizamos las estadísticas, vemos disconformidad con las instituciones democráticas, cada vez más protestas en distintos lugares del mundo, entonces eso me llevó a decir: “¿Qué está pasando en el mundo que está presente este malestar?”. Por otro lado, sociedad algorítmica es un poco una forma de tratar de reflejar algunas cosas que estamos viviendo, donde todos estamos siguiendo el algoritmo o una suerte de patrones, un caminito lógico que nos dicen cómo tenemos que hacer las cosas: las métricas, los indicadores que, por ejemplo. nos permiten decir: “¿Esta entrevista está saliendo bien o mal? Tenemos que saber cuántas views tiene y en función de esas views vamos a tomar una decisión”. Una asociación algorítmica un poco se comporta así, haciendo las cosas con una frecuencia de pasos lógicos, sin cuestionarnos lo que estamos haciendo.
— ¿Cuáles creés que son los principales factores que nos llevan a este malestar? ¿Nunca estuvimos así antes o es que no lo sabíamos identificar con claridad?
— Cuando pensamos el malestar tratamos de pensarlo siempre desde una perspectiva individual, esta lógica de “yo me siento mal”, “yo estoy estresado” o “yo estoy ansioso”. En esas dimensiones individuales del malestar cuesta meterse y lo trato de aclarar en el libro desde el punto de vista de que esto no es un libro sobre salud mental. Yo no vengo del mundo de la salud, entonces no puedo hablar de eso y de cómo cada uno lidia con su malestar individual. Si querés hacer constelaciones familiares, hacer terapia, hacer biodecodificación, hay formas de lidiar con ese malestar desde el punto de vista individual. Lo que no hay, o existe menos, es una problematización del malestar como una cuestión colectiva. Si somos diez en una habitación y nueve están estresados, quizás no hay un problema individual en esas nueve personas. Quizás hay un problema vinculado con cosas más amplias, con formas de comportarnos, de relacionarnos, en cómo organizamos el trabajo, en nuestras relaciones cotidianas, en nuestro día a día.
Lo que yo trato de explorar es un poco esa dimensión colectiva del malestar o esa parte más social del malestar, que no es que anula la otra parte. Después cada uno buscará formas más individuales de sentirse mejor, pero hay cosas que tenemos que tener en cuenta desde este punto quizás colectivo. Esa parte creo que está menos visibilizada y se tratan de buscar explicaciones siempre más individuales y de verlo desde lejos: sí, hay una estadística que dice que el 50% de las personas en Estados Unidos sufrieron ansiedad. Está la estadística, pero ¿qué está pasando detrás de todo eso para que haya un montón de personas que se sienten disconformes con el presente?
— En el libro haces hincapié en que gran parte de esto tiene que ver con que nos volvimos una sociedad individualista. ¿En qué nos perjudica?
— Si yo digo: “No necesito a nadie para ser feliz”, va a haber una suerte de aprobación de ese discurso, como las frases que se escriben en remeras, almohadones o que se postean en las redes. Esas frases que conforman nuestro sentido común creo que a veces está bueno problematizarlas. Hay una cultura detrás de esto y yo lo que trato de hacer en el libro es entender las culturas que se fueron formando no solamente a causa de la digitalización. Una de ellas es la cultura del do it yourself, esta cosa de “vos podes hacer cualquier cosa que te propongas”. Este tema está muy presente en las narrativas con las cuales nos criaron y hay una lógica de “podés lograr cualquier cosa que te propongas” cuando después salís a la vida y te das cuenta que a veces no podés lograr cualquier cosa que te propongas. Eso es muy frustrante y termina generando consecuencias más negativas que positivas. A veces tendemos a plantear los debates en cuestiones bipolares porque somos también hijos de la Guerra Fría y de la cultura del pensamiento de la Guerra Fría, entonces vivimos en una sociedad hiper individualista donde se plantea que podemos hacer cualquier cosa por nosotros mismos, donde no necesitamos a nadie, donde nuestra felicidad no depende de nadie más o vivimos en una sociedad donde el colectivo nos aplasta.
