Gabriel Rolón: “La vida se pone complicada desde el momento en el que dejamos de creer en Papá Noel”

La pandemia personifica a la desolación en su aspecto más cruel, según expresó el prestigioso psicoanalista en una entrevista con Infobae. “En poco tiempo, voy a tener que trabajar con muchísimas personas que no pueden dejar atrás un duelo traumatizado”

Gabriel Rolón: “La vida se empieza a poner complicada desde el momento mismo en que dejamos de creer en Papá Noel" (Foto: Gentileza Prensa Grupo Planeta)

¿Cuánto debería durar un duelo? ¿Por cuánto tiempo se deberían guardar sus objetos personales?, ¿Cuál es el duelo más difícil? ¿En algún momento el dolor se va a ir o hay que aprender a convivir con él? En varios momentos de la vida buscamos las respuestas a todas esas preguntas, cuando nos vemos cara a cara con la muerte, pero también, cuando perdemos un objeto querido, un estatus social, una pareja, una amistad, un trabajo...

En una entrevista con Infobae, el psicoanalista Gabriel Rolón respondió las principales inquietudes que nos surgen frente al duelo. Justamente, en su último libro El duelo (Cuando el dolor se hace carne) de Editorial Planeta, aborda de qué manera se deben transitar las pérdidas que sufrimos a lo largo de nuestra vida y cómo se aprende a convivir con el dolor, sin permitir que nuestra vida se paralice.

“El duelo es un territorio oscuro, misterioso, casi inaccesible. Una conmoción que nos sorprende, nos toma desprevenidos y cambia nuestro entorno en un instante. No importa lo preparados que creamos estar para enfrentar una pérdida, esa preparación jamás será suficiente. Cuando ocurre, todo se desmorona y, por un tiempo, nada tiene sentido. Algo se quiebra en nosotros, el mundo se derrumba y nos muestra su aspecto más cruel", explica Gabriel Rolón.

- ¿Hay un proceso de duelo cuando se rompe una relación sentimental, cuando se añora la juventud que perdimos, incluso, el cuerpo que tuvimos?

-Sí, claro. Se trata de una muerte pero no de un muerto. Es decir, la muerte de la juventud, de un sueño, de un trabajo, de un proyecto, de una ilusión amorosa... Si equiparamos la palabra muerte con la palabra pérdida podemos establecer una mirada mejor, porque nos alejamos de esta concepción que es puramente tanática. El duelo se tiene que llevar adelante ante cada pérdida simbólica, imaginaria o real -no importa- siempre y cuando se trate de la pérdida de algo que consideramos vital para nuestra felicidad.

Todo el tiempo estamos perdiendo cosas, pero no nos pasamos duelando cada cosa que perdemos. Si te roban el celular, tendrás rabia unos días hasta que te enganches con el nuevo. Pero, si en ese teléfono estaban las únicas fotos que te habían quedado de recuerdo de tu mamá o de tu abuela, lo vas a tener que duelar: porque perdiste algo que amabas en serio y que era importante.

Cada vez que se produce una ruptura entre alguien y algo que una persona ama, es cuando aparece la necesidad de realizar el proceso del duelo.

El psicoanalista Gabriel Rolón presenta su nuevo libro “El duelo (Cuando el dolor se hace carne)”

-Me habló de los recuerdos en el celular de un ser querido que falleció. ¿Hace mal guardarlos y alargan el proceso del duelo?

- La tecnología es un peligro grave para el duelo, porque no permite que se tramite la verdad de la pérdida. Nadie duela lo que no ha perdido. Cuando tenemos a un familiar en terapia intensiva, aunque nos digan que es cuestión de horas, hasta que no nos avisen que falleció no vamos a empezar a duelarlo. Porque es la pérdida y esa separación brusca de lo amado lo que produce el duelo, y mientras haya alguna ligadura con eso, el duelo no comienza.

Por eso, parte del proceso del duelo tiene que ver con que la vida y la realidad nos demuestran que la pérdida realmente existe. No se trata de alguien que te dijo que no te ama más y que no te quiere ver, pero te llama al otro día; es alguien que no te ama más, que no te quiere ver más y que no te llama nunca más. Si eso no ocurre, el duelo no empieza. Hay pacientes que me dicen que sus ex parejas ya no los quieren, pero que los llaman todos los días: entonces, no pueden hacer el duelo.

