Si la imagen corporal fuera un campo de batalla, Mia Baccanelli podría ser guerrera, una especie de William Wallace versión femenina, que lucha por la libertad y la diversidad de los cuerpos. Así se presenta en las redes, el arma con la que a veces ella misma despotrica y refiere como un “Gran Hermano en el que todos estamos siendo observados”.
Es que a Mía, también conocida como Miuki de la pipol, no niega su rol de influencer y activista pero sucede que el espacio que utiliza para comunicar esta temática urgente, es para ella también un ecosistema feroz donde reinan los filtros y retoques que la humanidad utiliza para mostrarse y verse más “bella”.
Pero para esta joven de 28 años, Licenciada en comunicación, lo que importa —está claro — es el mensaje. Desde su juventud, Mia enfrentó la presión social de encajar en los estándares de esta belleza predominante, una lucha marcada por dietas restrictivas y una constante búsqueda de aceptación.
La percepción cultural y social, ha contado, moldeó su idea de la belleza, alimentando una constante insatisfacción con su propio cuerpo. Pero hubo un click hace no mucho, cuando en 2019 viajó a Barcelona. “Me fui de intercambio con mi universidad a estudiar allá un tiempo. Imagínate, Barcelona es una libertad absoluta. Vi unos cuerpos hermosos, la gente muy libre”, explica a Infobae.
Casi como en un relato bíblico, la historia de revolución de Mía se cuenta en un antes y después de Barcelona. “Antes en Instagram hacía un contenido como más humorístico, más standapero. Pero a partir de ese año, me acuerdo muy puntualmente porque subí una foto mostrándome en malla, comenzó a suceder todo”, rememora Mia, quien hoy tiene poblada sus redes sociales con este tipo de imágenes.
Entonces una seguidora le dijo que era valiente. Y otra la felicitó. Después, alguien le agradeció por mostrar un modelo de una bikini. “¿Dónde los consigo?”, le empezaron a preguntar cada vez más. Mientras respondía las inquietudes, Mía comenzó a modelar estilos y looks. Y así, con ese sin pudor divertido, apareció la combustión poderosa que se genera en las redes, para ella, la puerta de entrada para ser lo que es hoy, incluyendo su faceta de escritora.
Acaba de publicar No pienso llamarte más, historia de mi futuro incierto, una novela donde Catalina, la protagonista, siente que no encaja en ningún lado. No importa cuántas dietas haga; cuántas carreras pruebe ni con quién se relacione. Y con una madre que le recuerda siempre que no es lo suficientemente flaca.
Entre aquel primer post y este libro pasó mucha agua bajo el puente. “Mis seguidoras se volvieron locas, me decían eso de qué valiente. Para mí valiente es un maestro o un bombero. Yo me estoy mostrando en bikini, no estoy haciendo nada”, razona.
Después de aquel viaje, cuando volvió a Buenos Aires, se topó con una nutricionista que le empezó a dar pastillas para adelgazar. “Duré nada, tres semanas. Y en un momento dije: ‘Esto es una locura, ¿qué estoy haciendo?’ Tiré todo. Creo que recién ahí empecé como un camino de sanar y conectar con mi cuerpo. También estaba esta cosa de romper con un montón de pensamientos que tenía respecto a ideales de belleza”, explica.
—Indudablemente se avanzó en el último tiempo con respecto a la diversidad de los cuerpos, sin embargo pareciera que aún falta, al menos en Argentina, mucho camino por recorrer, por ejemplo, con respecto a la ley de talles. ¿Cuál es tu opinión?
—No soy profesional pero hasta el año pasado Argentina se encontraba entre los países con más trastornos alimenticios del mundo. Yo creo que sí, hay avances, porque de repente vemos marcas que tienen diversidad de talles, vemos que se empieza a hablar. Pero de pronto yo me pregunto si no fue más una moda de ´dale, todos somos diversos´.
—¿Decís que se trata de un especie de maquillaje del momento?
