Investigué a Enrique Blaksley durante los últimos ocho años. Es difícil elegir una escena de su vida, una que condense a la historia de Hope Funds, la firma que presidió como socio mayoritario y la parodia cruel que montó para hacerse rico con el dinero de pequeños ahorristas que creyeron en su historia de contratos de mutuos e intereses mágicos, un esquema Ponzi de manual.
Este jueves al mediodía, Blaksley fue condenado a ocho años de prisión por asociación ilícita y 311 estafas y lavado de activos. Oyó la decisión del Tribunal Federal N°4 por Zoom desde su casa. Lo habían detenido en septiembre de 2018 para enviarlo al penal de Ezeiza, de donde salió en diciembre último, luego de que su familia reuniera 391 millones de pesos en propiedades y autos para pagar la fianza.
Está el daño que quedó en el camino. Le pidieron la quiebra 27 veces como mínimo. En 2017, más de mil acreedores frenaron en el Juzgado Comercial N°30 un truco que diseñó para evitar la dicten: se opusieron a un acuerdo preventivo de acreedores con una lista que había presentado Enrique mismo. Entre los nombres, había dos que fueron hoy condenados junto a él, como su cuñada Verónica Vega. Termino acusado de estafa procesal. La quiebra fue finalmente dictada en septiembre de 2018.
Te puede interesar: Condenaron a 8 años de prisión a Enrique Blaksley por la megaestafa de Hope Funds
Luego, lo acusaron de usar a vecinos bolivianos de la Villa 1-11-14 en una supuesta maniobra de lavado de dinero. Aparecieron como adherentes de un fideicomiso inmobiliario, uno de los mayores negocios fracasados de Enrique, el country Verazul de Pilar, loteado y en buena parte vendido, que finalmente quedó en nada. Los vecinos del Bajo Flores, según ese trato, habrían aportado números de hasta 80 mil dólares, algo, desde ya, inverosímil.
Recuerdo a un chico de 25 años al que habían despedido de una empresa de telemarketing, indemnizado con unos pocos dólares. Se los entregó a Hope Funds, con la promesa de recibir el 15 por ciento mensual. El chico me citó en un McDonald´s a mediados de 2016, ya sin esperanzas de recuperar. Horas antes, su contacto con la empresa le había dicho: “A los que nos denuncian, Enrique les va a pagar el Día de la Escarapela”. Mostraba sus contratos y carpetas, poco más que basura en ese momento. Ponderaba en su cabeza si valía la pena ir a la guerra en tribunales por su dignidad, o dejar que la mentira de Blaksley lo pise. No era el único. Había docentes, amas de casa. No tenía a dónde reclamar. Las oficinas de Hope Funds en Uruguay ya habían sido abandonadas hace tiempo. Los acreedores iban a espiar por el vidrio para ver las sillas juntando polvo y los bollos de papeles.
También hubo momentos épicos.
Blaksley se mostraba codo a codo con campeones del polo, como Bautista Heguy o Adolfo Cambiaso, de quienes se convirtió en su principal sponsor en su campaña más triunfal, la Triple Corona de 2013. Hope Funds trajo al país a Roger Federer para un match de exhibición con Juan Martín del Potro, o a Usain Bolt para que corriera contra el Metrobus en 2013. Todo esto era un gran montaje, la miel para llamar a las víctimas. Detrás de escena, sus vendedores, o agentes financieros en la jerga de la empresa, con títulos pomposos en inglés en tarjetas personales laminadas, eran los encargados de traer el dinero, de alimentar la maquinaria.
Te puede interesar: El “Madoff argentino” está acusado de usar a vecinos de la Villa 1-11-14 para una maniobra de lavado de dinero
Tenían un ethos como de guerreros. Habían sido reclutados de entre las filas de aseguradoras, el negocio de donde vino Enrique, vendedores cuyas edades los dejaban fuera del mercado. Los agitaba para la batalla, les predicaba, mesiánico, les regalaba libros como La República de Platón o El Arte de la Guerra de Sun Tzu. Sus comisiones podían llegar hasta el 10% de una operación en dólares.
Las elevadas comisiones no eran la única motivación para salir a ganar. Blaksley era generoso con sus vendedores, al menos, con los que más dinero recaudaban. Los premiaba con viajes por el mundo en los que él mismo participaba, las fotos de varios de esos viajes ilustran esta nota. No había ningún destino de cabotaje; la elite de Hope Funds visitó Escocia, Gales, Irlanda, un lujoso crucero por el Mar Báltico. Una visita a Hawaii en 2013 incluyó estadías en el hotel Hyatt Regency en Waikiki, donde una habitación simple con vista al mar vale 400 dólares la noche. 70 vendedores participaron de aquel viaje.
