En España, la pandemia de COVID-19 fue voraz y no tuvo piedad. Hospitales colapsados, pasillos atestados de enfermos en camillas hasta que se desocupara una cama, gimnasios convertidos en centros médicos... Y la cifra más triste: casi 30 mil muertos. Pero, en medio de la desesperación, una luz se vislumbró al final del túnel. La misma que había funcionado como una gran morgue durante los atentados del 11-M. Claro que esta vez se trataba de salvar vidas. Y muchísmas.
IFEMA es un consorcio que habitualmente organiza ferias, salones y congresos en su recinto ferial de Madrid. Ningún español que alguna vez haya asistido a alguno de los eventos que allí se llevan a cabo se hubiera imaginado que terminaría funcionando como un gran hospital, por el que pasaron más de 4 mil infectados de COVID-19. Funcionó desde el 21 de marzo hasta el 1 de mayo, consiguió descongestionar la altísima demanda que tenían los hospitales -que por ese entonces estaban colapsados- y hoy se convirtió en un gran ejemplo, que hizo que otros países de Europa e, incluso de Latinoamérica, se interesen en replicar su modelo.
Pero, ¿quién fue el experimentado profesional que estuvo al mando del bautizado hospital “milagro”, que se levantó en apenas horas? Fernando Prados es un prestigioso médico español de Emergencias, que se desempeñó como subdirector general del SAMUR, el servicio de atención sanitaria de urgencias del Ayuntamiento de Madrid, equivalente al SAME en Capital Federal.
Participó como responsable del operativo del SAMUR en distintas catástrofes naturales como en Haití, en el tsunami de Banda Aceh (Indonesia), y en los terremotos de Pakistán y de Filipinas. Esta vez, tuvo que aplicar todos sus conocimientos frente a la pandemia de COVID-19 en España. En una entrevista con Infobae, relata su experiencia como coordinador general del Hospital de IFEMA, por donde pasaron 4 mil enfermos.
-¿En qué momento sonaron las alarmas y empezó a ver que la situación iba a revestir tal gravedad?
-Las alarmas sonaron en los primeros diez días de marzo. Ya se veía que el número de pacientes iba aumentando y, sobre todo, que los servicios intensivos de los hospitales estaban sin camas. Era imposible atender a todos los pacientes que requerían cuidados intensivos por COVID-19. A partir de ahí, se estableció un sistema con todos los gerentes de los 32 hospitales que hay en Madrid de casos agudos y se planteó de hacer sesiones diarias para ver la cantidad de pacientes infectados.
Veíamos que los números subían a diario, esperábamos que llegara el pico o, al menos, quedarnos en una meseta, pero cada día llegaban más pacientes y había que ampliar el número de camas de los hospitales. Los cuidados intensivos de cuadruplicaron en Madrid. Cada día se veían cuántas camas operativas se habían generado y cuántos pacientes estaban pendientes de ingreso.
-¿Como surgió la idea de instalar un hospital en IFEMA?
-IFEMA era un plan B. Lo teníamos pensado, porque es muy grande y tiene doce pabellones enormes para realizar ferias internacionales. En los atentados del 11 -M, el número de fallecidos superó ampliamente las posibilidades que tenían los servicios jurídicos para hacer las autopsias y determinar la identidad de los cadáveres. Entonces, se hizo una gran morgue en IFEMA.
Ahora, coincidió que no había actividades y que los pabellones estaban vacíos, entonces se pudo plantear la iniciativa de un hospital. Tuvimos que hacerlo, porque pasamos de tener mil a 3 mil personas esperando para ingresarlas. En ese momento, los hospitales estaban planeando cerrar las urgencias, porque tenían más pacientes pendientes de ingreso que los que podían atender.
No quedó más remedio que establecer un hospital de campaña en IFEMA, que era el sitio donde mejor lo podíamos hacer. Allí, recibimos a todos los infectados de COVID-19 que venían de los hospitales. Se pudo trabajar fenomenal. Debajo esas naves tienen cada 6 metros unas tuberías de electricidad y agua. Entonces, planteamos el reto de que también pudieran ponerse tuberías con oxígeno medicinal, para poner las tomas de oxígeno de las camas. Finalmente, se instalaron 35 kilómetros de tuberías y pudimos tener oxígeno.