Los registros tecnológicos sonoros o visuales de las personas muertas o perdidas -como una ex pareja- tienen el riesgo de impedirnos que tomemos conciencia real de la pérdida efectiva. Creo que hay que estar muy atentos. No sé si sirve borrar todos los recuerdos guardados en el teléfono porque, si en el día del cumpleaños de tu abuelo mirás una foto o un video de un festejo anterior, te puede ayudar a procesar la pérdida. Pero si lo hacés todos los días de tu vida, no podés duelarlo.

Cómo transitar un duelo (Shutterstock)

-¿Cuánto debería durar el duelo?

-Es difícil responder a esta pregunta porque, en primer lugar, no todas las personas son iguales y no todos los duelos por los que pasan tienen el mismo peso. No es lo mismo pelearte con un novio con el que saliste 8 meses, que se muera un hijo. Hay duelos que son mucho más complejos que otros. Si una persona tuvo una relación amorosa de un mes y sufre cuatro años, es porque algo en ella no está bien.

De todos modos, creo que diagnósticamente un año está bien para hacer un duelo. Digo un año porque le llamo “la vuelta al reloj”, porque en un año pasa el primer cumpleaños de la persona que murió, tu primer cumpleaños sin esa persona, la primera Navidad, el primer fin de año, el aniversario de la muerte, el aniversario de la pareja... Es decir, que en un año el reloj pega toda la vuelta y te pasa por todas las situaciones que vas a vivir por primera vez: tu primera Navidad sin tu papá, tu primer cumpleaños sin él...

Hay que pasar por todas esas experiencias dolorosas, únicas e inaugurales. Por eso, cuando ya las atravesaste, tu psiquis se tiene que haber preparado para enfrentarse o para soportar esa pérdida de un modo distinto. Si cuando el reloj pegó toda la primera vuelta, esa persona sigue exactamente igual, es muy probable que necesite alguna ayuda terapéutica porque la amenaza de la depresión y de la melancolía está latente. Eso, hay que encararlo muy rápido.

-¿Cuáles son las etapas del duelo?

- En mi libro, defino al duelo como un proceso de tres etapas. La primera, que dura muy poco pero lo suficiente, y es el impacto de la pérdida. Hablo de cuando una persona se entera de la muerte de un ser querido, o cuando una pareja te dice que no te quiere más. Incluso, si me pongo menos trágico, puede pasar cuando nos dicen “señora” o “señor” por primera vez: en ese impacto, te están diciendo que ya no sos joven. Esa primera vez que te dicen “señor” o “señora”, a todos nos queda grabado porque sentimos que nos expulsan del mundo de la juventud. Ahí tenemos el impacto: es instantáneo, pero ya no es más una pérdida.

Después, entramos a un segundo proceso que es catártico y en el que se atraviesan todos los dolores, las angustias, lo que hiciste mal o lo que no hiciste, la culpa, la tristeza, creer que la vida no tiene sentido o que no se puede seguir viviendo... Realmente, es un descenso infernal y un momento muy difícil de soportar hasta que -pasado un tiempo y si uno hace las cosas como debe- hay una mañana en la que el dolor ya no duele como ayer. No seguís bajando: te sigue doliendo, pero te das cuenta que a ese dolor ya lo conocés, que hace mucho tiempo lo venís soportando y que ahora sí vas a poder hacerlo. Ya no es la sensación de que no vas a poder vivir.

Uno camina por la meseta del dolor, hasta que un día se despierta y se da cuenta de que salió a pasear y la pasó bien. Por eso digo que es un camino de ascenso. Es como salir del infierno que te deposita en el mundo del deseo y de la vida, comenzando la posibilidad de reconstruir el destino, y sabiendo que uno no es más la persona que entró en ese duelo. Hay algo que se perdió con el duelo, pero hay cosas nuevas que antes no se tenían y que se ganaron con ese proceso.

El duelo es la decisión valiente de recorrer un camino, sabiendo que vas a perder algo en el recorrido y teniendo la valentía de estar dispuesto a ser alguien un poco diferente al que eras antes. A veces, el duelo no se hace porque, al soltar al otro ser, das algo de vos: y uno no quiere perderse a sí mismo.

