Por Ana van Gelderen
El mindfulness es una práctica milenaria, pero además la tercera ola de la psicología. "Tiene más de 5000 años como ejercicio espiritual, pero evidencia neurocientífica desde 1970", asegura Christian Plebst, médico psiquiatra y director de la Academia de Enseñanza Consciente en Latinoamérica. Y así define el término en castellano: "La atención plena es estar presente, con atención deliberada, tanto al mundo exterior como a los pensamientos, emociones y sensaciones que se van generando dentro de uno, con una actitud amable y bondadosa hacia uno mismo y hacia el otro".
–Es decir, ¿no estresarse con los problemas?
–El mindfulness a veces se confunde con no reaccionar o no juzgar. Pero no tiene que ver con eso. La mente juzga. Sin embargo, nosotros podemos aprender a observarla. Saber que tenemos pensamientos, pero que no somos sólo esos pensamientos. A medida que practicamos la atención plena, nuestros pensamientos se determinan mucho más por cómo nos sentimos.
–Entonces es una técnica para sobrellevar mejor la vida…
–Con la práctica puede convertirse en una manera de ser, de tomarse la vida. Es una herramienta para ver lo exterior, pero además tener una mirada interna sobre aquello que estamos viviendo. Hoy sabemos que el 90% de las personas tiene pensamientos negativos hacia uno mismo como la escasez o la incapacidad.
–¿Y cómo viene a revolucionarnos el mindfulness?
–Decimos que es la tercera ola de la psicología porque introduce una nueva variable: la metacognición. Es decir, ver la cognición por encima de ella misma. Ser un testigo de mí mismo, mientras vivo. Pausar y ver qué me digo la mayor parte del día. Entonces poder discernir cuánto de eso es parte de un paradigma autoexigente, comparativo y competitivo que para mí es automático.
–Pausar para preguntarme qué pienso.
–Claro. Darme cuenta de qué quiero para mí. Discernir entre lo que realmente deseo y lo que la cultura me impone: tener tal auto; casarme con tal persona; tener un hijo a tal edad; o acceder a tal puesto. Es una invitación a una vida menos automática. Más conectado con uno mismo. Y con una verdadera sincronía entre el pensar y el sentir. Si uno tuviera que resumir lo que nos aportan las neurociencias y el estudio de las prácticas contemplativas, diría que gran parte de nuestro bienestar tiene que ver con cómo nos tratamos y qué nos decimos. Si no estamos atento a lo que pensamos, la vorágine de hoy lo distorsiona todo. Por eso el mindfulness es hacer más integral el hecho de estar viviendo.
Para el especialista, cuando se empezó a hablar de la psicología positiva o cognitiva "se dijo que uno podía cambiar la tendencia y los pensamientos". "Hoy el mindfulness está vinculado con un proceso que no juzga, sino que contempla. Y este tipo de prácticas invitan a la comprensión del desarrollo de la atención, la regulación emocional y la imagen que tengo de mí mismo. Por ejemplo: 'Yo soy Christian, médico, psiquiatra. Estoy casado y tengo dos hijos'. Sin embargo, eso es solo una parte de quien soy. Tengo además pensamientos e instancias pasadas. Pero no solo una historia, sino que emociones y una manera de tomarme la vida. Muchos crecemos con una educación basada en tener que ser alguien", aseveró.
–¿Una educación basada en logros y apariencias?
–Que para ser aceptados, tenemos que tener cosas y hacer cosas convalidadas socialmente. Cuando debería ser por el hecho de haber nacido. No tendríamos que hacer algo para demostrar lo que merecemos. El amor debería ser independiente del logro.
–¿Esto tiene que ver con calmar ansiedades en cuanto a ser y tener tal o cual cosa?
–Cuando yo soy –en el sentido más verdadero– quiero muchas cosas pero no las necesito. Si no, vivimos en un paradigma donde tengo que demostrar, pero nunca termino de hacerlo. Tenemos una ansiedad de base que cada vez que obtuve lo que quise, me pide otra cosa. Parte de esta sociedad de consumo e intercambio mercantil (ni bien, ni mal, es así…) nos lleva a buscar el bienestar afuera, cuando en realidad tenemos capacidades internas de generar un bienestar superador. "Quiero una Ferrari, pero soy el mismo con o sin mi Ferrari". Porque con el mindfulness hay un uso neurofisiológico de mi cuerpo vinculado al contacto entre mente, cuerpo y corazón, mientras estoy viviendo. Y no es porque me repita: "Estoy bien" o "Soy bueno" o "Soy inteligente".
–¿Cómo se puede empezar a practicar?
–Aprendiendo a parar y conectar con la experiencia, varias veces al día, de manera formal e informal. Sacar la atención de la mente, que habla, habla y habla todo el tiempo. Para así despertar otras maneras de estar: el sentir. Yo trabajo en una organización que se llama Vivir agradecidos, que sigue las enseñanzas de un monje benedictino de 93 años, David Steindl Rast. Propone una práctica llamada Stop, look and go (pará, mirá y seguí). Detenernos por ejemplo antes de abrir esta botella.