En Edimburgo, capital de Escocia, 120 jugadores de Blaksley asistieron a una cena de lujo en un castillo; los hombres vistieron los tradicionales kilts, las faldas masculinas. El lujoso crucero por el Báltico llevó a una escala en San Petersburgo, Rusia, con una fiesta de gala en un antiguo palacio con ropa de época del siglo XVIII para todos los asistentes. Blaksley se vistió como un noble junto a la crema de su empresa, pelucas blancas incluidas. Esa vez, se hizo cantar una canción por todos sus empleados. La letra hablaba de cómo un hombre solo construyó una gran empresa. Y todo era pagado por Hope Funds, o por los ahorristas engañados.
Una voz que conoció la empresa por dentro en su era de esplendor asegura: “Podías viajar solo con el pasaporte, olvidate de la tarjeta. Enrique iba como el jefe de la empresa, como el CEO. Volaba en primera, con la mejor mesa, la mejor habitación. Siempre hacía una cena aparte con quienes viajaban por primera vez, un método de motivación. Y siempre en alguna ocasión te hacía un discurso. Enrique es todo un orador”.
Finalmente, sus vendedores estrella pidieron la paciencia y se buscaron un abogado para demandarlo en el fuero laboral. A ellos también les debía.
El rastro de papeles de Hope Funds cruzó el Ecuador, con más de 40 sociedades entre Uruguay, Panamá y las British Virgin Islands. También se fue en buenos ladrillos. En 2016, la Circuit Court del 11th Judicial Circuit del condado de Miami-Dade en el estado de Florida recibió dos demandas contra la firma Marketsite Espirito Santo Properties. Su principal miembro: Enrique Blaksley Señorans. El demandante fue el Biscayne Bank. El reclamo del banco era cerrar hipotecas contraídas por dos departamentos en más de medio millón de dólares.
Los departamentos seguramente lo valían: eran las unidades 3105 y 2810 del condominio situado sobre la Brickell Avenue al 1395, el lujoso hotel Conrad Espirito Santo. Con 36 pisos y en pleno downtown de Miami, un departamento de apenas una habitación estuvo valuado cinco años atrás en poco más de 380 mil dólares. Uno de tres habitaciones superaba el millón. Ambos fueron puestos a remate en 2017.
Por otra parte, nada dice pertenecer en ciertos sectores como tener un club de polo propio. Blaksley ya había asociado el nombre de su empresa a los mejores del polo argentino. En 2009, Hope Funds se convirtió en el principal sponsor de Chapa Uno, la versión siglo XXI del célebre Indios Chapaleufú de los hermanos Heguy. Luego, llegó Adolfo Cambiaso, el proclamado Maradona del polo.
Blaksley dejó de ser un mero sponsor, eventualmente. No se convirtió en presidente de un club, como hizo, por ejemplo, Hugo Moyano. El financista, directamente, se compró uno.
La Indiana había sido un club menor en la escena del deporte alrededor de 2007. Ligado al jugador Ruki Bailleau, el club contaba con una propiedad de diez hectáreas sobre el kilómetro 12 de la Ruta 28 en General Rodríguez. Blaksley se la compró en noviembre de 2012 a un integrante de la familia Baillieu, de acuerdo a información que consta en la causa del Juzgado Federal N°1: Hope Funds fue inscripta como titular del terreno. Tiempo después, la financiera se convirtió en dueña de una parcela adyacente, otras diez hectáreas más en la vecindad. Hope Funds incluso habría ofrecido como garantía para la transacción uno de sus propios contratos de mutuo, por los cuales hoy enfrenta denuncias por estafa por tomar dinero que la firma nunca devolvió.
La versión Blaksley de La Indiana fue lanzada con su primer torneo abierto en mayo de 2014, con un evidente gesto de autopromoción: Blaksley mismo fue el capitán de su propio equipo, con el cual ganó por apenas un gol. Las diferentes copas que se disputaban llevaban nombres de negocios, de su familia de firmas y empresas.
Para febrero de 2018, La Indiana Polo SA acumulaba 1,9 millones de pesos en cheques sin fondo y no había ningún miembro de la familia Blaksley presente en el registro de jugadores de la Asociación Argentina de Polo.
Blaksley habló varias veces ante la Justicia. Aceptó declarar en indagatoria e hizo varios monólogos durante los dos años de juicio.
La condena en primera instancia parece un final. El tribunal, por lo pronto, no ordenó que Blaksley regrese a prisión. Su situación domiciliaria se mantiene. Tal vez le duelan más las otras medidas. Le ordenaron devolver “cuatro veces” el monto de las operaciones de su conglomerado. Aparte de lo que tiene que devolver, el TOF N°4 ordenó que se decomisen casi 15 millones de dólares y más de 32 millones de pesos en concepto de retribución.
Seguir leyendo: