Dos generaciones en la bodega: historias y experiencias de padres e hijos unidos por el vino argentino

No son tantos los establecimientos vitivinícolas que quedan en manos de familias argentinas. Y son mucho menos, aún, los padres e hijos que comparten la misma actividad al servicio del vino, ya sea desde el viñedo o desde la bodega

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Historias de herencia familiar donde
Historias de herencia familiar donde padres e hijos comparten la misma pasión por el vino argentino

Si bien el vino argentino va a cumplir 500 años de historia (2056) y la transmisión de generación en generación es muy importante, no son tantas las bodegas que están en manos de una familia. Y mucho menos los padres e hijos que siguen una misma actividad al servicio del vino, ya sea desde el viñedo o desde la bodega.

Una de esas pocas duplas la protagonizan los Santiago Mayorga, padre e hijo. Santiago tiene 73 años, y si bien ya está jubilado, sigue trabajando activamente asesorando a diferentes viñedos. Mientras Santi, a sus 43 años, ya es considerado uno de los enólogos más importantes del país.

Santiago es un ingeniero agrónomo recibido en 1972, en la Universidad Nacional de Cuyo. Su hijo se recibió en el mismo lugar en 2003 y realizó un posgrado en enología en la Universidad Maza en 2007.

La trayectoria de don Santiago es amplia, trabajó 25 años en Peñaflor y se fue cuando la familia Pulenta vendió la empresa. Desde entonces se dedicó al asesoramiento, trabajando en emprendimientos todos de renombre: Decero, Codorníu, Chakana y Etchart en el NOA, cuando era de la familia Etchart.

Los Mayorga comparten nombre y
Los Mayorga comparten nombre y también pasión por el vino

A su vez fue el pilar fundamental en El Chañar, Neuquén. Pero su experiencia más rara fue en Armenia, con los viñedos de Eurnekian. Por su parte, Santi salió de la facultad y fue a trabajar a la consultora de su padre. Y en 2004 viajaron juntos a Sudáfrica, y en ese viaje estaba Roberto de la Mota, quién lo invitó a trabajar en Mendel, que recién estaba dando sus primeros pasos. Lo interesante de esta pequeña historia familiar de padre e hijo agrónomo es que no hubo imposición alguna, sino simplemente que a Santi le gustaba lo que hacía su papá. Pero no es la única que se dio naturalmente.

Los Arizu son una de las familias más reconocidas del vino argentino, y Alberto hijo pudo elegir trabajar en Luigi Bosca, la bodega familiar. Lo mismo le pasó a Sebastián Zuccardi, quién fue el primer agrónomo de su familia, pero tercera generación en la bodega. Distinto fue el camino de Lucas Niven, quién recibido de enólogo se fue a trabajar a bodegas y con los años regresó a trabajar en la bodega de la familia con su padre agrónomo. Como Matías Riccitelli, tercera generación de hacedores quien pudo, en su propia bodega, invitar a su padre Jorge, reconocido enólogo, a hacer un vino juntos para poder compartir más tiempo compartido. Todos estos “hijos del vino argentino” son apasionados por lo que hacen, pero además se sienten privilegiados por haber poder trabajar junto a sus padres.

De tales padres, tales hijos

“En la secundaria sabía que tenía que estudiar algo, pero no sabía bien qué, pero sí compartía con mi padre el amor por la naturaleza, por la biología y por las plantas. Y si bien en un momento de mi bachillerato pensé en ser arquitecto o guardafauna en el África, mi padre me dijo que agronomía era una carrera muy amplia y que podía dar un enfoque personal. Y acá estoy”, relata Santiago Mayorga, quien está muy agradecido de sus padres, porque le inculcaron la responsabilidad y que el estudio era lo primero.

El enólogo Lucas Niven decidió
El enólogo Lucas Niven decidió trabajar con su familia tras un tiempo de experiencia en otras bodegas

Cuando trabajaron juntos se notaba que tenía un ojo parecido para muchas cosas, pero uno con más experiencia. No obstante, podían ofrecer dos puntos de vista para una misma situación. Él la pasaba muy bien trabajando con su padre, salvo los sábados a la mañana. A Alberto Arizu, el tiempo que dedicaron juntos todos estos años le permitió aprender mucho de él, “pude absorber gran parte de toda su gran experiencia, y todo lo que se del vino y lo aprendí de él, espero también poder hacer lo mismo con mis hijos”.

Para Sebastián Zuccardi, trabajar con su padre es lo mejor que le ha pasado en la vida, “somos amigos y compañeros de trabajo, y disfruto mucho hacer cosas él, es un honor a la vez una elección de ambos la relación que tenemos”. Matías Riccitelli siente una satisfacción enorme al hacer un vino juntos, “el Father es un homenaje a él, y poder compartir con él sus experiencias y formas y yo mostrarle las mías, es un gran privilegio”, afirma. Por su parte, Lucas Niven y su padre hacen una dupla excelente en la bodega familiar, hay contraste y complemento, él es enólogo y su padre un agrónomo algo estructurado mientras él un creativo, “él es conservador y yo soy soñador y visionario, y trabajar juntos nos hizo amigos y socios, nada mejor que poder compartir y trabajar en familia”, afirma Lucas.

En su primera incursión de bodegas en Mendel Santiago Mayorga hacía de todo y se apoyaba mucho en su papá porque eran muchas cosas que eran difíciles, muy técnicas y él tenía la experiencia. Aprovechaba esas caminatas por el barrio para preguntarle de todo, y siempre tuvo mucha profundidad en las respuestas. Que, si bien solían ser concisas, lo ayudaron mucho.

Riccitelli & Father es el
Riccitelli & Father es el sello de autor de Matías Riccitelli y su papá Jorge

“Eso y la convicción en tomar mis decisiones y ser coherente, fue lo que más me sirvió en mi carrera”, cuenta orgulloso. Alberto Arizu heredó del ingeniero Alberto Arizu la idea que nada es imposible mientras te lo propongas, de siempre dar el máximo esfuerzo y buscar la excelencia, lo mejor. “Y tener esa constancia a lo largo de su vida y que nada de lo que se propuso lo dejó de realizar, y quizás lo busca toda la vida, pero lo sigue buscando, y yo heredé ese tesón”, dice Alberto.

“Mi papá lo heredó de mi abuelo y yo de él, y es el cariño por el lugar donde vivimos, por la humildad frente a la mirada de la naturaleza. También la capacidad de trabajo, esa energía y disciplina para hacer lo que hacemos. Somos agricultores que aprendimos a hacer vinos y construimos una empresa a través de la agricultura”, relata Sebastián Zuccardi.

Para Matías Riccitelli, mucho de su personalidad es muy similar a la de su padre, “el trabajo en equipo y saber formarlos y lograr que den el 100% por un proyecto. Él en Norton siempre demostró ser un gran formador de equipos, que lo respetan y lo siguen, y yo hice lo mismo en mi bodega; vi cómo se manejaba y traté de imitarlo”, confiesa. Una de las cosas más valiosas que heredó Lucas Niven de su padre es el patrimonio de las uvas criollas, “me enseñó mucho sobre uvas tradicionales y me enseñó mucho sobre los viñedos centenarios que teníamos y yo supe potenciarlo”, cuenta.

La familia Arizu tiene más
La familia Arizu tiene más de un siglo de historia en torno al vino

Es interesante ver, a través del recorrido de padres e hijos, cómo evolucionó la industria del vino argentino. Cuando estos padres empezaron su actividad, era la Argentina de los 85 litros per cápita y el vino era común. El viñedo era como una isla, y la función del ingeniero agrónomo era la de maximizar la producción, conseguir más kilos por hectárea; la calidad no importaba, pero debía dar grado y racionalizar los insumos. Así fue hasta los 90′, que empezó a importar la calidad, y fue un cambio tremendo el que se dio entre 1988 y el 2000. Es decir que antes era más importante el agrónomo que el enólogo, que era como un cocinero que recibía mosto y uvas para sacar vino. Pero luego cambió mucho y se dieron cuenta de su importancia y el protagonista pasó a ser el enólogo.

Hoy el enólogo se lleva los laureles, pero antes no tenían en cuenta que el vino nacía en el viñedo. A principios del milenio, el estilo de enología se basaba mucho en mucho de todo, todo cargado. Se trabajaba en el viñedo con déficit hídrico y raleo, porque importaba más la concentración que el origen y todo era más estandarizado. Por suerte hoy, apenas 20 años después, hay una gran importancia del origen y del equilibrio en el viñedo, también de la diversidad de las personas, las zonas y los proyectos, con una amplitud varietal.

Santiago Mayorga dice admirar a
Santiago Mayorga dice admirar a su padre, un sentimiento que lo lleva a disfrutar cada momento, especialmente si está asociado a los viñedos

Entender qué es el vino para cada uno de ellos también permite entender como la bebida nacional atravesó a distintas generaciones. Mientras que para los padres la noble bebida vino desde la cuna, porque no había refrescos y a los chicos se le servía muy poquito vino con soda, los hijos ya pudieron disfrutar de vinos con mucho valor agregado, más allá de la diversidad. Por eso, antes se tomaba un poco para tomar y no tanto para disfrutar, pero hoy se disfruta lo que se toma.

Si bien los hijos no lo van a reconocer, los padres saben que los alumnos han superado a los maestros. Con el tiempo, Santiago Mayorga aprendió a admirar a su padre y cuán importante fue trabajar con él, sus decisiones, su visión, su humildad como gran virtud, y, por otro lado, la energía que siente por su trabajo. “Es dignificante, ama trabajar, porque le hace bien, lo hace sentir bien, es más guapo que yo para trabajar. Y con el tiempo vas viendo en el otro las cosas lindas y que podes rescatar. Hoy las virtudes personales son más importantes que las recetas”, cuenta Santi.

Recientemente, Sebastián Zuccardi y su
Recientemente, Sebastián Zuccardi y su padre recibieron una distinción por ser una de las mejores bodegas del planeta

Alberto Arizu (h) reconoce que él es muy bueno en la ejecución, mientras su padre piensa e idea porque tiene una imaginación inagotable, siempre con ideas y sueños nuevos porque siempre está pensando en hacer algo distinto con el vino, “pero luego hay que ejecutarlo, planificarlo, organizarlo y armar los equipos de gente para lograr esas cosas, por eso él es más creativo y yo soy más capaz de llevarlo a la ejecución”, explica. No solo Sebastián Zuccardi se siente muy cercano y similar a su padre, en el respeto por la naturaleza y la vacación por el trabajo, sino que todo el mundo los ve así, padre e hijo son muy similares en la energía y felicidad que ponen al servicio del vino argentino.

“Soy más disruptivo a la hora de vinificar, me gusta investigar un montón y eso es que más me diferencia de mi padre, no ser tan clásico en términos de vinificación”, afirma Matías Riccitelli. Por su parte Lucas Niven se involucra mucho y va al detalle, “me encanta hacer microvinificaciones, separar diez plantas y hacer una fermentación con eso. Soy muy curioso mientras mi padre es más del ámbito productivo, de otra generación en la que buscaban la cantidad, ellos mezclaban todas las uvas, y yo siempre fui más al detalle, no solo en la bodega sino también en el viñedo. Separé por plantas para las microvinificaciones; con 200 plantas de canela hice un vino, por ejemplo. Y eso es lo que más nos diferencia, soy más investigador y tengo una pasión enorme por el vino”, cierra.

Lucas Niven se define como
Lucas Niven se define como un enólogo curioso al que le gusta experimentar, un complemento perfecto para su padre agrónomo que, según describe, se enfoca en la parte productiva

Todos ellos, padres e hijos representan muy bien uno de los valores diferenciales del vino argentino, el arraigo y sentido de pertenencia. No es que hacen vinos mejores, pero la transferencia de generación en generación permite una consistencia y un más personal, más ligado el nombre de la familia. Se nota que entre hijos y padres hay mucho respeto, y que conforman un auténtico y sincero círculo virtuoso que no solo le viene muy bien al vino argentino, sino también a los que lo disfrutan.

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