Mientras dialoga con Infobae por vía telefónica, Vicente Gómez Tello se encuentra al frente del Servicio de Urgencias del Hospital Universitario Moncloa, en Madrid. No es sólo el estremecedor relato que narra con lujo de detalles: es todo lo que se escucha de fondo. Por momentos, pide disculpas por interrumpir la conversación, ya que los médicos y enfermeros que se encuentran a su cargo se acercan a pedirle directivas urgentes e informarle las novedades de los internados: “El paciente de la cama 6 tiene la orina muy hematúrica”, se oye al otro lado del teléfono.
Mientras Gómez Tello indica la medicación, se escuchan las alarmas y pitidos típicos de los aparatos de terapia intensiva. Desde este lado del teléfono y sin poder mirar, el cuadro dramático que rodea la escena se hace evidente. Hoy, nadie está exento de convertirse en el paciente de la cama 6. Hoy, todos le temen a la muerte más cruel y solitaria en la cama de un hospital. Incluso, los médicos y enfermeros que a diario se trenzan en una dura batalla, cara a cara, contra el COVID-19.
-¿En qué momento empezó a tomar conciencia de que el tema del COVID-19 era realmente muy serio?
-Soy jefe de urgencias y, después de ver lo que estaba pasando en China, me empezó a preocupar mucho la situación en Italia. Pensábamos que China estaba muy lejos, pero evidentemente, no ha sido una postura muy acertada. Cuando empezamos a ver el desborde en Italia, sabíamos que nos iba a llegar. De hecho, recibimos a pacientes italianos con síntomas: ese fue el primer llamado de atención de lo que iba a pasar. Todo se precipitó en los primeros 10 días de marzo.
-¿Cómo es un día en su trabajo ahora, que la tormenta parece haber aminorado?
-Ahora estamos en una fase bastante favorable con respecto a la segunda quincena de marzo, donde transcurrieron la mayoría de ingresos, tanto de intensivos como de hospital. El número de ingresos bajó bastante, y vamos en paralelo con Italia y Francia. Podemos decir que estamos relativamente bien, pero preocupados porque estamos desescalando y no tenemos un manual: cualquier medida puede conducir a un repunte de casos. Tenemos la infraestructura y un plan de contingencia, por si en algún momento tenemos que volver a triplicar camas, sumar personal y cambiar infraestructuras.
-¿Puede haber rebrotes y, en esos casos, qué pasa con la inmunidad de las personas que ya tuvieron COVID-19? ¿Tuvo casos de personas que se volvieron a contagiar?
-No, no he tenido casos de personas que se hayan vuelto a contagiar. Los científicos coreanos han tratado bastante bien este tema, porque piensan que son falsos negativos de las PCR pero, en realidad, el paciente nunca ha dejado de ser positivo.
Hay algún caso extraño, donde parece que los síntomas vuelven, pero no sabemos si es por este virus o por otro tipo. Al día de hoy, no hay constancia fehaciente de que una persona que haya pasado la enfermedad con anticuerpos claros y debidamente documentada, y se haya negativizado, vuelva a contraer la enfermedad. En España no tenemos casos así.
-Entonces, ¿podríamos asegurar que haber padecido la enfermedad brinda inmunidad?
-Eso ya es mucho decir, porque aún no se sabe si tener anticuerpos neutraliza el virus, ni por cuánto tiempo. Si la inmunología no miente -si este virus no es extraterrestre, que no lo parece- las personas que lo pasaron podrían tener una cierta inmunidad por un tiempo, pero esa inmunidad podría no ser duradera.
Está claro que, a medida que la población se inmunice en tasas en torno al 60 por ciento, probablemente los ataques del virus caigan bastante. Y, ni bien tengamos la vacuna, esto se acabará: no se acabará el virus pero sí, un poco, la pandemia.
-¿Qué vio en esos primeros casos que atendió y qué ve ahora en los pacientes que recibe?
-Es variado. Un poco hemos seguido el patrón italiano, donde el 80 por ciento de los casos fueron cuadros leves y que pudieron se manejados en casa, incluida alguna neumonía leve.
Entre un 10 y un 20 por ciento, tuvieron que ser ingresados al hospital con neumonías muy graves y, de esas -1 de cada 4- han podido bajar a cuidados intensivos. El espectro de la enfermedad es muy variado: va desde cuadros con uno o dos días de síntomas, hasta neumonías muy graves con complicaciones que requieren intubación. Y, cuando intubamos, la mortalidad está oscilando entre un 50 y un 60 por ciento.
