El cansancio y la pérdida de energía forman parte de un conjunto de sensaciones que ponen en evidencia el desgaste que sufre la mente y el cuerpo resultado de las múltiples acciones cotidianas y por el inevitable paso del tiempo. La plasticidad del Sistema Nervioso ante los numerosos y diferentes estímulos nos vuelven más aptos para enfrentar las diferentes circunstancias que nos presenta la vida.
Sin embargo, la sobrecarga de acciones tiene un costo que muchas veces pasa desapercibido o se justifica pensando que es “normal” que así suceda. La vida moderna nos desafía a generar una sucesión de proyectos, algunos vividos como imperativos obligados: estudio, trabajo, familia, hijos, techo propio, responsabilidad con los padres, etc. Todos ellos, y muchos más, se convierten en factores de crecimiento y felicidad, pero también pueden provocar altos grados de ansiedad con estrés y sensación de pérdida de energía.
Dificultades para adaptarse a lo nuevo
Este tiempo, sujeto al aislamiento y los imprevisibles cambios que trajo la pandemia, significó una adaptación interna a la mayoría de las áreas de la vida cotidiana. Este mecanismo de ajuste interno representó un cambio de 360 grados ya que no estábamos preparados ni mental ni psíquicamente para encarar algo tan nuevo, incierto, y por sobre todas las cosas, una amenaza no objetivable, invisible.
Todas las áreas se vieron afectadas y a cada una de ellas el organismo humano, tuvo que dar respuestas lo más eficaces posibles para sostener la organización interna y externa. El peligro de perder el trabajo, el home office, la organización de la vida diaria, la presencia de los hijos, las clases por plataformas virtuales, la falta de espacio o de medios tecnológicos, la merma económica, la distancia con los seres queridos, etc., todas y cada una de estas situaciones provocó una exigencia interna desmedida que influyó en el estar general, con malestar y diferentes síntomas: falta o exceso de sueño (y abundancia de pesadillas), contracturas musculares, problemas en la concentración y la fatiga cada vez más intensa.
El cansancio y las mujeres
Las mujeres son más vulnerables a la ansiedad y a padecer fatiga. Desde la década del 80 se vienen describiendo una serie de síndromes que ponen en evidencia la vulnerabilidad del psiquismo y su impacto en el cuerpo: trastornos por dolor, fibromialgia, depresiones con síntomas dolorosos, colon irritable y numerosas enfermedades psicosomáticas. Todos estos trastornos dan cuenta de que las exigencias externas sobrepasan las capacidades individuales para enfrentarlas. Las manifestaciones corporales se acompañan con alteraciones cognoscitivas, fundamentalmente pensamientos “catastróficos”, dicotómicos (“todo o nada”), o fantasías hipocondríacas (ejemplo: padecer una enfermedad grave). En estas enfermedades o trastornos las emociones se funden con sensaciones corporales molestas, constituyéndose en el eje de su vida, con el consiguiente deterioro en las actividades y proyectos. Es probable también que las consultas médicas nunca lleguen a satisfacerlo: la idea de la enfermedad instalada en el cuerpo es mayor que cualquier explicación profesional o estudios efectuados que nada detectan.
Cuando la fatiga de convierte en una patología
Un ejemplo de todo este correlato de síntomas sin causa orgánica es el Síndrome de Fatiga Crónica (SFC). Los criterios diagnósticos fueron simplificados en el año 1994 por un Consenso internacional (EEUU) y consisten en:
1) Presencia de fatiga médicamente inexplicable con una evolución de al menos 6 meses que no se explica por el ejercicio físico, no se alivia con el reposo y reduce el nivel de actividad.
2) Alteraciones de la memoria, de la concentración, dolores de garganta, musculares, articulares, cefaleas, adenopatías (ganglios inflamados) y dificultades para reponerse luego de actividades físicas (ejemplo: caminata).
En general la fatiga es un síntoma frecuente, siendo referido por un 6 a un 7,5 % de la población general, pero sólo entre un 0,2 a un 2,6% son diagnosticados como SFC. Se ha demostrado que hace un pico estacional en otoño, quizá por la incidencia de enfermedades infecciosas. Es más frecuente en mujeres. Los niños y adolescentes también pueden padecerla. El pronóstico empeora cuando el síndrome aparece después de los 38 años, con duración de la fatiga por más de 1,5 años, historia previa de depresiones crónicas y de enfermedades físicas. Respecto a la personalidad previa, un estudio efectuado en la Universidad de Amberes, Bélgica (publicado por la Academia de Medicina Psicosomática de EEUU), concluye que existirían determinantes de base temperamental.
