La pregunta la habrá escuchado más de un padre durante la última semana: “¿Hoy qué hacemos?” “Y después, ¿qué vamos a hacer?” “¿Hoy tenemos un plan?”.
Quienes pudieron organizarse con sus trabajos, tal vez se tomaron unos días para disfrutar en familia. Algún otro tal vez cambió de horarios para desocuparse más temprano. O hasta pidió más días de home office durante el receso escolar para estar más tiempo en casa.
Lo cierto es que, muchas veces, la sensación es que nada que se organice colma las expectativas de los más chicos, que cual pequeños tiranos, exigen más y más diversión.
Y la noticia es que aún queda una semana de vacaciones de invierno con los niños en casa.
“Más allá de la demanda, es necesario evitar la carga excesiva de actividades, ya que esto solo llena espacios, pero aumenta los niveles de ansiedad del niño. El niño necesita tener tiempo libre y aprender a gestionarlo por sí mismo, de esta manera van a poder aprender a aprovecharlo, y esto se potencia si se les brinda materiales sencillos del hogar para explorar”. Ante la consulta de Infobae, el doctor en Psicología, docente y tallerista Flavio Calvo (MN 66869) comenzó a explicar que “una agenda llena, aunque pareciera calmar el ‘qué vendrá’ termina siendo un elemento estresor en el niño”.
En ese sentido, consideró que “es saludable también limitar las horas de play, celular, tablet, etc. y fomentar más espacios al aire libre y en la naturaleza”.
En la mirada de la psiquiatra infanto juvenil Andrea Abadi (MN 76165), “hay como cierta idea para los chicos que no tener un plan fuera de casa es aburrido”. “Tal vez lo que uno debería ver, dentro de las posibilidades de cada persona y dentro de las posibilidades físicas de su casa, es poder mostrarles que en casa también nos podemos divertir -sugirió la directora del Departamento Infanto Juvenil de Ineco-. Podemos hacer cosas en la cocina, podemos hacer repostería, podemos hacer collage, podemos pintar cartulinas y hacer cuadros para la familia, podemos diseñar incluso en la computadora tarjetas para los amigos, podemos armar pulseritas para la vuelta de clases, etc”.
Para ella “pueden hacerse un montón de cosas que no necesariamente tiene que ver con ir a comprar, como agarrar ovillos de lana que no se usan y aprender a tejer o una tarde de juegos de mesa”. “Lo importante es poder plantearles que hacer cosas no es salir a comprar, no es salir a consumir, que el hacer cosas también representa divertimos adentro y los adultos debemos enseñarles a descubrir esos placeres dentro de nuestras casas”, enfatizó.
Consultado sobre cuál es el origen de esa ansiedad por querer saber siempre “lo que viene”, Calvo opinó que “muchas veces esta ansiedad es aprendida, los niños no viven aislados de su contexto familiar y muchas veces los síntomas y emociones que viven están asociados al conjunto de la familia”.
Y tras asegurar que “cuando un niño sufre de ansiedad es necesario que todo el sistema familiar revise sus conductas y modos habituales de pensar y manejarse”, el especialista sugirió que “muchas veces esta ansiedad de los niños por tener su agenda completa responde a la ansiedad de los padres, que no saben cómo organizar sus tiempos entre trabajo y niños libres, y que sin quererlo contagian esta ansiedad al grupo familiar”.
En este punto, Abadi aportó algo no menor y es que lo primero que hay que tener en claro es que este comportamiento de los niños en vacaciones “no es ansiedad en el sentido patológico, sino que es una necesidad de asegurarse la diversión del día siguiente, el plan del día siguiente o esa salida especial que ellos vienen esperando”. “Hablar de ansiedad en términos patológicos es una preocupación excesiva que angustia y molesta. En este sentido, no es angustiante sino que es la necesidad de asegurarse que algo divertido va a suceder”, señaló.
Por lo tanto, para ella, “son diferentes cosas, querer saber qué van a hacer mañana en época de vacaciones a quién me va a buscar del colegio la semana que viene, o qué va a pasar cuando sea grande, qué va a pasar con la guerra de Ucrania y si puede llegar a Argentina, esas son preocupaciones”.
Calvo sumó que “muchas veces hay niños que están acostumbrados a un ambiente excesivamente cuidado, donde todo está programado. Ellos se encuentran sobre adaptados a este estilo de vida, y cuando llegan las vacaciones extrañan la rutina, el ambiente cotidiano controlado de antemano, la agenda diaria”.
Para él, “estos niños acostumbrados a seguir un argumento todos los días necesitan un encuadre, un marco de referencia parecido al de todos los días, por lo cual demandan eso, que, en el fondo, a pesar de parecer un tiempo de disfrute, termina siendo una exigencia para ellos mismos”.
“Cuando hablamos de ansiedad o de trastorno de ansiedad estamos hablando de una dificultad en tolerar la incertidumbre de lo que viene, y en ese sentido, en general tiene que ver con cosas catastróficas y no cosas positivas o divertidas”, diferenció Abadi.