-¿Qué pasa con las secuelas tan preocupantes que el COVID-19 está dejando?
-Estamos viendo procesos destructivos pulmonares muy importantes, sobre todo en los pacientes intubados. Pero no solo eso: tenemos personas que, luego de haber sido dadas de alta y que estuvieron intubadas, acaban volviendo al hospital con cuadros de fatiga. También, vemos alteraciones pulmonares estructurales, que pueden condicionar comportamientos funcionales anómalos, como fatiga o disnea.
Este virus ataca muchos órganos y no es un virus inocente. Tenemos cuadros renales con respuestas de huésped muy intensas y cargas vitales altas, que producen enfermedades y cuadros multisistémicos muy complejos.
En cuidados intensivos, estamos oscilando entre el 45 y el 60 por ciento, que es más o menos lo que replica la mortalidad italiana y china. Hay pacientes que van muy bien y otros muy mal: es una moneda al aire, es uno de cada dos.
-¿Es verdad que hay personas que tienen mejor genética que otras para hacerle frente al virus?
-Sí, es cierto. Estamos viendo a gente que, con la misma infección, hace respuestas inflamatorias brutales y neumonías impresionantes, y gente que con su misma edad, hace neumonías bastante banales. Evidentemente, la gravedad de la enfermedad la marcan dos factores: la carga viral inicial, los factores de riesgo de la persona y la carga genética, que controla sus factores inmunitarios de respuesta inflamatoria.
El sistema inmunitario parece enloquecer y de hecho, una de las terapias que se están ensayando es de bloqueo inmunológico. Pero hay que esperar los resultados.
-¿De qué depende que una persona tenga más carga viral que otra?
-De muchas cosas, pero fundamentalmente, de la intensidad de las exposiciones al virus. Sabemos que, si una persona está 15 minutos con otra y a menos de 2 metros, la probabilidad de que te infectes no es baladí, teniendo en cuenta que esta enfermedad tiene una cosa muy curiosa que la hace especialmente mortífera: la persona inicialmente afectada puede ser asintomática. Entonces, alguien puede estar tomando un café con otra persona y le está pasando el virus. Luego, va a su casa e infecta a su familia.
Más tarde, esa persona se encuentra con otra y también le pasa el virus. Esa suma de cargas virales de exposiciones van sumando. Este virus se replica mil veces más que el antiguo SARS o el MERS, y tiene la capacidad que -en apenas dos días- puede colonizar prácticamente a toda la vía respiratoria. Hay gente que se ha expuesto al virus, e incluso, ha pasado asintomática a la enfermedad, porque de hecho, tienen anticuerpos pero no han sentido síntomas. Eso depende mucho del sistema inmune.
Cuando una persona está especialmente expuesta y con exposiciones repetidas, tiene un riesgo estadístico muy alto de desarrollar la enfermedad y de replicarse en sus vías respiratorias. Y, lo que es aún peor, contagiar a la gente en los primeros dos o tres días, sin que se de cuenta.
-¿Qué medicación les dan a los pacientes infectados?
-El tema fundamental en esta enfermedad es que hemos usado cosas sin evidencia científica, es decir, que no se han probado en este contexto. La cloroquina tiene estudios realizados, aunque aún no está claro si funciona o no. También, se han utilizado antibióticos como la azitromicina, bloqueadores inmunológicos, corticoides, inhibidores de proteasa, antirretrovirales que se dan en pacientes con HIV... Es difícil saber qué ha funcionado y que no.
Más que medicina basada en la evidencia, hemos hecho medicina basada en la emergencia y en la angustia, porque al final, algo les tienes que dar a tus pacientes. Hemos utilizado todo tipo de cosas y en combinaciones variadas. No tenemos ninguna droga que confirme que funciona.
Ahora, parece que el Remdesivir es un antiviral puede tener un valor pero, por lo que he visto, no es algo que vaya a mejorar el pronóstico. Habrá que verlo. Le garantizo que hemos utilizado literalmente de todo.
Algo que ha funcionado es la heparina, es decir, los anticoagulantes y ello porque esta enfermedad produce trombosis. Lo que evidentemente sigue funcionando es el tratamiento de soporte y la oxigenoterapia.