–Algo así como centrarnos en el aquí y ahora…
–Claro. La mayoría de nosotros estamos acá, en cuerpo, pero nuestra cabeza está en la reunión de las tres de la tarde en otro lugar. Vivimos sobregirados, eso no está mal… Pero vivimos en una cultura que hiperdesarrolla las capacidades de la razón, y no las capacidades del corazón, ni la sincronía con el cuerpo como dice el Dalai Lama. Cuando en realidad, si ahora yo te creo o no tiene más que ver con lo que estoy sintiendo que con otra cosa.
–¿Con la inteligencia emocional?
–Tal cual. Que está relacionada con la intuición. Por eso tenemos que dar un salto cualitativo: aprender a pausar para descentrarnos y tomar perspectiva. El mindfulness te permite ser consciente de que la vida es más simple que personal. Y esto no tiene que ver solamente con la espiritualidad, sino también con las neurociencias que le dieron sustento. Porque después del Renacimiento, perdió fuerza lo que decían los monjes, desde la filosofía, la religión o la espiritualidad de la Edad Media. La civilización empezó a necesitar de la ciencia para creer y entonces se descubrió que nuestro cerebro se ejercita como un músculo.
–La ciencia llegó para comprobar ciertas verdades.
–Sí. Hay un médico, John Kabatzinn, que en base al yoga y a la contemplación armó un módulo de mindfulness de dos horas y media durante ocho semanas. Tomó un grupo de adultos con infarto de miocardio, midió sus factores biológicos y psicológicos previos a hacer el curso. Después de hacerlo, notó tanto en el cortisol como en otras hormonas, que mejoraba significativamente su estado de salud y bienestar. Antes, todo se mejoraba con psicofármacos o psicología que no era eficiente.
–¿Qué lugar juega la meditación dentro del mindfulness?
–Meditar es una de las prácticas de la atención plena. Hace bien, como el deporte, pero tiene muchas maneras. Y puede estar basada en un mantra o en la contemplación de una vela, por ejemplo.
–Algo que puede resultar difícil en esta era de sobreestimulación, sobre todo pensando en las nuevas generaciones…
–Tradicionalmente, las prácticas contemplativas eran solo para adultos. Como los bebés y niños aprenden por imitación, si el adulto es seguro de sí mismo, clamo y coherente emocionalmente –pensar, decir y hacer– el niño probablemente también lo sea. Lamentablemente, el ritmo de vida actual no es congruente con nuestra biología. Por eso se están generando bebés súper alertas. Estamos seteando niños con problemas de hiperactividad y falta de atención.
–¿Cuánto tienen que ver con esto las pantallas?
–Los serenan de manera efectiva pero virtual. Las pantallas sobreestimulan el sistema visual, le dan placer, sin sentido ni propósito. No enseñan nada, ni los ayuda a construir su interioridad. Y cuando se apaga, los deja en crisis. Un niño tiene que hacer cosas, tolerar la frustración y postergar la gratificación para construir algo que después le hace bien. La pantalla es gratificación inmediata.
–¿Usted diría que el mindfulness se convirtió en una necesidad de los tiempos que vivimos?
–Hace treinta años no se hablaba tanto de mindfulness, porque el ritmo interno y externo estaba regulado. Ahora, estamos sobregirados con la cantidad de estímulos disponibles. Desde el auge de las telecomunicaciones –que empezó en los años ochenta con la televisión por cable– aumentaron las diagnósticos de TGD y trastornos del aprendizaje, el lenguaje y la conducta. No podemos correlacionarlo directamente, pero es un factor de riesgo.
Hoy los adultos están sobreestimulados y buscando la satisfacción en el afuera. El mundo se volvió VICA: volátil, incierto, complejo y ambiguo. Todo está tan disponible, que todo cambia. Hace unos años, abuelo, padre e hijo tenían la misma cultura. Hoy mi hijo vive cosas que yo en mi vida experimenté. Su conocimiento se duplica cada seis meses. El tema es que el verdadero ser no está basado en el saber, sino en cómo estoy ante la incertidumbre y conmigo mismo. Volviendo a los griegos, lo primero es saber quién soy. Y eso que parece una entelequia, quiere decir que mente, cuerpo y corazón estén en sincronía.
–¿Parar para lograr esa conexión?