Esta vez, IFEMA no funcionó también como una gran morgue, sino que esa función la cumplió el famoso “Palacio del Hielo”, un imponente centro comercial de 1.800 metros cuadrados destinados para patinaje, hockey y curling.
-Atendieron a más de 4 mil pacientes, ¿qué análisis hace de la experiencia que vivió?
-En los hospitales, la situación era mucho peor que en IFEMA, porque los pacientes con COVID-19 estaban confinados en las habitaciones. A veces, habían tres personas por habitación y los profesionales tenían que estar permanentemente poniéndose y sacándose los equipos de protección. Por eso, trataban de entrar poco, solo lo indispensable, y eso hacía que los pacientes tuvieran una sensación de desamparo, porque no podían moverse de la habitación y, encima, había que duplicar o triplicar camas. Así que el espacio que tenían era sumamente reducido. Desde el punto de vista psicológico, era muy duro para el paciente tener que plantearse un confinamiento de ese tipo.
Por otro lado, estaba la situación de los médicos, que se movían por otras áreas de pacientes sin COVID-19 o interactuaban con otros colegas que no tenían equipo de protección, con lo cual no podían estar todo el tiempo con el EPI, ya que al salir de la habitación de pacientes infectados se lo tenían que quitar. Y así permanentemente.
En IFEMA la situación cambió, porque como teníamos todos pacientes con COVID-19, los médicos tenían que llevar permanentemente su equipo de protección y no se lo quitaban nunca, porque no se cruzaban con otros colegas sin esos equipos o con pacientes que no tuvieran este virus. Había grandes pasillos y los pacientes podían caminar sin problema. Aquí, todo el mundo estaba infectado o, todo el mundo estaba protegido: no había otra opción. Eso hizo que se generara un ambiente especial, como de liberación de lo que se estaba viviendo en el hospital. Los pacientes se encontraban con mucho más espacio, podían interactuar cómodamente entre ellos, dar sus paseos entre doce o trece personas y hablar entre ellos. Eso animó bastante y la gente estuvo más contenta, lo que hizo que el tiempo se les pasara mucho más rápido y de un modo más tranquilo.
Tenían hasta salas de lectura y, quienes no podían moverse de sus camas, eran visitados por los que podían deambular, así que se daban fuerzas mutuamente. Pudieron hacer relaciones que, en el hospital, no eran posibles.
-¿Qué pacientes eran derivados a IFEMA?
-El problema que teníamos era que el 8% de estos pacientes, al octavo o noveno día, sufrían un empeoramiento de la enfermedad muy brusco. Se llama “tormenta inflamatoria”, que genera un colapso de las vías respiratorias: el paciente se ahoga y hay que intubarlo para darle respiración mecánica.
Por eso, los pacientes que llegaban a IFEMA ya habían pasado esos días críticos. Les pedimos a los hospitales que nos mandaran a los pacientes menos graves y que pudieran valerse por sí mismos.
Pero finalmente tuvimos que poner camas de cuidados intensivos, ya que tuvimos 19 pacientes graves. Conseguimos que tuvieran una mejor evolución que en el hospital. El 93% de los pacientes tuvo neumonía y la mayoría bilateral. Esos pacientes tenían colapsadas sus vías respiratorias, se ahogaban y había que intubarlos.
-¿Qué pasa entre el día 7 y el 10 del cuadro?
-La gravedad de estos pacientes se debe a la reacción inflamatoria del propio organismo, por el daño que está haciendo el virus. Es la repuesta del organismo que se prepara para combatirlo. Esa repuesta exagerada es brutal, es la “tormenta de citoquinas”, que provoca una inflamación general en las vías respiratorias.
Algunos de los pacientes tuvieron que ser trasladados a Cuidados Intensivos, antes que pusiéramos las camas operativas de esa área, ya que se pusieron mal y tuvieron que ser trasladados al hospital de origen.
IFEMA fue un hospital con todas las características que tienen los hospitales, con un gerente, con directores médicos y de gestión. Tuvimos unas 4 mil camas de hospitalización para pacientes con COVID-19, con todo lo que su cuadro requería, como radiología, un scanner, etc, y con muchas comodidades.
Para la recuperación de los infectados se destinaron los hoteles, que se habilitaron con personal sanitario para poderlos tratar. Cada hospital tenía su hotel asignado.
-¿Qué tipo de pacientes vio en IFEMA?