A veces, el duelo no se hace porque, al soltar al otro ser, das algo de vos: y uno no quiere perderse a sí mismo (Shutterstock)

-¿Por qué hay personas que no pueden desprenderse de los objetos personales que le pertenecieron un ser querido que falleció?

-Esos casos son complejos y podemos sospechar la existencia de un estado melancólico o depresivo. La melancolía y la depresión son los dos grandes enemigos y los riesgos que amenazan a la persona que ha perdido algo que ama.

La depresión te deja entristecido y carente de deseo frente a la vida; mientras que la melancolía te mantiene atado a lo que perdiste, al punto que no terminás perdiéndolo nunca, porque sigue ahí y no deja de habitarte. En esos casos, podemos hablar de una depresión, de una melancolía o de un duelo que no se ha detenido y no ha llegado a tramitarse. Eso va a traer consecuencias porque a esa persona se le va a dificultar mucho desear, proyectar, tener sueños nuevos, relacionarse con otras personas... porque cargan todo el tiempo con un estado de enojo permanente.

En el caso de la melancolía, se trata de una presencia omnipotente del objeto perdido, porque para esa persona aún no está perdido. Aquellos que dejan la ropa de un ser querido fallecido lo hacen pensando en que si vuelve, ¿qué va a pensar cuando vea que le tiré sus cosas? En su mente, ese juicio lo tortura, porque dentro suyo la persona fallecida sigue estando demasiado presente.

-¿Cómo son los duelos en plena pandemia de COVID-19? La imposibilidad de cumplir con todos los rituales funerarios, ¿provoca que los duelos se alarguen?

- Claro que sí y los duelos se complican mucho. Cuando esto pase y miremos para atrás -resignificando lo que hemos vivido- los analistas vamos a tener que trabajar muchísimo con duelos estancados y traumáticos porque, como parte del proceso del duelo, los rituales funerarios son muy importantes. Toda religión y cultura tienen sus rituales: un velatorio a cajón abierto o cerrado, una semana sin salir de la casa para mostrar el duelo... Cada uno, a su manera, tiene algunos rituales, como tirar las cenizas en un árbol muy especial.

El rito es fundamental, porque te permite empezar a inscribir esa pérdida en un simbolismo que empieza a tener un lugar. Esta pandemia nos ha dejado sin rituales funerarios y eso va a dificultar el duelo, nos va a llenar de culpas... “Se murió solo”, “No lo pude acompañar”, “No le dije que lo quería”, “No pude verlo”... Son frases que vamos a escuchar muy seguido. El cuerpo del muerto es muy importante, no es solo un pedazo de carne. Todo eso, lo perdimos en este tiempo

Los duelos van a ser más difíciles y estoy convencido que, en poco tiempo, voy a tener que trabajar con muchísimas personas que no pueden dejar atrás un duelo traumatizado por la pandemia. No tengo dudas de que va a ser mucho más complicado.

-¿Qué pasa del otro lado, cuando una persona sabe que va a morir pero también sabe que ni siquiera puede tener la mano de un ser querido en sus últimos instantes, al menos no del modo en el que siempre se hizo?

-En primer lugar, uno siempre muere solo aunque lo haga rodeado de gente. La muerte es una experiencia solitaria, nadie puede morir por otra persona. Es un momento de extrema soledad y, por eso, llenamos a la muerte de metáforas cuando hablamos de cielo, de infierno, de reencarnación, de almas que se quedan, de vivir en el recuerdo... Lo abordamos desde muchos lugares, tratando de metaforizar aquello que no tiene un sentido real para nosotros, porque no lo conocemos.

Junto con el nacimiento, la muerte es el hecho más solitario de la vida. Una cosa es que ese momento solitario nos agarre en el segundo final de la vida, y otra, es saber diez días antes que uno se está muriendo. Ver que la persona que amás -como tu hijo, tu pareja, tu madre, tu hermano- no viene, no te da la mano, no llega... Ahí la sensación de soledad, de injusticia y de rabia es muy grande. Es una situación muy tremenda y desoladora. En ese sentido, la pandemia personifica a la desolación en su aspecto más cruel.

