Reconocido como uno de los “flyingwinemakers” más afamados del mundo, este enólogo francés legó al país en 1988, invitado por Arnaldo Etchart. Ya pasaron 35 años de aquel primer contacto con el país y con el vino argentino. Y, en todo este tiempo, Michel Rolland no solo se enamoró de la Argentina, su gente y su comida, sino que también enamoró a muchos otros, que años más tarde siguieron sus pasos. Porque confiando en él, mucho más que en el país, desembarcaron muchos bodegueros y empresarios, en su mayoría franceses, que invirtieron recursos pensando siempre a largo plazo, algo impensado para los locales, siguiendo la visión de este enólogo visionario.
Michel hizo vinos en 23 países, pero fue la Argentina, luego de su Francia natal, su lugar en el mundo. Acá, no solo se dedicó a asesorar a varias bodegas sino también a desarrollar un imponente emprendimiento vitivinícola que, luego de 25 años, sigue siendo único en el mundo; el Clos de los Siete. Cautivado por los Altos Valles Calchaquíes tanto como por el Valle de Uco, él también invirtió sus recursos en el país para tener sus viñedos propios y construir su bodega. Su intención siempre fue muy clara, hacer grandes vinos de terroir para disfrutar, pero también con potencial de guarda y con el Malbec como bandera. Sí, apostó por ese varietal mucho antes y con más fuerza que la gran mayoría de los bodegueros argentinos hacia fines de los 90′.
A través de un estilo definido de sus vinos, que también se fue acomodando al ritmo de un mayor conocimiento del lugar y del equilibrio de las plantas, influenció a varias generaciones de jóvenes hacedores argentinos. También fue clave para captar la atención de los críticos internacionales, llevando así al Malbec, y por ende al vino argentino, por primera vez a las portadas de las revistas especializadas más prestigiosas del mundo.
Rolland nació en 1947 en Pomerol (Francia), cuna del Merlot más prestigioso, y se crió entre viñas, ya que su padre era productor. En la facultad de enología ya demostraba tener ideas “locas”, algunas de las cuales pudo llevar a cabo, como la del Clos de los Siete, el campo de 800 hectáreas al pie de la Cordillera de los Andes, donde construyó su bodega.
Pasaron muchos años y muchos vinos, en estos 35 años y Rolland mantiene esa risa fresca, tan real como espontánea, signo que está feliz. Como buen francés, disfruta de los placeres de la vida, sobre todo la buena mesa y los buenos vinos. Pero sabe que nada se logra sin esfuerzos, y que el romanticismo del vino debe ser solo una parte de la película. Además, conoce cómo nadie de la importancia del negocio del vino, ya que, para que una empresa sea sustentable, no solo hay que respetar el medio ambiente y cuidar los recursos naturales, sino que también hay que generar recursos para poder mantener las fuentes de trabajo y que todos los involucrados puedan progresar.
En la cava del restaurante del Hotel Faena, en la previa del evento anual de Clos de los Siete; el campo en el Valle de Uco donde están las bodegas que producen el icónico vino desde hace 20 cosechas y que ya se exporta a 75 países, aceptó una charla mano a mano con Infobae, no para hablar de su historia ni de la del Malbec en la Argentina, sino para analizar el presente y el futuro del vino argentino.
-¿Cuál era su sueño hace 25 años cuando pensaste el Clos de los Siete?
-Los sueños son para concretar no solo para soñar. Hoy, 25 años después, mirando el lugar, los vinos y el funcionamiento de toda la empresa, puedo decir que estoy contento. Porque todo va bien, aunque no sea fácil el día a día; Argentina no es fácil (risas), pero a pesar de todo es una realidad, hacemos buenos vinos y estamos muy contentos en el lugar. Es cierto que en 2023, por causas climáticas, hicimos una pequeña cosecha, la primera en 20 años, pero no me quejo.
-¿Cómo ve el presente del Malbec y su futuro próximo?