Yo creo que ahí hay algunas cosas en el medio para trabajar: ¿podemos generar una cultura o una sociedad donde a partir de la vida en común seamos más libres? Vivir con otras personas, intercambiar y que eso nos permita no aplastarnos sino tener una mayor libertad cada uno de nosotros. Son debates filosóficos muy antiguos y la sociedad se lo viene preguntando hace 2000, 3000 años. Tienen que ver hasta dónde la sociedad y hasta dónde el individuo. Yo creo que ahí estamos corriéndonos del lado del hiper individualismo, las redes nos ayudan mucho a eso, cada uno de nosotros vive como en un propio monoambiente digital donde tenemos todo lo que necesitamos. Hay un algoritmo que nos recomienda las cosas que nos gustan y eso nos termina llevando muchas veces a eliminar la vida en comunidad y en un tránsito muy corto de tiempo a aquellas instituciones que generaban una vida en comunidad. Y que hoy están prácticamente desaparecidas. Volver a una vida comunitaria donde todos vivimos en aldeas eso no va a pasar, pero problematizar la individualidad o el individualismo es una tarea, un desafío que tenemos ahora.
— En el libro mencionás a la cultura del atracón como un fenómeno actual ¿Qué es y cómo actúa?
— Vivimos inmersos en una cultura del atracón con todo, hay una sociedad que es como si prácticamente no tuviera límites para nada, y los límites a veces son buenos. No es una palabra que tenga buena prensa, pero a veces son buenos. ¿Cuántas veces te desvelas para ver un capítulo más de la serie? ¿O decís: “Último reel” y terminaste viendo cuatro horas durante el día y perdiste un montón de tiempo? Esa misma lógica se reproduce con un montón de cosas y es una cuestión de: el costo de incorporar un elemento más a lo que estamos consumiendo es cada vez menor. ¿Ver una película más? Si hay miles, no vas a llegar nunca en tu vida a ver todo el contenido que hay en Netflix, ni todo el contenido en Instagram. Esas experiencias de lo ilimitado a veces nos lleva justamente a eso, a empacharnos. ¿Cuántas personas dicen: “Quiero que llegue el fin de semana”? y pasa el fin de semana encerrado viendo un capítulo atrás de otro y termina con la cabeza abombada. Eso es un atracón, no es mirar un consumo o tener un consumo cultural para decir: “Me entretuve, me hizo pensar, me ayudó”, es estar embobado frente a una pantalla. Eso es parte de la cultura del atracón que está muy presente en las redes sociales y que nos dan una experiencia de lo ilimitado que no se condice con la realidad que muchas veces es limitada.
— Hay una frase tuya que dice: “Estamos atravesando una pandemia de la felicidad fingida”
— Hay una complejización sobre la felicidad, pero todo el tiempo lo que nosotros tratamos de mostrar en esta sociedad muy superficial y de la imagen es la euforia, como si fuera sinónimo de felicidad. Si yo muestro la foto de dos personas y hay uno que está con una sonrisa de oreja a oreja y otro que está serio, seguramente el de la sonrisa va a ser señalado como el más feliz. Eso es una suerte de impostación de la alegría, de la felicidad, que a veces no refleja lo que realmente está pasando. Un poco las redes sociales te llevan a eso ¿qué se muestra en las redes? El disfrute, no es tan común que alguien diga: “Hoy me levanté y no quiero hacer nada”. Mostrás “mira lo bien que estoy, estoy yendo al gimnasio, estoy comiendo en un restaurante lindo, estoy sacándole una foto a algo lindo”. En realidad lo que estamos haciendo es exponer todo el tiempo algo que no es real porque las personas pasamos por estadios. Podés ser feliz y estar viviendo un gran momento, pero a veces levantarte de mal humor y si cuando estás atravesando un mal momento miras alrededor y todo el mundo aparentemente está feliz, volvés a la pregunta del individualismo: “¿Qué tengo mal yo que estoy mal y todo el mundo es feliz?”.
— Mencionás que conceptos como el bien, el mal, la justicia y la injusticia se han vuelto ambiguos y relativos. ¿Creés que esta subjetividad y cuestionamiento constante trae consecuencias?