El duelo en la pandemia (Shutterstock)

-¿A qué le tenemos más miedo, a la soledad o a la muerte?

-Creo que se parecen mucho porque, en definitiva, el gran temor a la muerte es el miedo a una soledad eterna y total. Es el temor a estar en un lugar donde ya no exista nada, ni siquiera nosotros: vamos a estar tan solos, que ni siquiera nosotros vamos a estar. La muerte es la amenaza de dejar de ser e incluso, de perder a nuestro propio ser. Alejandro Dolina tiene una frase muy linda en una canción que escribió, “la muerte es una ausencia tan brutal que es uno mismo el que no está. Y no sentir ningún dolor, es lo que duele más”.

De hecho, ambas se me confunden cuando las pienso: si la muerte es más fuerte que la soledad o, si lo que habita en la muerte -en definitiva- es la angustia por la soledad total. Me inclino más por ese lado, pero diferencio a la soledad existencial de no ser más -que es la muerte- de la soledad de aquel que no tiene pareja, que vive sin amigos, que vive en un lugar alejado... Ahí estamos hablando de soledades simbolizadas y, en ese sentido, duele más la muerte. Pero si hablamos de la gran soledad, el miedo a la muerte es el miedo a eso: a un vacío silencioso, solitario e inexistente.

-¿Cuál considera que va a ser la peor secuela de esta pandemia?

-Todavía no lo sé. Creo que a todos nos va a dejar una secuela distinta, porque todos hemos perdido algo. Pero claro, no es lo mismo haber perdido a un ser querido, que haber perdido un trabajo o un viaje soñado. Va a dejar distintas secuelas, según la magnitud de lo que cada uno haya perdido. En definitiva, el duelo es una prueba y, como toda situación de este tipo, puede que uno sienta que estuvo a la altura y que tuvo la dignidad de sostenerse en los momentos más difíciles de la vida.

Por otro lado, no todas las personas se separan de sus parejas en la pandemia, sino que muchas se han empezado a sentir orgullosas de la persona que tienen al lado por su comprensión, comportamiento, actitudes y su valentía. La pandemia no tiene nada bueno: es un horror, un espanto, un hecho azaroso y tremendo pero, a pesar de eso, no es más que la vida que se devela por un ratito: esto es la vida.

La vida siempre es así, siempre es cruel y espantosa. Es un lugar donde la gente que amamos, se muere; donde los amores se terminan; donde todos envejecemos y nos iremos... La vida es un lugar muy difícil pero la develamos con sueños, con deseos, con proyectos, con amores, con hijos, con libros, con una obra de teatro, con deporte, con música, con amistades... con lo que nos guste hacer.

En este momento, la vida se ha develado: nos dejó sin nada de todo eso y quedó solamente la vida en estado puro. Por eso, nos damos cuenta que la vida es un lugar espantoso, al que solo nosotros -por nuestra condición humana y por lo que somos capaces de crear- la podemos convertir en un lugar bello. Es un lindo desafío hacer del infierno un paraíso, a fuerza de creación, de arte, de poesía y de amor. Me parece que es un desafío que justifica la vida.

-En su libro, usted afirma que si no gana el duelo, triunfan la depresión y la melancolía...

-Exacto. La melancolía es una enfermedad muy grave: es una psicosis llena de estados dolorosos para quien la sufre y para los demás que lo rodean, llena de delirios, de alucinaciones, de tiempos que se detienen para siempre. La depresión hace que la persona se distancie del deseo y, por ende, que se distancie de la vida. Su transitar por el destino se vuelve furioso, enojado, solitario y triste pero de un modo morboso.

La depresión y la melancolía son enemigos y riesgos demasiado grandes como para dejarles ganar la batalla. Por eso, quien sienta que el duelo se le está complicando por demás, debe consultarlo lo antes que pueda. Para eso estamos.

-¿Por qué sólo tomamos conciencia de la muerte cuando la vemos de cerca?