-En IFEMA atendimos a adultos de todas las edades. Por lo general los que se ponían peor eran aquellos que tenían factores de riesgo además de la edad, la obesidad, la diabetes, etc. Hubo personas de 50 años que tuvieron una evolución brutal de la enfermedad, y no son personas mayores.
En una pandemia, el problema principal es la transmisión de la enfermedad y, cuando hablamos del individuo, hay personas que piensan que no les puede pasar nada. Pero claro, si ellos le pasan la enfermedad a 4 personas que sí tienen problemas por haberse contagiado, entonces, la gravedad es la misma. Tenemos que cuidar a la gente vulnerable, al paciente que de verdad puede terminar con un cuadro muy complicado.
Hay gente joven que piensa que no van a tener problemas con esta enfermedad, pero a lo mejor y por su culpa, su abuelo, su padre o su tío sí pueden tener esos problemas de salud. En las pandemias, para evitar la mortalidad, hay que evitar que haya infección. Esto es un problema colectivo, no es individual. Hay que evitar la infección y su propagación como sea, y en todos los casos.
El paciente de menor edad que tuvimos en IFEMA tenía 19 años. Se trataba de una persona sana, sin enfermedades preexistentes. Hizo una neumonía, evolucionó bien y le dimos el alta.
-¿Por qué las autoridades sanitarias bautizaron a IFEMA como el hospital “milagro”?
-El hospital en sí no fue un hospital que se puso para atender pacientes con COVID-19, sino que fue una herramienta: eran camas hospitalarias para que los hospitales pudieran trabajar y no se saturaran. Realmente, el milagro que se produjo fue en la sanidad madrileña porque, gracias a esta medida de poder derivar a los pacientes que sobraban y que estaban saturado todos los circuitos de todos los hospitales, pudimos traernos a esos pacientes a IFEMA. Entonces, esos circuitos quedaron permeables para poder seguir atendiendo a más pacientes.
El número de pacientes que tuvo IFEMA no fue muy alto, pero fue suficiente para conseguir que la saturación de los hospitales no generara colapso y que los infectados no pudieran ser tratados en el hospital. Como le comenté: se había planteado cerrar las Urgencias porque no se podía trabajar. Había pacientes pendientes de ingreso y no queríamos privarlos de las posibilidades de atenderlos. Por eso, quitando a esos pacientes, el resto pudo ser tratado.
Tal vez por eso se lo llamó el hospital “milagro”, porque desde el momento en el que nosotros empezamos a trabajar -mientras la curva seguía subiendo- los hospitales pudieron volver a trabajar mejor. Porque estuvieron trabajando peor hasta el nacimiento de IFEMA, ya que cuando nace nuestro hospital pudimos empezar a llevarnos a los pacientes de los otros hospitales.
Entonces, las Urgencias pudieron volver a trabajar con mayor normalidad y los ingresos se hicieron de una manera normal, sin la saturación de tener pacientes en los pasillos y hasta en gimnasios, ya que se habían habilitado camas en muchos sitios. Tal vez por eso fue el “milagro”.
-Fue un modelo por el que se interesaron otros países de Europa como Alemania y Suecia y, también, varios países de América Latina, como Ecuador. ¿Podría replicarse en otras ciudades?
-Las características de IFEMA han sido vitales para esto. Debajo tiene tuberías, donde se pudo trabajar y agregar más tuberías para pasar oxígeno, que era lo que fundamentalmente necesitaban estos pacientes.
Conseguir las camas fue un trabajo ímprobo de parte del director de Gestión, así como también, del gran trabajo que realizaron muchísimas personas fuera del hospital para conseguir el material necesario para habilitar todas las camas, con todo lo que se requiere materialmente y a nivel sanitario. Un hospital se planifica durante años, al de IFEMA lo hicimos en cuestión de horas.
Los que se hizo en IFEMA se puede replicar en cualquier sitio que tenga una estructura igual y, si no, es buscar soluciones. Nosotros no llegamos con las soluciones, se fueron viendo a cada paso y analizando qué era lo más conveniente, con la extrema prisa del caso.
Tuvieron que trabajar todos los profesionales, no solo los fontaneros haciendo tuberías, ni los del oxígeno, ni los de la farmacia... Todos tuvieron que trabajar al mismo tiempo, mientras se ponían paneles para separar las camas, vinilo en el piso para poderlo limpiar con facilidad... Se tuvo que hacer en horas y gracias al trabajo de todos.