—-Puede ser. Es como que esa moda se terminó y ahora de nuevo todos talle uno. La ley de talles no nos importa, la sacamos de agenda. Las redes sociales son un tema. Estamos constantemente con 25 mil filtros que te cambian absolutamente toda la cara. Instagram te muestra todo el tiempo cuerpos que son hegemónicos. Hay marcas y hay personas que realmente están comprometidas con el cambio por supuesto. Pero otras, me pregunto, si no quieren ir con la diversidad corporal para vender más. A mí me pasa de repente de ir a locales y que el talle más grande no me entra. Y no es que yo tenga el culo de una Kardashian.
Crear consciencia
Mía -además de hablar sin pelos en la lengua- reconoce que es una privilegiada. No muchos pueden viajar y tener esa apertura que le permitió generar este caparazón fuerte con el que milita por la diversidad de los cuerpos.
Lo mismo a la hora de ir a buscar una prenda y no encontrar talle. “Hoy por hoy no me afectan tanto, porque ya fueron años de terapia y años de crecer con mi cuerpo, y de aprender a quererme. Pero yo pienso en una chica de 15 años o de 13, que se está yendo a probar ropa, después de su primer menstruación y que no le entra nada. Es un momento horrible el del probador”, afirma haciendo referencia con cierto disgutos a que algunos lo pueden ver a esto como una cuestión menor en un país que siempre está inmerso crisis.
—Son muchos los casos de bulimia y anorexia que comienzan ahí, con ese probador y esa ausencia de prendas. Aquí es también donde la autoestima se pone en juego y genera otra puerta de entrada hacia estos serios problemas de salud mental.
—Totalmente. Por eso creo que un pilar importantísimo hoy en día con tantas redes sociales, es que haya referentes que muestren diversidad, pero diversidad en todos sus sentidos. Yo de chica, cuando veía Disney, en vez de que la heroína sea siempre una Barbie o Blancanieves, me hubiese gustado Úrsula. Siempre las malas, las que les iba mal, las villanas, eran las gordas, las feas. A las que les va bien eran rubias y flacas. Debe haber referentes, gente que se pueda identificar, que se muestren personas diversas. Yo no soy madre, pero el rol de los padres es muy importante. Hay que acompañar, hacerles entender que los cuerpos de sus hijos son gloriosos y magníficos. Con toda la vorágine nos olvidamos de lo fuerte y grandiosos que son nuestros cuerpos: con ellos podemos caminar, correr, bailar, podemos hacer una cantidad de cosas.
—Te escucho y veo que hay ahí una cuestión que tiene que ver con la aceptación, con la conciencia también del presente. ¿Qué rol cumple la terapia para proteger o sostener a las personas más vulnerables frente a esta realidad?
—Sin dudas es muy importante. Algo que siempre digo, es fundamental hablar y contar las cosas. Tengo varios años de terapia. Tuve la posibilidad de viajar, de tener una familia hermosa. Está todo ligado y a mí me ayudó mucho la terapia. Creo que a cada uno le tienen que encontrar qué le hace bien para amigarse en la relación con su cuerpo. Es como que me doy un abracito, eso de decir cómo durante tanto tiempo odié mi cuerpo y no me sentí cómoda. Mi cuerpo, mi alma, son hermosos. Es hermoso estar vivo. Sin embargo, uno pasa mucho tiempo mirando la falta, la carencia, lo que no.
Amor propio, positivismo y humor
Mia contagia buena onda. Es lo primero que se percibe detrás de la línea a la hora de la entrevista. Está en Córdoba, en algún lugar donde se le va la señal. Pide disculpas y cuando vuelve la comunicación, dice: “Ahora si, ¡vamos!. Ese es un segundo rasgo: ya al minuto muestra la vía por donde va esa locomotora de positivismo y buen humor, un aspecto que se ve reflejado en sus redes cuando despliega su faceta como modelo.
En su adolescencia, se vio atrapada en la idea de que la delgadez era sinónimo de felicidad y aceptación. Por eso la vulnerabilidad y la empatía son valores fundamentales para Mia, reflejados tanto en sus publicaciones en redes sociales como en su vida diaria. Su mensaje es claro: al mostrarnos auténticos y vulnerables, nos volvemos más fuertes y capaces de conectarnos genuinamente con los demás.
