La remera tiene un dibujo de una birome incrustada en uno de los orificios de un cassette, la forma inteligente que había hace 40 años para darle marcha atrás -o para adelante- a la música que queríamos escuchar sin tener que gastar las pilas de un aparato que se llamaba walkman.
La seña particular de la prenda que Sebastián Campanario luce ahora en la foto de perfil de Whatsapp, la aplicación de mensajería con la que el mundo se comunica a través de dispositivos móviles dotados cada vez más de inteligencia artificial, podría ser una simpática síntesis para imaginar a este hombre de 48 años como un viajero del tiempo.
Si hay algo que al periodista le interesa es el futuro. Aunque tal vez él ya esté ahí, porque a decir verdad, parte de lo que investiga, está sucediendo. La revolución tecnológica con la llegada de Internet, marcó un antes y después en el modo de entender la vida moderna. Pero eso ya es el pasado. Ahora, lo mismo sucederá de acá a los próximos 10, 15 años, con las “Ciencias de la vida”, la rama que estudia la biotecnología, la ecología, la farmacología, la medicina de precisión y las terapias no tradicionales, para muchos, potentes disparadores que traerán los cambios más impactantes en esta década, con un sinfín de novedades que ya están empezando a vislumbrar, y que tienen un norte común: la búsqueda del bienestar.
La pandemia hizo que tomáramos más conciencia que nunca de la fragilidad de nuestra mente y nuestro cuerpo y, por lo tanto, convirtió al bienestar (Wellness, en inglés) en algo deseado. Existe además cambio radical en la composición etaria de la población: en una década, un tercio de la sociedad será mayor de 60 años, un momento de la vida en que el bienestar pasa a ser una aspiración todavía más valiosa.
Esta cuestión, Campanario la abordó en Revolución senior, su libro anterior. Ahora, fue un poco más allá con “El Futuro del Bienestar”, Ideas, hábitos innovación para vivir más y mejor (Sudamericana), el libro con el que se propone dar una mirada sobre lo que muchos llaman la nueva revolución.
“Cuando Vitalik Buterin, el creador de la plataforma Ethereum estuvo en Buenos Aires, le preguntaron cuál iba a ser la próxima revolución. Todo el mundo pensaba que iba a hablar de la criptomoneda y él salió con el tema de biotecnología”, suelta Campanario a Infobae, dando comienzo a la charla por Zoom.
-¿Desde cuándo nos preocupa vivir más y mejor?
-Cuando vas a la historia, hay un hecho medio determinante en la década del 50 y 60, con el advenimiento de toda la cultura rock, que pone mucha relevancia en la juventud. O sea, antes no era tan importante ser joven todo el tiempo. Ahí tenés como una especie de antes y después en la consideración social digamos, de que está bueno ser joven el mayor tiempo posible. Después te diría que todo el tema de longevidad hasta hace pocos años, era medio de una tribu de científicos muy excéntricos.
-¿Podemos decir que la pandemia hizo popular y elevó al cubo estas ganas de bienestar?
-Siempre existió este deseo de querer sentirse mejor. Pero como decís vos, con la pandemia, esto se multiplicó, entró en otro orden de magnitud, porque todos tomamos conciencia de nuestra fragilidad, todos tenemos algún familiar o amigo que la pasó mal o falleció, porque además los costos en términos de bienestar físico y emocional de la pandemia fueron gigantescos. Todavía creo que no tenemos conciencia del costo que tiene esto. En particular, los temas de salud mental. Con lo cuál la pandemia le dio un protagonismo inusitado para mí a esta agenda.
-¿De qué hablamos exactamente cuando nos referimos a las “ciencias de la vida”?
-Es biotecnología, la medicina de precisión. Pero en realidad es mucho más amplio que la salud. Estamos hablando de una transformación que se va a dar en energía e infraestructura. Hay muchas áreas de la economía que están afectadas por lo que es la bio revolución. Leía un informe el otro día que decía que el 60% de los productos que se hacen en el mundo y los insumos, se pueden sintetizar en laboratorio. Imaginate la cantidad de dinero que ello involucra. El gran desafío que hay ahí es cómo escalar, porque hay muchas cosas se pueden sintetizar en laboratorio, pero otra cosa es hacerlo a escala industrial. El gran avance de este siglo fue la tecnología CRISPR, la de edición genética que comienza a partir del 2010 y 2011. Ahí tenés exponencialidad en biotecnología, en lo que baja el costo de la secuenciación genómica, que permitió que el año pasado durante el COVID, muy rápidamente se pudiera secuenciar una nueva cepa y ver bien qué vacunas sirven y cuál no. Estas son cosas de hace muy pocos años. La edición genética implica, por ejemplo, editar órganos de animales para un trasplante humano, como lo que hicieron con el cerdo. También nuevos alimentos sintetizados el caso de poder tomar el ADN de algún animal prehistórico bien conservado y técnicamente poder replicar al 90 por ciento de ese animal.
