Gabriel Marshall es un vivaz y alegre niño de ocho años de Kansas, Estados Unidos. Es fanático de Star Wars y Doctor Who. Y padeció la desgracia de desarrollar un cáncer en su organismo. Durante el 2015 le diagnosticaron un tipo de tumor maligno en el cerebro llamado astrocitoma anaplásico, que es mucho más común entre adultos. Para eliminarlo, debió pasar por el quirófano. Los médicos no pudieron extraerlo en su totalidad, pero hace 9 meses que no está en tratamiento, y su condición es ahora estable.
Gabriel tiene un papá que -al igual que la mayoría de sus pares en el mundo- lo haría todo por su hijo. Se llama Josh y tiene 28 años. Después de la intervención, la autoestima de Gabriel comenzó a caer: el niño lloraba desconsoladamente por la cicatriz que le quedó en la cabeza, que lo hacía sentirse un "monstruo". Entonces, Josh no dudó ni un segundo: decidió hacerse un tatuaje de la misma cicatriz en su propia cabeza, para que, si el mundo miraba horrorizado a su hijo, también lo hiciera con él. Le demostró que estaba con él en todo; sin condiciones y para siempre.
No hay límites de lo que un padre o madre estaría dispuesto a hacer por su hijo. Hay miles de historias como la de Josh y Gabriel: padres que donaron órganos y hasta dieron su vida por la persona que más amaban en el mundo.
Quizás para algunos suene como algo natural y quizás para otros, que no pasaron por una situación semejante, sea hasta difícil de entender. Pero el cáncer infantil es uno de los campos más complicados de la medicina mundial. "Se trata de un tema muy delicado. Es algo buenísimo que se pueda discutir sobre el tema y que la gente se muestre cada vez más interesada sobre el cáncer infantil", había explicado a Infobae Marisa Felice, oncóloga responsable de leucemia y linfomas en el Hospital de niños Juan Garrahan.
Durante el largo y arduo proceso por el que debe pasar el niño, que comienza desde que se detecta el cáncer, empieza también un calvario para sus padres. La Fundación Natalí Dafne Flexer brinda apoyo a niños con esa enfermedad. Fue creada en 1995 por Edith Grynszpancholc en memoria de su hija, quien falleció de este mal.
Con el apoyo de un grupo de amigos totalmente comprometidos por el afecto y la solidaridad, la organización comenzó a desarrollar actividades de contención emocional para los niños afectados y sus familias.
La Fundación brinda una contención integral, tanto para el niño enfermo de cáncer como para sus padres. Sus representantes son testigos de historias de vida de las más duras y también de la fuerza y el valor de familias enteras.
Leticia García, directora ejecutiva de Flexer, reflexionó ante Infobae sobre cómo viven los padres esos momentos tan difíciles desde el diagnóstico: "En general, los padres lo viven con mucha angustia y preocupación. Frases como 'este mundo del cáncer es terrible y triste', 'esto es lo peor que nos podría haber pasado', 'ya nunca más seremos los mismos', o 'no creo poder tolerar este dolor' son frecuentes".
La especialista explicó que en un primer momento hay una fase de negación, ya que no siempre el niño llega al diagnóstico con señales de deterioro o sufrimiento. En esos casos, cuesta más aceptarlo.
La negación es un mecanismo que suele ponerse en marcha para poder ir adaptándose a esta nueva situación en forma progresiva. "El apoyo de los equipos interdisciplinarios en los centros de tratamiento y en las fundaciones de cáncer infantil son de gran ayuda para que las familias puedan afrontar el tratamiento y desarrollar su confianza", aseguró García.
En cuanto hasta dónde podrían llegar los padres por sus hijos, reconoce que no hay límite: "Son muchísimos los gestos que los padres hacen por sus hijos, algunos importantes y otros sencillos y cotidianos. En esos momentos, los padres dejan todas sus necesidades y deseos de lado para poder acompañar a su hijo en todo momento, atentos a satisfacer todos sus deseos".
Verlos felices es su mayor aspiración. María es la mamá de un niño de 5 años diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda. Asegura que ella y la familia entera viven angustiados y con mucho miedo, que permanece siempre cada vez que lo miran. Y, dentro de lo que se puede, hace todo lo posible para que el día a día sea más llevadero: "Tuve que aprender que los materiales médicos como vías y barbijos también podían ser herramientas para jugar con él". Y cuando se indaga sobre hasta qué punto llegaría por su niño, la respuesta es la esperada: "Daría todo por mi hijo mientras pueda verlo bien".
"Ver sonreir a mi hijo me hace muy bien", explicó Laura, oriunda de Paraguay y madre de un niño de 6 años diagnosticado con linfoma de Hodgkin. Cuando está desanimada, lo que le devuelve la energía es verlo jugar y divertirse. "Cruzaría un río por él", manifestó sin titubeos. Y nadie osaría no creerle.