-¿Cómo ve el avance de la vacuna y cuándo podría estar lista?
-Los más rápidos con la vacuna son los grupos norteamericanos, que tienen un bloqueador de proteína. El ejército chino también está muy avanzado, porque está trabajando con humanos. En España, estamos trabajando con una vía más lenta que está en fase de estudio en ratones, pero que puede funcionar. Se trata de haber diseñado una especie de virus fake y se supone que la inmunidad que puede crear puede ser mucho más completa que, a lo mejor, una proteína. Lógicamente, cuando al virus le cambias un poco el paso, la proteína la puede mutar. Eso se ha discutido bastante, si este virus puede mutar mucho o poco. Nunca hemos visto un coronavirus tan potente y tan letal, ni tan contagioso como éste, ni tan inteligente: entonces, no sabemos qué hará cuando le intentemos poner una vacuna. A lo mejor, el virus puede cambiar.
Pero, para tener una vacuna, primero hay que diseñarla: eso es fácil. Luego, la tienes que probar en ratones y en humanos, eso es lo que se está haciendo ahora. También, tiene que ser segura. Después, la tienes que producir, distribuir y llevarla al mundo. Y, ese proceso en 18 meses, es imposible.
-A nivel personal, ¿qué pasa por su cabeza cuando se va de terapia intensiva y llega a su casa?
-Todos los médicos nos llevamos a casa a nuestros enfermos. Por lo menos, yo lo hago. Pero llega un momento en el que hay que saber desconectar y hay que tener la cabeza lo suficientemente bien como para hacer un impasse, hablar mucho con tu familia e intentar arroparlos, y dejar de lado las preocupaciones. Eso no es posible para todos, hay médicos que se llevan el dolor a casa y no lo pueden soltar, incluso se lo transmiten a su familia. Hemos tenido compañeros que se han ido a vivir a hoteles o a caravanas para no afectar a sus familias y se quedaron solos. El daño psicológico que ha sufrido el personal sanitario es alto. Ahora, estamos trabajando con psicólogos para que hagan terapia de intervención.
Hay que disfrutar de la familia y pensar que hoy hay mucha gente que ya no va a poder hacer eso. Intentas disfrutar más y dar gracias de seguir vivo. Yo enfermé y sentía que cada día que me despertaba era un regalo. Esto te hace más positivo y te hace más fuerte. Aunque, particularmente, siempre fui una persona bastante reflexiva y por mis 32 años en terapia intensiva, siempre he pensado que la vida es muy perecedera: que pende de un hilo y que tienes que disfrutarla. Así que, he añadido un poquito más a lo que ya sabía.
-¿Cómo se enfermó de COVID-19?
-Un día empecé con tos, al día siguiente tenía fiebre. Entonces, me hice la prueba porque estaba seguro cómo me había enfermado: en un paro cardiorrespiratorio inesperado de un paciente y en el que nos protegimos mal. La PCR fue positiva y tienes que gestionar el miedo. Tengo compañeros que lo pasaron muy mal, pero afortunadamente en este hospital, ninguno ha fallecido... pero en otro sí.
Levantarte todos los días, pensando que al séptimo día puede empezar la neumonía real... te vas acercando a esa fecha y tienes que dominar mucho la cabeza para no ponerte en lo peor. Cuando te dicen que eres positivo, sientes que puedes estar en un tobogán cuya caída no ves: no ves el fondo y no sabes adónde te va a llevar ese camino. Tienes que gestionar eso con tus miedos y, además, hay muchos compañeros que dependen de ti.
Yo hice teletrabajo desde casa y, afortunadamente, la sintomatología en seguida se controló. Pero la gestión del miedo y de la angustia, e incluso de compañeros que no querían exponerse más, porque veían que nosotros también estábamos enfermos... Eso ha sido muy, muy duro.
Siempre me he puesto del lado de los enfermos y estar del otro lado te ayuda a entender qué es lo que pasa por su cabeza, por la de sus familias. Te hace un poco más empático, aunque lo soy por vocación, por filosofía, por estudios y porque me he pasado muchos años viendo lo que les pasaba a mis pacientes: no solo desde el punto de vista histopatológico, sino desde el punto de vista moral, espiritual y emocional. Creo que es importante tratar de atender esas necesidades
-¿Se recuperó y no dudó en volver a trabajar apenas le dieron el alta médica?