-Hablás en tu libro de microdosis de drogas psicodélicas para tratar la salud mental, una cuestión claramente rupturista como sucede con el cannabis medicinal que ya se usa para tratar las crisis de epilepsia en niños. ¿Qué podemos esperar de este avance?
-Estos son nuevos temas de la agenda de bienestar. Drogas que estuvieron prohibidas mucho tiempo y que ahora lo que tenés es que en Estados Unidos todas las semanas hay nuevas aprobaciones de la FDA o de órganos de Europa que las van avalando para usar en temas de depresión. Se está viendo que con microdosis podés llevar una depresión muy severa a algo manejable. Es de las pocas cosas en que los demócratas y los republicanos están de acuerdo (ríe).
-¿Por qué?
-Los demócratas, por la agenda progre liberal de los 60; y los republicanos porque es la forma en la cual se trata el estrés postraumático de guerra en los veteranos de Vietnam o Irak. En la década del 60 se venían haciendo un montón de avances en el tema pero hubo excesos y se lo prohibió del todo. Ahora, hace algunos años digamos, se está empezando a retomar. Se empieza a hacer dosis homeopáticas y por ahora, los avances van a venir por el lado de morigeración de temas de desafíos mentales. Pero la idea es que más adelante esto va ser algo que pueda tomar una persona que no tenga una súper depresión, sino que lo use para mejorar su creatividad y productividad.
-En la agenda de bienestar hay un tema que está muy en boga y es la higiene del sueño. En tu libro hablás de este tema, reconociendo que en un mundo moderno como el nuestro, con familia e hijos, a veces la teoría no es igual a la práctica ¿Cómo hacemos para encontrar el camino del buen descanso?
-Yo soy un poco freak en ese tema porque siempre tuve problemas de sueño. Después, con mi hijo más grande que tiene autismo, que en general tienen problemas de sueño en la infancia, tuvimos muchos años durmiendo muy poco. Hace unos años empecé a leer la divulgación de este tema. Te puedo decir que se puede y que son obviedades. En casa, por ejemplo, cenamos a las 7 de la tarde para separar el momento de la cena del cual te vas a dormir. Suspendemos las pantallas. Nos cuesta más la tele, pero el resto las cortamos a esa hora en lo posible. Luces suaves para ir a dormir. Y mantener lo mismo el finde para manejar el mismo horario de la semana.
El Club de la 5 AM se hizo muy famoso cuando grandes personalidades comenzaron a llevar a cabo esta rutina que implica levantarse a esa hora para meditar, hacer ejercicio y leer, entre otras cosas. Dicen que genera gran productividad. ¿Lo hiciste alguna vez?
-No, todavía no. Lo que sí me pasa es que trato de levantarme temprano en vez de quedarme rumiando en la cama, me pongo activo haciendo algo de ejercicio y medito un poco. Es cierto que aprovechar la mañana te cambia todo. Estar menos cansado, te permite obviamente focalizar bien tus objetivos. Hay un capítulo entero del libro sobre la atención, porque, digo, el celular, el iPad, compiten contra nuestra atención. Uno ve al bienestar, esto me lo decía el basquetbolistas “Pepe” Sánchez, como algo binario. O sos un super atleta o sos un desastre. Y la verdad que hay un punto intermedio, meditar 5 minutos todos los días es mejor que no hacer nada. Yo no le daba importancia al bienestar, hasta que empecé. Y si nunca meditaste o te hidrataste con 3 o 4 litros de agua por día, por dar dos ejemplos, cuando lo empezas a hacer el rédito es muy grande y al poco tiempo.
-Hablás de “la ciencia de los hábitos”, y de la importancia de modificarlos. Es muy complejo a veces cambiarlos, vamos a decir la verdad.
-Creo que sí, a veces es súper difícil. A nivel de neurociencias el hábito es un camino que ya tenés recorrido. Actuás como en un piloto automático. Más del 50% de las decisiones que tomamos todos los días, son en piloto automático y son difíciles de romper. Creo hay un camino de autoconciencia, que uno empieza a hacer en algún momento de su vida, a mi me agarró con la crisis de los 40. Y no sirve cambiar todo un día para el otro, decir, “bueno, a partir del lunes empiezo a comer bien, voy a correr todos los días, tomo agua...”, porque luego no lo hacés. Cambiar los hábitos es una forma de llegar mejor al “tercer tiempo”, cuando tenés 60 años.