-Lo que pasa es que hay que vivir, y uno no puede vivir todo el tiempo mirando a la muerte de frente y de modo contundente. Se puede pensar mucho en ella. Solo el que ama la vida, piensa en la muerte, porque para amar la vida hay que pensar bastante en la muerte. Es importantísimo saber que nuestro tiempo es limitado para poder construir nuestros sueños pero es cierto que, si estamos todo el tiempo conscientes de nuestra finitud, vamos a vivir todo el tiempo con angustia.

Quien está atravesando un momento muy difícil, como la enfermedad de un hijo, ahora piensa que antes se hacía problema porque no le funcionaba internet. Pero cuando el hijo vuelva a estar bien, salga del sanatorio y llegue a la casa, un día se va a enojar porque no funciona internet y se va a angustiar de nuevo. Porque de eso se trata la vida: por algunos momentos, creemos que las cosas triviales tienen alguna importancia

Las distintas etapas del duelo (Shutterstock)

- En su libro, también afirma que los dos temas centrales en la humanidad son la sexualidad y la muerte

-Sí. Son los dos temas sobre los cuales no podemos decir demasiado, y que nos arrojan al abismo del desconocimiento y del vacío. Nadie sabe qué es la sexualidad, ni qué es la muerte. A partir de allí, nuestro mundo se construye en torno a estas dos cosas.

Todo lo que vemos, y todo lo que existe en el mundo de los humanos, tiene que ver con la sexualidad y con la muerte. Eso pasa porque son los dos temas que, al ser una incógnita, motorizan cada una de nuestras acciones. Tanto la sexualidad como la muerte son dos experiencias fundamentales, que ponen en movimiento toda la aparatología de los sujetos humanos. Todo lo que quieras elegir, está dentro de esas dos cosas.

-¿Por qué dice que “todas las personas llevan el olor de sus muertos”?

-Somos cada una de nuestras pérdidas, que nos recorren ancestralmente en cada una de nuestras historias. No es lo mismo haber tenido un abuelo que vivió el horror de Auschwitz, que no haberlo tenido. O ser nieto de indígenas y no serlo. Ahí hay una historia, un dolor, una tragedia y una fortaleza, hay una sensación de que el mundo es injusto, pero que también se puede volver de la injusticia y resarcirse al mundo con uno, con nuestro esfuerzo.

Todos llevamos el olor de nuestro muertos, para bien o para mal. Nos recorre la piel, la sangre, los mandatos, los ideales... Somos aquellos nos precedieron, esas personas que conocimos y hoy añoramos. Nos define mucho más lo que hemos tenido, que lo que tenemos. Creo que es una de las cosas más importantes que quise decir con esa frase. No reneguemos de nuestras pérdidas: hay que mirarlas, aceptarlas y hacer algo con ellas porque nos van a acompañar siempre: para bien o para mal. El olor de nuestros muertos está siempre junto a nosotros.

Es importantísimo tomar noción de eso para saber quiénes somos. Jorge Luis Borges dijo: "Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Los duelos son esos momentos que nos permiten saber quiénes somos, porque nos llenan de pérdidas, nos muestran cómo las soportamos y con qué nivel de dignidad, de bondad, de comprensión y de angustia lo hacemos.

Nuestros duelos también nos definen y, el olor de nuestros muertos, nos permite saber quiénes somos. Por eso, creo como Borges que ese momento, donde uno se hace cargo de todo eso, es fundamental en un destino. Es el momento más importante en la vida de un ser humano, darse cuenta quién es. Pero para eso, hay que saber cuáles son las pérdidas que hemos recorrido en nuestra historia y en nuestra vida.

-¿Hay duelos, como la muerte de un hijo, que nunca se superan?

-Ese es uno de los duelos más difíciles de superar. No obstante, superar un duelo no quiere decir quedarse sin dolor y sin recuerdos. El duelo no es el olvido, ni la ausencia total de dolor. Si no, en el caso de una persona que perdió un hijo, diríamos que el duelo no se supera nunca, porque le va a doler toda la vida.

Sin embargo, a veces duele toda la vida, pero el duelo se ha recorrido igual. Le duele toda la vida a una persona que no sigue teniendo la ropa de su hijo colgada, ni la cama preparada pensando en si vuelve, o que ya no va a las fiestas de sus otros hijos o no sale ni a la vereda... No. Le duele a alguien que sigue su vida, que a veces tiene un hijo más, que se ocupa de los otros, que sigue trabajando y llevando adelante una vocación, que se va de vacaciones con su mujer... Va a doler pero -aquel que puede retomar el camino del proyecto, del deseo y de la vida- ha recorrido el duelo y lo ha superado, aunque salga de ese duelo con un dolor que -seguramente- nunca se irá.