-No me dio miedo volver. En absoluto. Y aunque los anticuerpos no me hubieran dado negativos, lo hubiera hecho igual, porque sabía perfectamente por qué nos habíamos contaminado, cuáles eran los fallos que habíamos tenido y, probablemente, ahora tenemos las claves para no volver a equivocarnos. Pero no puedes volver con miedo, porque para eso, no vuelvas.
-¿Cuáles fueron los fallos que lo llevaron a contagiarse?
-Si no hay medidas de protección individual y buenas relaciones te vas a contagiar: esto se los digo a los compañeros de la Argentina. Tienes que tener trajes, mascarillas, gafas, sistemas que te permitan no contaminarte y seguir los protocolos rigurosos. Es como ir a la guerra sin tener chaleco antibalas.
También, les digo a mis colegas argentinos que, desde el minuto uno, lleven mascarillas y no se las quiten hasta que lleguen a su casa. Y es que a veces no te contamina el enfermo, te contamina tu compañero asintomático tomándote un café con él.
Entonces, mascarilla en todo momento, mucho lavado de manos y distancia en los hospitales dentro de lo que se pueda. Eso evita mucho contacto secundario del propio personal, que se puede contaminar.
Me contaminé en un paro cardiorrespiratorio y me salió el reflejo de reanimar a esa persona con la mascarilla inadecuada. Tal vez fue eso, pero también pudo haber sido el café con mi compañero asintomático. No lo sé.
He visto cuartos de enfermería, tomando café a cincuenta centímetros sin mascarilla, con gente que tú no sabes si está contagiada. Sobre todo, porque aquí no se les ha hecho tests a los sanitarios y espero que en la Argentina sí se los estén haciendo. Eso es un problema muy gordo y son los errores que yo creo que no se deberían volver a repetir.
-¿Qué pasa con los tests en España?
-Al principio, no había y nos decían que no eran necesarios. ¡Claro que son necesarios! Lo que pasa es que no hay. Cuando tienes al virus circulando libremente -cómo pasó aquí, en España o en Francia- la única alternativa que tienes es el confinamiento y los test son muy importantes: tengo que saber si mi compañero está sano o enfermo para que no contamine, porque si caigo yo, caemos una fuerza importante. Nosotros no somos más importantes que los demás pero, en esta crisis, somos vitales, como lo son las fuerzas de seguridad, etc.
No dejen que a sus sanitarios no les hagan los test, porque es preferible retirarlos antes que -por no hacerlo- pierdan el triple de gente y estén de licencia médica en sus casas. Ese es un error que aquí hemos cometido y que no se debería de volver a cometer. Aquí la idea es que, cuantos más test se hagan, mejor.
-La elección de los médicos -que deben elegir entre salvar a uno u otro paciente- debe ser durísima, por no tener los recursos necesarios para luchar por las dos vidas...
Afortunadamente, esas decisiones han sido muy escasas pero, cuando estábamos quintuplicando camas de cuidados intensivos y no había respiradores, se han tomado algunas decisiones de ese tipo. Pero no porque una vida valga más que la otra, sino porque simplemente es una cuestión de utilidad social y de pragmatismo. Esto que es tan duro ha pasado en Italia y aquí, y es lo que hace cualquier especialista en catástrofes cuando llega un autobús con 50 muertos y un montón de heridos. Entonces, tiene que pasar a triage y ver qué gente se puede salvar y quién no. Desgraciadamente, entramos en terrenos de catástrofe, donde hay que tomar esas decisiones que son duras y difíciles, pero se hacen por una cuestión de recursos.
-¿Qué es lo que más le preocupa hoy?
-Fundamentalmente, que tengamos rebrotes y volvamos a la situación anterior. Y que si los hay, podamos controlarlos y tengamos los medios suficientes, para no caer en la situación de sobrecarga y desbordamiento que tuvimos. La salida de una pandemia no tiene manuales, los criterios pueden ser falibles, pero también dependen de nuestro comportamiento.
Me preocupa también qué va a pasar con mi país en los próximos años, porque nos vamos a meter en unas tasas de paro del 19 por ciento, donde vamos a caer en un 9 por ciento del PBI, donde su turismo se va a ir al cubo de la basura, donde va a haber mucha gente que no va a llegar a fin de mes y que la va a pasar muy mal, donde a pesar de que el gobierno va a meter mucho dinero, la inequidad social va a aumentar...