-¿Lo pusieron en marcha en horas?
-Sí. A las 5 de la tarde, el Consejero nos pidió que fuéramos a IFEMA. Llegué a las 9 de la noche y a las 10 de la noche del día siguiente estaban entrando los pacientes. Esa noche, entraron los primeros 65 pacientes. Abrimos el 21 de marzo y cerramos el 1 de mayo.
A nivel profesional, es lo más maravilloso que me ha pasado. Sin duda, fue el trabajo de un equipo. Me tocó gerenciarlo a mí y coordinar el trabajo de toda la parte médica, no asistencial, de enfermería, de gestión de admisión, etc Pero, la verdad es que tuve conmigo a los mejores. No dudo que en los hospitales haya gente absolutamente brillante, pero nos dejaron a los mejores para que hiciéramos esto.
Durante los 40 días que IFEMA funcionó como hospital, no paramos. Cada día había que darle solución a algo distinto. Era una catarata de problemas. Fueron 40 días muy intensos, sólo me dio tiempo a perder unos 7 kilos (risas).
-¿Le preocupa que haya un nuevo rebrote?
-Por supuesto que me preocupa. Vemos que el comportamiento del virus ha cambiado pero no sabemos si puede volver a mutar y reaparecer. Entonces, tenemos temor, pero es verdad que ahora las decisiones se van a tomar antes.
Ahora se pueden tomar decisiones con contundencia, porque la gente sabe que lo hemos pasado muy mal. Y, aunque no la estemos pasando mal ahora, si se piden ciertas cosas, la gente lo va a entender. En marzo eso no era fácil, porque la gente no lo veía y no existía todo lo que vimos después. Ahora vimos que la tragedia fue importante y que, si se hubieran tomado las decisiones mucho antes, en parte la podríamos haber evitado.
Está claro que el virus ahora está causando menos lesiones, eso es así, porque lo estamos viendo. Las mascarillas de protección -sobre todo en el uso de transporte público- llegaron para quedarse en ciertos momentos del año, porque muchas de las medidas que se están tomando ahora se van a seguir tomando también con la gripe, por ejemplo.
Hablamos de la vacuna como si fuera a funcionar el primer día. ¡Ojalá! Todavía estamos viendo que hay nuevos infectados y eso le preocupa a la población.
Hemos vivido un momento muy intenso, donde a todos los nos ha afectado en lo personal, con alguien conocido o cercano. Es un golpe de realidad: nos encontramos en una situación de vulnerabilidad que no podemos olvidar. Hay que examinar muchas cosas, para que si llegamos a volver a tener una situación como ésta o parecida, no caigamos en los mismos errores. Tenemos que recapacitar muchas cosas.
-¿La cuarentena es esencial?
-La cuarentena es absolutamente esencial en una pandemia, porque evita el contagio. La única forma de evitar el contagio es que las personas no se junten: no hay otra manera. Como no sabemos quién esta infectado y quién no, lo mejor es no estar con nadie. No podemos hacer que nadie se infecte, pero esto es exponencial.
Si uno tienen el virus y se lo transmite a varias personas, al día siguiente no hay solo 10 infectados: hay 10, de los 10, de los 10. Y claro, al día siguiente, de los 10, de los 10, de los 10. Eso no se para si no se evita que esos 10 pasen a ser 2. La única manera es evitar que el número de contagios continúe.
Tenemos que poner a la cuarentena dentro de nuestro estilo de vida. Habrá que evitar que los espectáculos y las concentraciones de personas se hagan en invierno, hay que buscar soluciones.
Lo que esto genera en la economía es terrible y aún no lo hemos visto. Pero no podemos dejar que se siga muriendo gente.
-¿Cómo se pueden conscientizar a aquellas personas que descreen de esta enfermedad o que desoyen las medidas de prevención?
Es difícil, porque mientras no vean lo que les puede pasar, no van a poder entenderlo. Hay que intentar evitar el contagio como sea. Hay que evitarlo por tí y por los demás, porque un contagiado más puede contagiar a otros, y conviene no formar parte de esos grupos: ni del contagiado, ni del que contagia. Es la única manera de frenar esto si no hay tratamiento, ni vacuna.
La única manera es no contagiarse. Sabemos que esta enfermedad puede matar y, justamente por ello, no tenemos derecho a incumplir con las normas de prevención.
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