A través de su activismo, busca hoy inspirar un cambio cultural hacia una mayor aceptación y amor propio. Con más de 20 mil seguidores en su Instagram, el espacio de visibilización de la diversidad corporal y el amor propio es una cuestión que ella pregona todos los días, aceptando algo que a muchos les cuesta: permitirse sentirse mal.
“No todo es color de rosas. Todo bárbaro, pero a mí también me sigue costando. O sea, no es que todos los días estoy con esto de amate, quérete. Y sí, a veces no me quiero nada,” suelta.
Y se sincera: “Tuve en las primeras épocas comentarios donde me dijeron que milito la obesidad o cómo yo me voy a poner eso si soy una gorda. La gente detrás de un username se anima a ser cruel, ¿viste? Me acuerdo de ir llorando a mi mamá. Hay a algunos que le jode que vos te quieras. Mucho amor a esas personas.
—Más allá de esos comentarios, existe algo muy fuerte en los trastornos de alimentación que tiene que ver con la mirada ajena. Volviendo a esto que decías de que las redes pueden ser buenos canales para difundir, son también el lugar desde donde esa opinión del otro pesa. Hay aquí una contradicción.
—Es difícil, ¿no? Estamos todo el tiempo buscando que nos aprueben y comparándonos. Siento que puedo contribuir con un granito de arena; de repente a las personas les llega lo que digo y pueden cambiar con perspectiva la relación con su cuerpo. Vuelvo a lo de antes, las redes tienen una doble cara. Yo puedo estar generando conciencia con un montón de cosas. Pero creo que hay que ser muy conscientes en otras. La gente, yo misma, estoy mirando a ver quién me miró las historias, quién me la leyó, qué piensan, cómo me miran. Está bueno que cada uno pueda encontrar herramientas. La mirada ajena siempre va a estar. ¡Hay que trabajar en darle más luz a nuestra propia mirada!, ir más para adentro. Hay que subir el volumen de adentro y acallar un poco las voces de afuera.
—Está muy de moda el ayuno intermitente. ¿Cómo lo ves vos?
—He leído y estudiado distintos papers. El ayuno en sí es buenísimo, pero porque el hígado necesita 12 horas para poder funcionar bien. Pero si vos al hígado no le das timepo para que se limpie, para que termine su ciclo de limpieza, no va a trabajar bien. Y el hígado es nuestro segundo cerebro. No cuento las horas de forma determinante o lo llevo a un extremo. Sí te puedo decir que me levanto y no como enseguida. Voy a entrenar, hago otra cosa. Y luego desayuno. Creo que se trata de un equilibrio.
Mía dice que se reconoce influencer aunque hay algo ahí con esa palabra que, piensa, le sigue costando un montón. “A veces siento que no quiero influenciar a nadie porque no la tengo clara en un montón de cosas. Trato de hacer activismo sobre la diversidad corporal, de mostrar un mensaje. Ojalá que el día de mañana no siga hablando de diversidad corporal. Hay muchas mujeres que les sigue costando la relación con su cuerpo”, dice esta mujer que pregona siempre a favor de la alimentación saludable.
“Hace unos años empecé a cambiar mi relación con el alimento. Me empecé a dar cuenta que el alimento es mi medicina. Tampoco soy Heidi (risas). Pero ya no hago dietas, el concepto de dieta me parece que está obsoleto, como lo que me hace bien. Si algún día tengo más hambre, comeré más y si tengo menos hambre, comeré menos”, agrega.
Hay que escuchar al cuerpo. Este es el mensaje final de Mia. Su bandera se trata de la consciencia después de todo, y de pensar cada uno cómo se alimenta, una cuestión que lleva a todos los terrenos de la vida: “No solo se trata de lo que me alimento con la comida, sino en cómo alimento mi cabeza, mi tiempo y mis relaciones”.