-Nosotros tenemos una política que podemos cambiar y adaptarla, porque en el campo hay 50% de Malbec y el resto está plantado con otras variedades francesas (en referencia al Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Merlot y Syrah, entre otras). Pero el Malbec me parece el más emblemático de la zona y de la Argentina, entonces ¿por qué cambiar? Soy de Pomerol (Francia) y crecí con mi abuelo, si yo le llegaba a preguntar por qué no cambiamos el Merlot, seguramente me hubiera dicho que estaba loco. ¿Por qué cambiar algo que funciona bien en un lugar? Además, es una variedad que goza de una imagen mundial muy fuerte. Debemos seguir, quizás se le pueda agregar un poco de Cabernet Sauvignon o Cabernet Franc, o incluso podemos hacer Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc, pero el Malbec es la variedad Argentina, porque nadie más la puede hacer, solo algo en Cahors (comuna en Burdeos de donde es originaria la uva), pero es muy poco en términos de producción.
En el futuro, dice Rolland, quizás en lugar de hacer 100% Malbec se puede buscar de hacer sinergia con un poco de Cabernet Sauvignon, Merlot o Cabernet Franc, y hacer otros vinos agradables para tomar, pero siempre debe mandar el Malbec. “Hay una dicho en Burdeos; el vino no es complicado de hacer, pero lo que más cuesta son los primeros 100 años. Entonces, falta tiempo, las cosas no se pueden hacer de un día para el otro. Hoy Pomerol es conocido y prestigioso porque lleva un siglo haciendo grandes vinos. Yo creo que el Malbec ha dado un salto en el mundo mucho más rápido que cualquier otro vino”, explica.
-¿Cree que alguna vez las zonas vitivinícolas argentinas van a pesar más que el Malbec?
-Sin dudas, hay lugares mejores que otros en la Argentina, porque el terroir no es solo francés, está en todo el mundo. Y con el tiempo, vamos a saber cuáles zonas se destacan más que otras. Si bien todavía no estamos tan avanzados en este tema, sabemos y estamos seguros que las zonas existen. Incluso dentro del campo (Clos de los Siete) de 800 ha, hay zonas mejores que otras, y ya sabemos de dónde salen nuestros vinos de alta gama.
-¿Podría definir cómo eran esos primeros Malbec y cómo son estos de hoy, su carácter y hasta dónde puede llegar su complejidad?
-El Malbec es una muy buena variedad que tiene todo para hacer grandes vinos. ¿Qué pasó entre los Malbec de fines de los 90′ y los de hoy? La uva tiene un problema natural, sus taninos no son muy finos. Hoy sigue habiendo exponentes ligeros y con taninos rústicos. Ni uno ni otro, la clave está en el medio, en lograr un Malbec con taninos suaves y buen cuerpo, así se logró una buena fama en el mundo. Hemos hecho un camino fenomenal, pero lleva tiempo.
-¿Qué se viene de nuevo de la mano de Michel Rolland?
-Hoy estoy un poco más tranquilo, pero en mi vida siempre me movió la curiosidad, eso fue lo que me llevó hasta Armenia. Cuando llegamos allá junto a Eduardo Eurnekian, le dije que parecía que las piedras crecían más que los viñedos (en alusión al terruño). Pero se sacaron las piedras, se plantaron los viñedos, y hoy se hacen muy buenos vinos. Eso es mi vida, si mañana alguien me llama desde la luna para hacer vinos, voy. Así llegué a Uruguay, porque los dueños de la propiedad tienen energía y es divertido, porque me divierto siempre. En Argentina en término de vinos, no tengo nada en mente, pero sí voy a cumplir otro sueño: voy a abrir un restaurante en Puerto Madero con mi nombre, los vinos del Clos de los Siete, y una selección de vinos argentinos que me gustan, porque considero que es aburrido un restaurante que solo sirva vinos de una bodega. Y en Francia también estoy tranquilo.
-¿Hay algún nieto de la nueva generación que quiera seguir sus pasos?
-Si bien son muy jóvenes, las nietas ya no, pero los gemelos Arthur y Theo, y también a Rafael, les encanta el vino, siempre prueban todo. En la familia se habla de vino más que de cualquier otra cosa, y les gusta. Además, cada uno ya tiene su vino (en alusión a la línea top de su bodega, en la que cada nieto tiene su etiqueta exclusiva).
