
El caso de Matilda Scheurer, una joven de 19 años que falleció tras trabajar con polvo verde impregnado de arsénico en la fabricación de flores artificiales, ilustra de manera dramática los peligros mortales que acechaban en la moda del siglo XIX.
La autopsia de Scheurer reveló la presencia de arsénico en su estómago, hígado y pulmones, y su muerte, marcada por convulsiones y vómitos de bilis verde, generó una ola de preocupación pública sobre los riesgos asociados a los productos de moda de la época.
Durante el siglo XIX, la ropa y los accesorios se confeccionaban frecuentemente con sustancias químicas que hoy se consideran altamente tóxicas. National Geographic detalló que no solo los vestidos, sino también medias, maquillaje y peinetas, representaban amenazas para la salud.
Los vestidos de algodón y tul, populares entre las mujeres, resultaban especialmente inflamables en hogares iluminados por velas y lámparas de aceite, lo que provocó tragedias como la muerte de Fanny Longfellow, esposa del poeta Henry Wadsworth Longfellow, quien falleció tras incendiarse su vestido. En contraste, la ropa masculina, generalmente de lana y más ajustada, ofrecía mayor protección contra el fuego.

El uso de arsénico en la moda victoriana británica se extendía más allá de los vestidos. Este elemento, además de emplearse como veneno, se utilizaba en velas, cortinas y papel tapiz, según el libro de James C. Whorton, The Arsenic Century: How Victorian Britain Was Poisoned at Home, Work, and Play.
El atractivo color verde que proporcionaba el arsénico lo convirtió en un tinte popular para prendas, guantes, zapatos y adornos florales. Sin embargo, el contacto con estos productos podía causar erupciones en quienes los usaban, aunque el mayor peligro recaía sobre los trabajadores que los fabricaban.
La industria de la moda también exponía a los trabajadores a otros compuestos peligrosos. Los tintes de anilina en las medias masculinas provocaban irritaciones, llagas y, en algunos casos, cáncer de vejiga. El maquillaje con plomo dañaba los nervios de las muñecas de las mujeres, impidiéndoles levantar las manos.
En tanto, las peinetas de celuloide podían explotar al calentarse, lo que llevó a incidentes fatales, como el de un hombre en Pittsburgh que murió mientras se peinaba, y la explosión de una fábrica de peines en Brooklyn.
El envenenamiento por mercurio afectó especialmente a los fabricantes de sombreros, conocidos como sombrereros. Desde la década de 1730, estos artesanos utilizaban este elemento químico para tratar pieles de liebre y conejo, esenciales en la confección de sombreros de fieltro.
Según explicó Alison Matthews David, autora de Fashion Victims: The Dangers of Dress Past and Present, el mercurio resultaba “extremadamente tóxico, especialmente si se inhala; va directamente al cerebro”.

Los síntomas iniciales incluían temblores, conocidos en la ciudad de Danbury, Connecticut como “temblores de Danbury”, seguidos de problemas psicológicos como paranoia y timidez extrema. Los sombrereros también sufrían afecciones cardiorespiratorias, pérdida de dientes y muertes prematuras.
A pesar de la evidencia sobre los efectos nocivos del mercurio, muchos trabajadores aceptaban estos riesgos como parte de su oficio. Matthews David señaló que la sombrerería con mercurio solo desapareció cuando los sombreros masculinos dejaron de estar de moda en la década de 1960, y nunca se prohibió formalmente en Gran Bretaña. La expresión inglesa “mad as a hatter” (“loco como un sombrerero”) se asocia popularmente con los efectos del mercurio, aunque los expertos debaten su origen exacto.
El uso de arsénico en la moda generó una creciente alarma social tras la muerte de Matilda Scheurer y otros episodios trágicos. Según National Geographic, medios como el British Medical Journal alertaban sobre la peligrosidad del compuesto en la confección de vestidos, señalando que una mujer podía llevar en sus faldas suficiente cantidad como para envenenar a todos los asistentes de varios salones de baile. Estas advertencias, reforzadas por la prensa sensacionalista, alimentaron el rechazo popular hacia el venenoso pigmento verde.
La presión social llevó a que países como Escandinavia, Francia y Alemania prohibieran el uso del pigmento de arsénico, aunque Gran Bretaña no adoptó esta medida. La invención de tintes sintéticos facilitó el abandono del arsénico en la industria textil, según explicó Elizabeth Semmelhack, conservadora del Bata Shoe Museum en Toronto, Canadá.

El uso de sustancias peligrosas en la moda no se limitó al siglo XIX. National Geographic recordó que en 2009, Turquía prohibió el arenado, una técnica que consistía en aplicar arena a alta presión para dar un aspecto desgastado a la tela vaquera, después de que los trabajadores desarrollaran silicosis por inhalar partículas de arena.
Matthews David advirtió: “Es una enfermedad que no tiene cura. Si tienes arena en los pulmones, te mata”. A pesar de la prohibición, la demanda de ropa producida con este método llevó a que la producción se trasladara a otros países, y en 2022, Al Jazeera descubrió que algunas fábricas en China seguían utilizando el arenado.
En el contexto de la economía globalizada actual, la distancia entre los consumidores y los trabajadores que fabrican la ropa aumentó. A principios del siglo XIX, quienes usaban sombreros con mercurio o vestidos con arsénico podían cruzarse con los fabricantes en las calles de Londres o leer sobre sus condiciones en la prensa local. Hoy, los efectos de la producción de moda sobre la salud de los trabajadores suelen permanecer ocultos para la mayoría de los consumidores.
La historia de la moda asesina del siglo XIX, documentada por National Geographic, revela cómo la búsqueda de belleza y estilo estuvo ligada a riesgos mortales tanto para quienes fabrican como para quienes usan la ropa.
“La moda asesina todavía está muy de moda”, concluyó Matthews David, aludiendo a la persistencia de prácticas peligrosas en la industria textil contemporánea.
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