-Varios afirman que hay un gran negocio con esa sociedad activa que quiere hacer cosas y sentirse bien ¿Es así?
-Sí, claro. Para que te des una idea en Estados Unidos los Baby Boomers, son la generación con más riqueza acumulada en la historia de la humanidad. En Argentina otro es el contexto, pero si se quiere el problema de la pobreza está más vinculado a la infancia y no tanto a esta edad. Desde ya, es el age tech, la tecnología etaria. Las empresas y los gobiernos dejan plata sobre la mesa, hay un montón de cosas que puede demandar un sector como este.
-Otra cosa que cambió con la pandemia es el sexo. ¿Hacia dónde vamos en este camino?
-La pandemia, con todas sus epidemias de soledad y distanciamiento, terminó de completar una tendencia de hace unos años, y es que la sexualidad deja de ser a nivel económico un sector vinculado al triple X y al porno. Ya está en la agenda del bienestar, entró en el mainstream, las marcas pueden hablar de eso, los gobiernos pueden hablar de eso. O sea, se vuelve un mercado multimillonario. La tecnología sexual está avanzando mucho, y la personalización es muy importante. En esa tecnología la inteligencia artificial juega un lugar clave. Podrás tener un juguete sexual que aprende lo que a vos te gusta. Vamos a poder tener tal vez un archivo, tipo un Spotify sexual, donde la gente podrá reproducir su propia experiencia sexual personalizada. Con cualquier estimulador que tengas, se podrá elegir una cadencia, un tono que te guste.
-Hay una batalla que tiene el bienestar que es tal vez una contradicción: los mismos aparatos tecnológicos que nos brindan herramientas wellness, son los que compiten a su vez por nuestra atención. Pienso en la cuestión de estar todo el tiempo prendido a Instagram. ¿No es esta una batalla desigual? ¿Cómo termina esto?
-Hay una herramienta de trabajo que llevan adelante quienes hacen diseño de futuro, que es pensar en las cosas que, por ejemplo, hacía tu padre cuando vos eras chico, y hoy te darían vergüenza. Y pensar a su vez qué cosas vos hacés con tus hijos, que te van a dar vergüenza dentro de 5 a 10 años. Por ejemplo, a mí, mi viejo, no me ponía el cinturón de seguridad en el auto o me llevaba a tomar porquerías. Yo creo que dentro de pocos años, estar todo el tiempo con el celular, va a ser algo que nos va a dar vergüenza. Está claro que es algo que te secuestra tu atención, te altera el foco. Es una pelea medio sin un fín. Lo veo en los chicos que tienen serios problemas para concentrarse en una clase. Los estímulos van a ser cada vez mejores y personalizados. Es una lucha desigual. Aunque creo que está habiendo cada vez más conciencia sobre esto.
-¿En qué campo pensás que se va a desarrollar más la inteligencia artificial?
-Es enorme, hay muchas cosas que empiezan a ser suficiente buenas. Se plantean cosas como cuándo van a pintar un cuadro mejor que Rembrandt o escribir un cuento mejor que Borges. Eso, tal vez, pase mucho más adelante. Así como para mí el tema salud durante la pandemia fue muy protagónico en las historias de innovación que vimos en las vacunas, pasó algo parecido con la inteligencia artificial, o sea, las grandes historias que tuvimos en el último año de inteligencia artificial, vienen también para mí, no casualmente, por el área de las ciencias de la vida. Hay una empresa que se llama DeepMind, que el dueño es un ajedrecista que se llama Demis Hassabis, que siempre era famosa porque le ganaba al mejor jugador contra humanos. Y el último batacazo que dio esta empresa tiene que ver con lo que se llama desdoblamiento de proteínas. Estuvieron en un concurso con biólogos humanos para predecir la formación de proteínas, que es un algo muy difícil de hacer el laboratorio, y por primera vez ganó la inteligencia artificial. Difundieron luego, creo, unas 300 mil proyecciones de la formación de proteínas, entonces el gran batacazo de esta empresa que es icónica de inteligencia artificial, está en ciencias de la vida.
Campanario está convencido de que la inteligencia artificial está en todos lados. Lo dice sobre el final de la videollamada, sacudiendo su teléfono celular. “Está también aquí -señala el aparato- con el que podemos sacar y editar fotos con una calidad nunca habíamos visto hasta ahora”.
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