Cuando el Departamento de Casos Especiales de la Policía Bonaerense allanó la casa en Ramos Mejía de Marciano Orlando Adorno, alias “El Paragua”, alias “El Jefe”, alias “Baby”, lo más sorprendente fueron los relojes que encontraron, 42 en total.
Había marcas de altísimo vuelo: Jaeger Lecoultre, Audemars Piguet, Tag Heuer, Rolex, Bulova, Vacheron Constantin, Girard Perregaux y trece Apple Watch, por si uno solo no alcanzara. Un Jaeger Lecoultre, en promedio, puede valer cinco mil dólares en un modelo de su gama media o baja. Había también una gema absoluta en su colección, un Breguet & Fils labrado en oro, entre las piezas más exclusivas del mundo, 15 mil dólares como mínimo en New York o París, si se consigue.
Marciano Orlando, que se había criado en la Villa Palito de La Matanza, vivía con cierto blindaje, puertas reforzadas, vidrios dobles, cerco electrificado, cámaras en cada ambiente. Tenía un Ford Mustang en la cochera. Nada registrado a su nombre. Su perfil comercial lo revela como un hombre modesto, sin empresas, sin empleador o trabajo en blanco alguno en los últimos 12 años. Su último empleo registrado data de 2008, en una parrilla.
Cobra un plan: “El Paragua” tiene registrada a su nombre una Asignación Universal por Hijo. Sin embargo, para Marciano Orlando, la plata no es un problema.
Durante los últimos seis años, de acuerdo a la acusación en su contra investigada por el Juzgado Federal N°2 de Morón a cargo de Jorge Rodríguez, Adorno, con antecedentes por robo y homicidio, lideró supuestamente una banda de ocho delincuentes dedicados a las entraderas y los escruches, delito aparentemente no tan redituable, no para darse ese estilo de vida. Eran efectivos, buscaban botines en cash luego de algunos movimientos de inteligencia, no eran asaltantes desquiciados.
Hasta aquí, nada fuera de lo común en la provincia de Buenos Aires.
En los últimos días, su banda fue allanada junto a él, otros ocho detenidos que cayeron en más de veinte puntos vinculados a ellos en el conurbano. Su banda, también con base en la Villa Palito, vivía bien, no repetía el patrón clásico de los capos que le dejan a sus secuaces el borde de la pizza de sus delitos. Uno de los acusados tenía, por ejemplo, un Mercedes Benz cero kilómetro.
A través de testaferros, Adorno supuestamente lavaba su dinero y lo multiplicaba. Sus intereses eran varios: agencias de turismo, boliches bailables en Laferrere que eran de su propiedad, venta de autos, una agencia de motos. El negocio, por lo visto, funcionaba: les encontraron casas con pileta, 23 televisores de alta gama, cinco autos y camionetas, 30 mil dólares y más de un millón de pesos, un jet ski, un cuatriciclo, varias motos.
La clave del éxito, básicamente, estaba en sus víctimas.
La investigación detectó a “El Portugués” y “Ari”, dos hombres de La Matanza. El primero era particularmente interesante. En los papeles tenía una agencia de turismo, pero en realidad tenía una cueva financiera para comprar y vender dólares, con una clientela con plata en efectivo. “Ari” funcionaba como nexo entre “El Portugués” y Orlando.
Así, le entregaba, según fuentes de la causa a Infobae, los datos de sus propios clientes. “El Paragua” mismo se podría haber retirado con 34 años de la calle. Sin embargo, se cree, nunca dejó de asistir a los asaltos. “Le gustaba, le podía la adrenalina", dice un investigador: “Tenía tanta cancha que no quería dejar de jugar”.
No fue fácil capturarlo, no a través de la Justicia de instrucción. El lavado fue la pista. Las ganas de ostentar también lo arruinaron. Un patrullero meses atrás encontró un Mercedes Benz que ingresaba a Villa Palito, entonces lo frenaron. Sus papeles estaban en regla, así que siguió su viaje.
Ese Mercedes era conducido por un hombre clave de la banda, el jefe operativo de “El Paragua”, su segundo al mando.
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