Las dimensiones del temperamento son tendencias heredadas y se manifiestan en todas las personas en los primeros años de la vida. Consisten en la búsqueda de novedad, la evitación del daño, la recompensa-dependencia (satisfacción efímera) y la persistencia obstinada en el objetivo propuesto. Las conclusiones del estudio en cuestión ponen en evidencia que las personas con Síndrome de Fatiga Crónica toman excesivos recaudos en la búsqueda del placer, carecen de audacia, en desmedro de las conductas espontáneas.
La evitación del daño las vuelve más cautas, temerosas, inseguras, pesimistas, incluso ante la presencia de personas conocidas o confiables. Además, se demostró que las puntuaciones altas para la evitación del daño, promueven la persistencia de la conducta, ya que la persona vive lo impredecible o incierto con angustia, por lo tanto, prefiere reproducir en forma rígida los comportamientos conocidos. La rigidez de las tendencias innatas del temperamento determina personalidades predecibles, con un mal manejo de la ansiedad (tensión interna), perfeccionismo, pensamiento reservado y dificultades en la expresión de las emociones. Es notable cómo la fatiga y la frustración son retos para la superación y no “luces rojas” para reflexionar, evaluar alternativas, o simplemente, descansar. Muchos son definidos como “adictos al trabajo” “incapaces para delegar”, “sujetos de alto rendimiento” o “sujetos que no pueden decir “no” a las demandas de los demás”. Parece que en los “mejores competidores”, el sobreentrenamiento puede ser un factor que induzca al Síndrome.
A largo plazo las consecuencias de la mala adaptación a las responsabilidades externas pueden conducir a una actitud negligente a las necesidades del cuerpo, con altos grados de ansiedad, insomnio o sueño no reparador. Se sabe que el exceso de tensión provoca cambios neuroquímicos (endócrinos u hormonales) y en el sistema inmune, predisponiendo a las enfermedades infecciosas. Por lo tanto, todas estas características descritas ayudan a la aparición del Síndrome de Fatiga Crónica y otras patologías psicosomáticas.
Factores que pueden disparar la fatiga crónica
Un estudio publicado en 2019 (Journal Psychosomatic Research) investigó los factores que pueden inducir la aparición del Síndrome de Fatiga Crónica, revela que la mayoría de las personas han tenido por lo menos tres factores estresantes durante los últimos seis meses, sobre todo enfermedades físicas (infecciones, traumas, cirugías, etc.) y enfermedades mentales con bajo manejos del estrés (trastornos de ansiedad, depresiones), sin embargo, la asociación entre las situaciones vitales (problemas económicos, laborales, familiares, de pareja, etc.), tuvieron una influencia moderada en los síntomas de fatiga. Estos resultados permiten diferenciar los precipitantes del Síndrome de Fatiga Crónica del cansancio o fatiga fácil más común y frecuente, los que son muy molestos, pero no configuran un Síndrome Crónico o prolongado. En estos casos (muy frecuentes y en aumento por la pandemia) los factores que los provocan sí tienen que ver con situaciones vitales y están menos influidos por las enfermedades físicas.
Afrontando la fatiga
- El manejo del estrés es fundamental para hacerle frente a la fatiga.
-Lo primero es reconocer la diferencia entre el cansancio normal, es decir, el que surge de las actividades realizadas a diario, del cansancio patológico, el cual comprende la sensación de fatiga al realizar actividades que no deberían provocarla, además de la persistencia de la misma. Muchos pacientes refieren “siento un agobio, desde la cabeza a todo el cuerpo”, otros comentan “ruego que no suceda nada porque no aguanto más”.
-Entre tantas preocupaciones que “llenan la cabeza” establecer prioridades. Seguramente no todas tienen el mismo nivel de relevancia.
-Tomar distancia de las situaciones estresantes y evaluar los pasos a seguir para encararlas. La ansiedad induce a tomar decisiones apresuradas.
-Programar actividades recreativas y prácticas de relajación/respiración.
-Tratar de compartir los problemas con las personas queridas o de confianza. No quedarse con el malestar ni hacer un esfuerzo por disimularlo.
-Modificar hábitos diarios: frecuencia de comidas, tomarse el tiempo para estar con uno mismo y con los demás, realizar ejercicio físico, bajar el consumo de alcohol y de tabaco, controlar el peso corporal.
-Aprender a centrarnos en el cuerpo y en las sensaciones/sentimientos que provienen de él. La práctica de poner atención en el propio cuerpo: tensión/relajación; placer/displacer; ganas/exigencia, permite cambiar el foco de atención que casi siempre se dirige a las preocupaciones que llenan la cabeza “no puedo parar de pensar”.
-Generar momentos, aunque sean breves, para estar con uno mismo.
-No sentir culpa cuando pedimos estar solos un rato para relajarnos.
-Realizar los controles médicos y solicitar ayuda profesional.
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