Quedar atrapado en medio de un duelo es otra cosa: no es que no te duela más, es no poder soltar lo perdido aunque te queden las cicatrices de la herida. Te vas a ir con esas cicatrices, pero no vas a cargar al objeto de amor perdido sobre tus hombros para siempre. De eso se trata el duelo: de cargar, no con el objeto perdido, sino con su recuerdo.

El especialista dice que no cree que sea una obligación analizarse en algún momento de la vida (Shutterstock)

-¿Por qué siempre sentimos que la felicidad está lejos?

-Lord Byron dijo que “el recuerdo de la felicidad, ya no es felicidad: el recuerdo del dolor, es todavía dolor". Por eso, el recuerdo de un momento feliz es un poco doloroso y, su vez, el recuerdo de un momento doloroso duele todavía. La pulseada entre el dolor y la felicidad la gana la felicidad, por goleada.

La vida se empieza a poner complicada desde el momento mismo en que dejamos de creer en Papá Noel. Cuando llegamos a esa edad donde se acaban esas ilusiones, donde nuestros padres dejan de ser perfectos, donde nos empezamos a sentir un poco incomprendidos, cuando vemos que hay cosas que queremos tener y no podemos...

Nadie va a venir con un carruaje tirado por renos a cumplir nuestros sueños, sino que hay cosas que a lo mejor, jamás tendremos. La vida empieza a volverse un lugar complejo y, a partir de ahí, el desafío de vivir es ir atravesando pruebas sucesivas. Y si tenemos suerte, dignidad y coraje, cada tanto llegamos a una posta de descanso donde miramos unos ojos y nos sentimos queridos, donde nos dan un abrazo y nos sentimos bien, donde nos reímos un ratito y nos relajamos. Son esos momentos pequeños a los que llamamos felicidad. Son oasis aislados en una vida de trayecto complicado.

No me imagino cómo es la mente de una persona que todo el tiempo es feliz. Y tampoco quisiera estar en ese lugar. Para ser permanentemente feliz, hay que olvidarse, por ejemplo, que la gente se muere, que hemos perdido muchas cosas que queríamos, que en algún momento ya no estaremos... Si nos olvidamos de eso, también nos vamos a olvidar de que tenemos que luchar por lo que deseamos y construir lo que queremos, porque no tenemos todo el tiempo del mundo para amar y para hacer lo que anhelamos. Entonces, la vida se empieza a oscurecer y, detrás de esa falsa felicidad, aparece una vida bastante mediocre.

-¿Todas las personas necesitan ir al psicólogo en algún momento de la vida?

-No. No creo que analizarse sea una obligación. Muchas veces escuché la frase “todos necesitaríamos ir al psicólogo”, pero yo no estoy seguro de eso. El psicólogo está allí para ayudar a alguien que está sufriendo, que no puede solo y que tiene el valor de pedir ayuda. Cuando digo que no puede solo parece que fuera débil pero es al revés: al psicólogo van los fuertes. Los débiles se enojan con el destino, se ponen agresivos, depresivos. Los fuertes van y piden ayuda cuando no pueden solos. De todos modos, también los depresivos a veces son fuertes y piden ayuda.

Los psicólogos estamos allí para dos casos especiales. En primer primer lugar, cuando la angustia desborda a una persona y la pone en una situación donde no puede afrontar sola al dolor. También, cuando una serie de preguntas recorren a una persona que no les puede encontrar respuestas, pero que sabe que en algún lugar, las respuestas a sus preguntas son fundamentales para su vida. Un ejemplo muy simple: ¿me gusta un hombre o una mujer? ¿quiero o no separarme de mi pareja? Esa persona sabe que, dilucidar esas incógnitas, puede cambiarle el destino.

Ante una pregunta como esas o ante una angustia que no se soporta de manera solitaria, hay que consultar. Pero el que no está atravesando por ninguna de esas cosas ¿por qué va a venir a psicólogo?

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