-¿Cuál es su vino argentino favorito entre los suyos?
-Hay dos vinos, Val de Flores en Mendoza y Yacochuya en Salta. Porque si bien no son mejor hechos que los otros, ambos nacen en viñedos muy viejos, tenemos una gran calidad de uva y son vinos muy diferentes. Por eso son los emblemáticos de nuestra producción.
-¿Tiene una cosecha favorita de la Argentina?
-Hoy día, Val de Flores 2006 y 2007, ambos son buenos. Yacochuya 2005 y 2014, son los que tomo hoy. Pero la mejor cosecha de mi historia en Argentina es la 2018, sin dudar. Ayer tomamos un Giulia y un Clos de los Siete 2018 y estaban genial. Al menos en Valle de Uco, porque cada lugar puede ser diferente, pero la 2018 para nosotros es “la cosecha”.
-¿Considera que se pueden guardar los vinos argentinos de hoy?
-Sin duda, los vinos argentinos pueden envejecer muy bien. Pero antes era muy errático y la producción rondaba los 20.000 kg/ha, y con esas uvas es imposible hacer un vino que perdure treinta años. Hoy, la producción es más razonable en los buenos lugares y por eso los vinos envejecen muy bien si están concebidos para eso. Lo vemos en el Clos de los Siete, que no es un vino pensado para guardar sino para vender, cuando hacemos verticales y los vinos están vivos, con sus diferencias lógicas, pero están muy bien, 2009, 2010, 2011, etc. Y los buenos Malbec en general están envejeciendo muy bien.
-¿Cómo ve a la Argentina que viene? ¿Volverías a invertir o solo es momento de recuperar y disfrutar?
-Técnicamente una inversión que se para, es una inversión muerta. Entonces no se puede parar, hay que seguir avanzando, si no se retrocede y eso está mal. Lo que esperamos es que Argentina pueda empezar a facilitar un poco la cosa, porque hoy para importar un insumo es imposible, y lo mismo para exportar. Es un poco cansador, es terrible. Hay que hacer un país normal, donde se pueda importar y exportar sin complicaciones. Argentina tiene todo para ser un gran país, para viajar, para comer, hay de todo. No sabemos por qué es un país que está tan complicado. Se que hay mucha gente a la que le gustaría venir a invertir, pero las cosas tienen que cambiar para que eso suceda. Yo hace 20 años había pronosticado que se podía llegar a exportar 1000 millones cuando solo la Argentina vendía 300, se llegó. Pero con tantas trabas no se puede avanzar. Es un lío total para exportar un contenedor, desde Argentina, algo que no pasa en otros países.
-¿Cuál es su comida y maridaje argentino favorito?
-Soy un hombre muy fácil, acá me gusta un montón de cosas, pero cuando llego, pido empanadas de carne para acompañar con Sauvignon Blanc, por supuesto Mariflor Sauvignon Blanc (risas). Y después carne, casi todo tipo de carne y vino tinto. El Malbec está andando muy bien. Comimos el otro día ceja de ojo de bife con un Malbec 2018, mejor imposible. Mi corte favorito acá es el bife de chorizo, porque no existe en Europa, y bleu (en alusión al punto de cocción vuelta y vuelta).
-¿Un lugar en el mundo en el que se quedó con las ganas de vinificar?
-Hice vinos en 23 países, pero hay dos países donde nunca pude llegar por tema de tiempos y conexiones, que son Nueva Zelanda y Australia. Me hubiera gustado hacer Syrah en Australia. Y si bien hice en el hemisferio sur, en Chile, Argentina y Sudáfrica, nunca podía llegar hasta Oceanía, es lo que me falta para mi conocimiento, pero ya sé que no lo voy a hacer.
-Por último, ¿qué consejo le darías al consumidor?
-Muy simple y muy claro: el vino que te gusta es el buen vino. Claro que el consumidor necesita recomendaciones, pero al final si le gusta un vino es bueno, pero si no, no. El gusto personal de cada uno es lo más importante.
Fotos: Adrián Escandar