Todo eso me preocupa terriblemente, porque es es la segunda derivada. Lo más importante es sacar a la mayor parte de la ciudadanía viva, porque sin vida lo demás sobra. Pero, lo que va a ocurrir después es complicado, nos vamos a enfrentar a 18 meses de cambios importantes, donde vamos a tener que cambiar la forma de relacionarnos, de hablar, de convivir. Todo va a ser distinto hasta que la vacuna llegue y que la inmunidad de rebaño consiga que no nos enfermemos otra vez. El virus se va a quedar, solo que será menos agresivo en su comportamiento de contagio. Deseo que no haya más enfermos y que no haya más muertos.
-¿Le preocupan las secuelas?
-Esa es otra de mis preocupaciones, porque estamos viendo gente con problemas pulmonares muy severos: esto no es gratis y mucha gente que puede quedar tocada funcionalmente. Ese también es un punto que me quita el sueño.
Diego Simeone, el entrenador del Atlético de Madrid, tiene una famosa frase que dice “De partido a partido”. Esa frase aplica al coronavirus. Primero, vamos a intentar que esto no rebrote, sacar la vacuna, que el próximo otoño no sea tan terrible como éste y, mientras tanto, vamos a cuidar de nuestra población y de que no se empobrezca. Si no hay más enfermos, no va a haber más muertos
-¿Qué mensaje le quiere dejar a los argentinos?
-Quiero decirles que han hecho un gran esfuerzo de cuarentena para controlar la transmisión viral y que no lo cesen ahora. Si salen, de acuerdo a los criterios científicos de sus expertos, que sean muy respetuosos y muy cívicos. De tus comportamientos puede depender que tú te enfermes, pero también, que enfermes a otros. Creo que después de un esfuerzo tan tremendo, como lo hicieron las sociedades argentinas y españolas que son muy vitales, que les gusta salir y andar por la calle, que las hayan tenido confinadas -algo que parecía imposible- sería absolutamente tonto y además ineficiente, tirar la casa por la ventana y que se malogre un trabajo intenso.
Cualquier violación de las normas puede contribuir a que se introduzcan en un camino muy negro. Aprovechen lo que han hecho y háganlo bien, no hay otro camino. A los argentinos les pido que aprendan de nuestros errores.
Si ustedes se meten en el invierno, no hacen las cosas bien y no pueden seguir las cadenas de transmisión, el virus va a circular comunitariamente y prepárense para lo peor. Sean cuidadosos y aprendan: es preferible un confinamiento demás, que mil muerto más. Hagan las cosas bien, ya las han hecho bien.
El confinamiento es muy importante, porque todavía probablemente pueden retrasar esos casos, pero el día que pierdan eso y no se hagan las cosas bien, el virus circulará libremente y tendrán un problema muy grave. Yo no conozco mucho el sistema sanitario argentino, más que por referencias, pero nosotros pensábamos que teníamos un sistema en el que teníamos de todo: pero esta crisis hace estallar las costuras de cualquier sistema. Si no estas mínimamente preparado, no se soporta y los muertos se acumulan de una manera indecente. Hagan las cosas bien, aprovechen el confinamiento y la transmisibilidad baja del virus para tenerlo muy controlado: estén muy vigilantes a cada caso para muestrearlo, los contactos, las redes epidemiológicas, etc. El día que ese virus se desmadre y circule libremente, tendrán un gravísimo problema.
-¿Qué le diría a sus colegas argentinos?
-Les advertimos que se preparen si en algún momento se descontrola, porque pueden vivir una auténtica catástrofe. Los hospitales no van a dar abasto. No se confíen, vamos para uno o dos años con este virus, y no crean que esto ya lo hemos vencido: repito, no se confíen. Pero es preferible pasar dos años malos, que tener a muchos compatriotas enterrados o simplemente, al final, hacerlo mal y meterse en una vorágine económica. Aprendan de los errores y tengan planes de anticipación.
Vean imágenes de lo que ha ocurrido en España, vean cómo hemos estado y tengan cuidado, porque mañana eso mismo puede llegar a Buenos Aires. Nosotros pensábamos que pasaba en Italia y creíamos que aquí lo teníamos controlado. Por favor, no se confíen, en absoluto.
SEGUÍ LEYENDO: