Natalia vive en Las Cañitas, es mamá de dos varones de tres y seis años y está en cuarentena con su familia desde el 13 de marzo, fecha en que su marido llegó un viaje laboral en México, y pese a que ese país no estaba por esas fechas incluído entre los “de riesgo” por el coronavirus, decidieron que era “lo más responsable” no salir.
En medio de su aislamiento voluntario los sorprendió el decreto de necesidad y urgencia que firmó el 19 de marzo el presidente Alberto Fernández y que establecía el “aislamiento social preventivo y obligatorio” en todo el país.
“Yo me ocupo de que todos los días los nenes salgan aunque sea a la verdulería con el monopatín; son chiquitos e inquietos y con lo que estamos viviendo ya llevamos casi un mes encerrados -comenzó a contar la mujer a Infobae-. Ahora entre las tareas que nos mandan del colegio están las rutinas de educación física y la verdad es que yo entendí que ellos necesitan su desgaste físico, tienen -como todos- su salud mental en juego con todo esto así que tomo esas actividades y hacemos el baile de las estatuas, circuitos, etc., siempre teniendo en cuenta los horarios de descanso, pero lo cierto es que sí, hacen ruido”.
Una tarde de cuarentena, a eso de las tres de la tarde, con su marido estaban haciendo cosas del trabajo (ella es licenciada en Economía y él ingeniero en Informática y, como cuarentena no son vacaciones, continúan, como todo aquel que puede hacerlo, con sus obligaciones laborales desde su casa) y los nenes hacían una rayuela en el living. “Habíamos tenido la precaución de ponerles almohadones para que salten, pero en un momento me tocan el timbre y cuando abro, sin decirme ‘hola’, mi vecina de abajo me dijo que se me iban a caer los chicos para abajo”, contó Natalia. “Con el kilombo (SIC) que están haciendo se va a romper la losa y se van a caer a mi casa”, reclamó la mujer, que sin esperar respuesta de su vecina “siguió gritando y se fue por la escalera”.
“Me quedé helada, lo único que atiné a decirle fue ‘disculpame pero esto va a seguir pasando’. Yo entiendo que todos estamos pasando un momento raro y que ella podía tener un mal día, pero, primero, ante todo podía habérmelo dicho con respeto y, por otro lado, siento que nadie está pensando en el esfuerzo enorme que están haciendo los chicos”.
Algo parecido vivió por estos días Romina, de San Martín, quien vive en un edificio de seis departamentos y el segundo día de cuarentena subió su vecina a las 19.50 a pedirle que dejen de hacer ruido porque ya era tarde.
Romina tiene una nena de tres años y un bebé de siete meses y aseguró que son muy tranquilos y que todo el día le recalca a su hija que no corra ni salte porque abajo vive gente. Sin embargo, la mujer se quejó de que escuchaba “todo el día los pasitos de la nena de acá para allá”, a lo que el marido de Romina le respondió muy educadamente que era complicado contener a la niña tantas horas encerrada sin ir al jardín. “Explícale”, osó recomendarle la mujer, quien se fue sin mediar más diálogo.
“Nosotros le explicamos, pero tiene tres años. No entiende por qué no puede salir, no puede ver a sus amigos ni tampoco correr y saltar en casa -intentó excusarse Romina ante Infobae, como si realmente fuera ella la que tiene que disculparse-. En fin se fue muy enojada y por ahora tratamos de manejar la intensidad de mi nena; si quiere saltar hacemos que salte en la cama, o hacemos que corra un poquito en el pasillo de la escalera tratando de no molestar”.
Y remató: “Son tiempos difíciles para todos, pero creo que es ahora cuando más solidarios y comprensivos tenemos que ser. Vivo acá desde que nací y la señora sabe que siempre fuimos personas respetuosas de horarios y demás. Quisiera ver cómo se hubiera manejado ella cuando sus hijas eran chicas si habiese tenido que pasar por una situación similar”.
Sabrina vive en Chacabuco, provincia de Buenos Aires. Es docente y sus hijos (una de 13 años y dos varones de seis y un año y 11 meses) estaban jugando en el patio mientras ella estaba en una clase virtual con los directivos del colegio donde trabaja. “Nunca juegan afuera en la hora de la siesta, pero necesitaba que no estuvieran haciendo ruido por detrás mientras yo trabajaba”, se sinceró la mujer que hace malabares para estar en contacto con sus alumnos en el aula virtual, atender las dudas de los padres por whatsapp y hacer videollamadas con colegas y superiores para programar la continuidad del ciclo lectivo. Fue mientras tenía una de esas reuniones virtuales cuando recibió un mensaje de su vecina pidiéndole si entre las 14 y las 16 podía evitar que los nenes salgan al patio porque ella se acostaba a dormir la siesta.
“Le respondí que no podía prometerle eso porque mis hijos están encerrados hace casi un mes y no les iba a prohibir el patio, que es el único lugar que los conecta con el exterior y donde pueden gastar energía -contó todavía nerviosa Sabrina a varios días del hecho-. Son chicos que entrenan, hacen deporte y no lo están haciendo, entonces juegan y entrenan en el patio y no puedo prohibirles eso. Además, necesito que se cansen para que a la noche tengan sueño y poder continuar con sus rutinas, porque me pasó la primera semana que se dormían tarde, se levantaban tarde y me costaba mucho mantener la rutina en casa. Entonces necesito que jueguen para que gasten energía y se cansen y, como nunca, están jugando mucho en el patio”.