–Las prácticas meditativas son una técnica cognitiva para volver a habitar el cuerpo. Se practican tomando decisiones. "Voy a relajar mis músculos" o "Voy a respirar". Y después sí, retomar la conversación con otra actitud. Cuando aprendés a contemplar y lo hacés formalmente cinco, diez o quince minutos a la mañana y a la tarde, naturalmente te vas sintiendo mejor. Y, de nuevo, todo esto es neurofisiológico, ni religioso, ni espiritual. Tiene que ver con pasar del sistema simpático (que es el competitivo, el de la alerta) al parasimpático. Menos de la amígdala a lo insular y prefrontal. Se va notando… De hecho tres respiraciones ya te conectan con lo parasimpático. Y cuanto más lo practicás, más perspectiva tenés.
–¿Cómo podemos aplicar esto a la crianza de nuestros hijos, entonces?
–No sabemos qué mundo le va a tocar a un chico que hoy está en sala de cuatro y que en el 2040 va a tener veinticinco años… pero seguro que va a tener que prestarle más atención a sus pensamientos y a sus emociones. Para sobrevivir en un mundo VICA va a necesitar de la resiliencia, el trabajo en equipo y saber que la inteligencia es un fenómeno colectivo. No es una cuestión de contenidos, sino de cómo se busca la información y se trabaja en equipo. Somos más inteligentes, si somos todos juntos y no individualmente.
–¿Es decir que no pasa por darle más conocimientos a un chico?
–Eso aumenta la brecha, la falta de inclusión y la desigualdad en el mundo. Hay un quiebre de la biodiversidad. Cuando uno aprende a conectar con el cuerpo, despierta un fenómeno de humanidad compartida. Entonces no me tienen que enseñar que tengo que ser sustentable, sino que no se me ocurre no ser sustentable. Porque la tierra es mi hogar y me siento parte.
–Entonces, si lo que hace falta es mindfulness, ¿se puede enseñar en los colegios?
–Sí, con el módulo de ocho semanas de John Kabatzinn. Las dos primeras semanas son para que aprendan a observar lo concreto, la respiración, las sensaciones en el cuerpo y los sentidos. Las tres siguientes, para aprender que "no soy mis pensamientos, tengo pensamientos". Y las últimas para cultivar las capacidades humanas innatas: felicidad, amabilidad, amor… y practicarlas, conmigo y con los demás. Si nos desconectamos del estar vivo no sentimos la vida mientras está pasando. Porque nos pasamos quince años en el colegio, estudiando y compitiendo, pero el saber en sí mismo ya está dado.
–¡Es un gran desafío para la educación!
–Totalmente. Por eso se habla de un cambio de paradigma. Nunca hubo una transición tan rápida en la humanidad. El paso de la Edad Media al Renacimiento duró varios siglos. Es mucho más grande la aceleración entre el siglo XX y el siglo XXI. La asociación Global Education Futures se dedica a establecer cómo podemos hacer la transición. En nuestro país hay algunos colegios que la hacen. Es la primera vez que la educación necesita un cambio que está en el interior de las personas y no en una currícula, una técnica o una metodología. Hoy los docentes tienen que trabajar la mirada interna y la capacidad de asombro, gratitud y paz.
–¿Implica que los chicos no sean evaluados?
–Le evaluación no está mal en sí. La clave es darle sentido al examen. Estamos en un mundo que se tiene que correr del individualismo. La escuela todavía enseña que si no llegás primero, el de al lado se lleva lo que es tuyo. Hoy nos damos cuenta de que el bienestar individual depende mucho de un bienestar común. Eso de "me siento bien y quiero compartirlo con los demás".
–¿Y el desafío como padres?
–El 30 o 40% de las personas puede tener rasgos de atención plena naturales o atisbos de ver la vida con más perspectiva. Sin embargo, la mayoría los tiene que desarrollar porque está chupado por el sistema. El ritmo de vida hoy es tan intenso que tenemos que hacer del mindfulness una práctica cotidiana, como lavarnos los dientes. Antes no había mindfulness para niños, un padre consciente se lo transmitía. Hoy, con el grado de vorágine y desconcentración que hay, a los chicos les enseñamos a pausar para reconectar y tener más opciones para seguir.
Junto con Beatriz Peco dirigen la Academia de Enseñanza Consciente que tiene sede en Holanda y aplican el método Eline Snel, basado en un libro que se hizo viral hace unos años: Tranquilos y atentos como una rana. "Es para que padres e hijos –a partir de los cuatro años– aprendan jugando y con cuentos. Por eso capacitamos docentes, ofrecemos talleres de crianza y para chicos. A veces se acusa a la meditación o la atención plena de concentrarse en uno mismo y perder contacto con lo demás. Es totalmente al revés. Implica vivir más plenamente. No va a dejar de existir la tristeza, ni el odio, pero puedo aprender de las emociones", explicó.
–¿Es decir que practicar mindfulness no significa no sentir tristeza o enojo?
–Implica entender la vida en su plenitud. Saber que hay dolor, pero voy a tener más recursos. Ver los grises. No blanco o negro. No podemos controlar nuestra vida, pero sí aprender de lo que trae. Así como las olas no se pueden parar, pero sí surfear.
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