— Yo creo que hay un debate interesante que tiene que ver con, yo lo llamo “sociedad post moral”, pero con esta lógica de creer falsamente de que no nos atamos a ningún sistema de creencias. Es como decir: “Lo que está bien o mal lo voy a ver en el momento”. La moral es una serie de valores, un sistema de creencias que nos orienta en lo que está bien y está mal. Ya el simple hecho de decir “esto está bien y esto está mal” en la sociedad actual genera un alerta. ¿Quién sos vos para decir qué está bien y qué está mal? De vuelta, ahí están otra vez las certezas con las que nos manejamos y a mí me surge incluso esta duda de que no está tan buena esta mirada de la moral, lo que pasó es que en la sociedad, especialmente a partir del siglo XX, el famoso Nietzsche cuando dice: “Hemos matado a Dios” o “Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado”. Un poco lo que está diciendo -más allá del concepto de Dios y emparentado con lo religioso-, es que los seres humanos eliminamos cualquier tipo de sistema de creencias, el sistema de creencia de lo positivo y lo que está bien y lo que está mal. Entonces yo creo que el ejercicio que tenemos que hacer es decir: ¿para qué creamos un sistema de creencias? ¿Por qué en algún momento tuvimos que sentarnos los seres humanos a decir: “más o menos esto nos orienta”, a saber qué está bien y qué está mal?
Porque si nosotros consideramos que lo que está bien y lo que está mal depende de lo que yo crea qué está bien y qué está mal, tiene también algunas consecuencias problemáticas. Hay toda una serie de valores que nosotros establecemos en la sociedad. Las leyes se supone que vienen de algún lugar. Matar a alguien está mal ¿no? Esa serie de valores que tenemos detrás a veces se terminan perdiendo y se terminan difuminando demasiado, entonces los seres humanos necesitamos para ordenar nuestra vida en sociedad un sistema de lo que está bien y lo que está mal.
Porque sino estamos perdidos. Estamos perdidos en el sentido negativo y todo empieza a carecer de sentido. La moral también va cambiando a lo largo del tiempo. Durante algún tiempo existió esta famosa moral heroica, de los famosos héroes de la Edad Antigua, la Edad Media, con los relatos que se contaban uno decía: “¡Qué bien! Esta persona que fue heroica porque hizo tal o cual cosa”, generalmente vinculados a la guerra, pero esa era una moral y esa moral puede tener sus problemas, tiene un objetivo, pero tiene obviamente un montón de problemas. En algún momento también hay dando vueltas, y no es la primera vez en la historia que pasa, una moral muy hedonista que el único objetivo de lo que está bien es lo que a vos te hace feliz y entonces cultivas el placer. Ser feliz y disfrutar es lo que tenés que hacer en la vida. Yo creo que el problema es que no tengamos una moral, después podemos discutirlas todas.
— ¿Creés que estamos cada vez más cerca del hedonismo? Muchas de las frases que repetimos giran en torno a: “Hacé lo que te haga feliz”, “la vida es corta”, “no vivas para los demás, priorizate”. ¿Pensás que esa es la moral actual o estamos viviendo una crisis de valores?
— Yo creo que estamos en un pasito más. De hecho, está la moral estoica ahora dando vueltas. Hay una lógica donde, y no estoy diciendo no hay que respetar, pero es como que la moral de cada uno está bien y eso no es una moral, sería en todo caso un no moral. En la sociedad de nuestros abuelos estaba muy presente esa moral del sacrificio, esa cosa de postergar el disfrute presente para alcanzar algún tipo de objetivo futuro. Eso es muy criticado, incluso en algunos casos por nuestros padres, por nuestra generación, pero es criticada esa lógica de “al final la abuela, pobre, trabajó toda la vida y nunca pudo disfrutar nada”. Quizás esa era su forma de disfrutar, lo cual es otro debate, pero nos resulta muy difícil observar otra sociedad, otro sistema de creencias, y tratar de juzgarlo positivamente o, al menos, objetivamente. Nos ocurrirá lo mismo con la generación que vendrá después; dirán: “Estos chicos estaban todo el tiempo preocupados por la imagen, por el disfrute, y en realidad el sentido de la vida es otro”. Hacer este juicio desde el presente es incómodo porque nos criamos en un contexto individualista. Eso no significa que no podamos reflexionar al respecto. Siempre habrá una generación que nos juzgue de manera distinta, y sería muy soberbio de nuestra parte creer que este es el fin de la historia.