Para el sociólogo e investigador Jorge Elbaum, “una situación de crisis como la actual, que rompe de alguna manera la lógica de la cotidianeidad, permite, genera y motiva conductas que de alguna manera aparecen desapercibidas en la vida regular”. “Creo que una situación como la actual permite ver lo mejor y lo peor de la condición humana: las actitudes más solidarias, más empáticas, que se expresan muy claramente en muchos lugares de nuestro país con gente que está ayudando a sus vecinos, compra comida a los ancianos del barrio etc y por otro lado, como contraparte, también se agudizan ciertas situaciones de egoísmo, de antipatía, desprecio, xenofobia, discriminación -analizó consultado por Infobae-. Por supuesto que en el medio hay grises en los que mucha gente está atravesada por sentimientos ambiguos y contradictorios”.
"La realidad es que frente a esta situación, desde una perspectiva sociológica, lo primero que hay que tratar es de empoderar los ejemplos positivos para que sean fácilmente imitables. En la medida que entendamos que dentro de la condición humana está todo -también la complejidad de sentimientos de egoísmo y de solidaridad- difundiendo desde lo cotidiano los ejemplos de acciones y visiones empáticas y solidarias serán caldo de cultivo positivo para generar mejores condiciones de habitabilidad en una situación como esta", consideró.
Aunque por otra parte, sostuvo que “siempre debe hacerse foco para cuestionar y desenmascarar las posiciones más irracionales e incluso ligadas a la barbarie”. “No alcanza con aplaudir a las nueve de la noche, hay que tratar de hablar y convencer y persuadir a quien sea necesario que la forma de salir de esta situación es de manera colectiva, como lo ha mostrado la especie humana en muchos momentos de la historia -observó el sociólogo-. De esto se sale colectivamente con las menos bajas posibles, tratando de reducir el daño, de salvar a las mayor cantidad de personas, cuidar a los que están más expuestos y vulnerables, de lo contrario, en una lógica de lucha de todos contra todos perdemos mucho más que cuidándonos”.
“Tanto las amenazas a los médicos y el personal de salud sobre lo ‘peligrosa’ que es su presencia en los edificios, como los reclamos a madres y padres de niños pequeños por el ruido que hacen sus hijos durante esta excepcional situación responden a la tan conocida doble moral o doble discurso, donde por un lado vemos un oleaje de hermandad y positivismo en cuanto a las relaciones humana y en cuanto a considerarnos unidos y aliados y por otro lado lo que se desprende detrás de estas cuestiones son muchas actitudes miserables en las que sólo importa el propio cuidado personal, los horarios de descanso, y auto salvarse sin registrar al otro”. Luján Rossetto es licenciada en Psicología y el alma detrás de Maternarse, una cuenta donde -por estos días más que nunca- comparte su día a día como madre de Ulises y Lola y es el reflejo de lo que muchas mujeres viven en sus hogares. Para ella, “así como todos están intentando al máximo flexibilizarse (la vida cotidiana, la forma de trabajar, los niños se ven afectadísimos por no poder salir a las calles, ni siquiera acompañar a sus padres a sacar la basura a la puerta), de la misma manera si en un consorcio hay horarios establecidos eso también debe flexibilizarse y nadie puede reclamar como si la vida siguiese de igual modo”.
“Estas quejas sólo tienen lugar y son justas y necesarias en circunstancias normales, no en medio de una emergencia mundial, y quien no pueda adecuarse a la flexibilización y a la emergencia sanitaria -y como digo yo emocional- que todos atravesamos es un inadaptado social”, concluyó.
“Hay que tener en cuenta que permanecer confinados en departamentos con un espacio relativamente pequeño durante un tiempo prolongado, no es sustentable sin mantener tanto la comunicación y el contacto con otras personas (en este sentido, es importante aclarar que confinamiento no es realmente aislamiento social, ya que se debe mantener y promover la comunicación por medios virtuales) como también la actividad física. Es importante en el caso de los adultos y lo es aún más en el caso de los niños”, aportó en tanto el licenciado en Psicología Fernando Adrover, para quien “el principal problema que puede acarrearse es que la creciente inactividad genere círculos viciosos que produzcan las condiciones para que aparezcan estados de depresión”.
“La falta de rutinas, de horarios, la tendencia a extender las horas de vigilia durante la noche (que trastoca la regulaciones en base a la luz solar y los ritmos circadianos) son todos temas potencialmente preocupantes. Si -como todo parece indicar- los niños van a permanecer un periodo largo en situaciones de confinamiento en sus hogares, la situación no parece muy distinta a la que se vive durante los largos inviernos en los países nórdicos, con la diferencia de que ellos están habituados y tienen un conjunto de dispositivos culturales para adaptarse a esas circunstancias”, opinó el decano de la Facultad de Psicología y Relaciones Humanas de la Universidad Abierta Interamericana (UAI).
En ese sentido, recomendó “mantener los niveles de actividad, organizándose para hacer homeschool, mantener el contacto con sus amigos a través de skype, zoom o incluso la Playstation y, también, mantener, en lo posible rutinas de ejercicios físicos y de juegos que impliquen el despliegue de la energía física”. “Es algo que lejos de desalentar (como parecen pretender esos vecinos aludidos) debemos promover. En todo caso sí, es razonable que nos autorregulemos socialmente y procuremos que esas actividades, que pueden generar ruidos o posibles perturbaciones para los vecinos, ocurran en horas diurnas”, enfatizó.
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