- ¿Se incrementó la ansiedad de los niños a raíz de la pandemia?
- Abadi: Por supuesto que sí se incrementó la ansiedad en niños en pandemia. Sobre todo, para aquellos que tenían la vulnerabilidad para desarrollar un trastorno de ansiedad, que frente a la incertidumbre de no saber cuándo volvían a la escuela o si se podían contagiar o no, la posibilidad de ser hisopados e internados, que internen a su mamá o a un familiar son todos hechos negativos alrededor de los niños.
Hoy, pasado los meses, nos olvidamos de la situación de vulnerabilidad que tuvimos todos. En este sentido los chicos también la tuvieron presente. Era una incertidumbre crónica, en la que les decíamos que dentro de 15 días volvían a la escuela, y luego fueron otros 15 días y 15 días más. Esto generó una sensación de que si no se podía volver, evidentemente era que algo muy malo estaba sucediendo y eso impactó negativamente en aquellos que tenían la vulnerabilidad para tener ansiedad. Hoy vemos en la clínica un aumento de las consultas por trastornos de ansiedad en niños y adolescentes.
- Calvo: Muchos síntomas relacionados a la ansiedad se han incrementado en los niños a raíz de la pandemia. La pandemia se encuentra asociada con el aumento de factores psicosociales que llevan a una mayor ansiedad, tales como: pérdida de hábitos saludables, tener actividad física, hacer deportes, estar al aire libre, al sol. Estos son factores de prevención en relación a la ansiedad. Por otro lado, hubo un abuso de las nuevas tecnologías, uso que físicamente repercute en los ciclos de sueño y descanso por falta de melatonina generada por las pantallas. En muchos casos al estar confinados en sus casas se vivieron situaciones de violencia intrafamiliar.
Todos estos factores llevaron a un incremento de la ansiedad en niños y en consecuencias para la salud mental de los infantes que pueden observarse post pandemia. Muchos de ellos van lentamente sumándose a sus actividades anteriores, se les ha hecho difícil volver a clase o practicar actividad física.
Entre los síntomas de ansiedad que puede manifestar un niño se encuentran los trastornos del sueño y del apetito, falta de concentración, hiperactividad e irritabilidad. En niños de edad escolar pueden aparecer síntomas de angustia como palpitaciones, respiración agitada y sentimientos de tristeza y abandono.
Aburrirse no está tan mal
Cuando el calendario se acerca julio los padres comienzan a sacar entradas para cuanto espectáculo infantil haya en cartelera -y permita la billetera-. Además, para los días restantes, organizan pijamadas con primos, meriendas con los amiguitos del colegio, cine con los abuelos y los inscriben en un taller de “juego libre”.
¿Y qué pasaría si un día no hacen nada?
Según Abadi, “el aburrimiento es bueno, no necesariamente uno tiene que estar haciendo cosas divertidas. Los chicos relacionan aburrimiento y diversión como dos caras de una misma moneda”.
Sin embargo, si bien la especialista argumentó que “aburrirse es parte de lo que es el crecimiento”, aseguró que son los adultos los que deben “ayudarlos a que descubran qué cosas les gustaría hacer en esos momentos, cosas que no se imaginan que pueden hacer para pasar mejor esa tarde que se quedan en casa”.
Para Calvo, “es muy bueno y muy sano que un niño se aburra, sin que sea un adulto el que busque la solución a ese aburrimiento. El aburrimiento fomenta la creatividad en los niños. Cuando un niño está aburrido permite que este desarrolle creatividad para enfrentar ese aburrimiento”.
También es necesario que tengan tolerancia a la frustración. “Es bueno que escuchen un ‘no’ a veces, que puedan experimentar emociones negativas, y que puedan aceptarlas, esto ayuda a que al desarrollarse y crecer, puedan tolerar muchas situaciones sin caer en desesperanza o en depresión, cuando las cosas no salen como ellos esperan”, sostuvo.
“Hay tantas cosas que se pueden hacer en una casa y hay tantas cajas ocultas en los placares, que pueden hacer que las vacaciones de invierno, ya sea por el mal tiempo o por el frío, siempre sean una buena invitación a quedarse en el hogar y dedicarse a esas actividades”, sugirió Abadi, para quien “de esta manera también se evita ir a aglomeraciones donde hay tanta gente que a veces son más que un atractivo una pesadilla para los padres e incluso para los chicos”.
A lo que Calvo concluyó: “Contribuye a la salud de un niño que los padres brinden espacios de aburrimiento, porque es mucho lo que un niño aprende cuando no tiene nada que hacer. No es bueno responder siempre con una solución al ‘maa, me aburro’ ya que eso se convierte con el tiempo en sobreprotección, y en una nutrición excesiva, que es negativa para el desarrollo del niño. Con el aburrimiento, un niño aprende a gestionar el tiempo, a tolerar la frustración, a desarrollar imaginación y creatividad, a reflexionar, a esperar”.
Como se verá, el aburrimiento puede ser menos nocivo y más beneficioso de lo que se cree. Será cuestión de saber encontrarle entre todos el lado positivo a no tener nada para hacer.
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