En el barrio bonaerense, Adrogué, una casa llama la atención por algo inusual: en su jardín delantero, un grupo de robots de gran tamaño parece estar en guardia, fabricados con piezas recicladas, llegan a alcanzar cerca de los tres metros. Este lugar, conocido como Cultura Maker, no es una vivienda como pareciera, es el epicentro de un proyecto que mezcla arte, tecnología y educación. Su creador, Federico Nieto, junto a su equipo, ha transformado un espacio cotidiano en un taller educativo que, además, se ha convertido en una atracción para curiosos y amantes de la robótica.
“Esto empezó muy a pulmón”, explicó Federico Nieto, quien fundó el proyecto hace siete años. Lo que comenzó con “dos computadoras y mesas de living” creció hasta incluir clases de diseño, programación y robótica avanzada, un reflejo del esfuerzo constante por ofrecer algo único en la zona.
Los robots en el jardín: arte y reciclaje que capturan miradas
Uno de los elementos más llamativos de Cultura Maker son los robots ubicados en el frente de la casa, figuras construidas a partir de materiales reciclados que cuentan con nombres únicos, muchos de ellos bautizados por los estudiantes. Estos robots, creados por el artista plástico Marcelo Gámez, combinan creatividad y sostenibilidad, transformando desechos en obras de arte.
“Todos los robots acá son artesanales, hechos con chatarra”, explicó Nieto. Entre los materiales utilizados se encuentran componentes de computadoras, parlantes y piezas de automóviles.
Marcelo relató que el origen de este enfoque surgió mientras estudiaba en la Escuela de Bellas Artes, donde decidió “hacer algo diferente con materiales en desuso”. Uno de los robots más destacados del taller fue “el primero que hizo Marcelo”, una obra que Federico describió como “la más elemental y la más cara por ser su primera creación”.
Cada robot tiene una historia. Por ejemplo, algunos fueron diseñados a pedido: “Este se inspiró en el T-800 de Terminator”, explicó Nieto sobre uno de los modelos, mientras señalaba que otros todavía esperan un nombre oficial. También incluyen robots inspirados en las películas de Transformers y Star Wars.
Aunque su principal atractivo radica en el diseño, sus nombres y personalidades los acercan aún más a quienes visitan el lugar. “Todos tienen nombres”, comentó Nieto, aludiendo a cómo los estudiantes participan activamente bautizando las figuras. Algunos nombres destacados incluyen “Juanito”, “Albert” y “Apolo”, mientras que otros robots todavía esperan ser nombrados.
El taller se consolidó como un espacio educativo que integra disciplinas clave para las generaciones futuras. Enfocado en niños y adolescentes, el taller ofrece clases de robótica, programación, diseño en 3D y circuitos electrónicos. “Nos apuntamos mayormente a los niños y adolescentes porque sabemos que es la demanda del futuro en la tecnología”, señaló Matías Alberini, quien además de gestionar el espacio, participa en la enseñanza.
Los cursos están diseñados para ser accesibles y prácticos. Los estudiantes no necesitan adquirir materiales costosos, ya que el taller proporciona kits de aprendizaje que incluyen desde componentes básicos como protoboards y pantallas LED hasta herramientas más avanzadas para trabajar con Arduino. Alberini resaltó que el enfoque práctico permite a los chicos desarrollar habilidades motrices y lógicas: “La programación modular por código es mucho más específica y desafiante, pero les permite llegar a otro nivel”.
Cultura Maker también ha sido un punto de encuentro comunitario, donde las clases presenciales generan un ambiente colaborativo. “El hecho de estar en un espacio donde todos trabajan con lo mismo conecta mucho mejor con la actividad”, añadió Alberini.
Robots únicos que nacen del reciclaje
Cada robot creado por Marcelo tiene un diseño singular y un proceso de fabricación laborioso. “Tardó más o menos dos meses en un robot como este”, detalló Federico Nieto al referirse a las piezas más grandes y complejas. Para algunos encargos, el artista utiliza materiales proporcionados por el propio taller. “Nosotros le dimos un poco de desecho que teníamos, y él fue haciendo con eso”, explicó Nieto, subrayando el carácter artesanal de estas obras.
Las esculturas de Gámez nacen de materiales que alguna vez fueron desechados: paragolpes de autos, computadoras, televisores y equipos de música se convierten en impresionantes figuras. “Uso chatarra, todo lo que te imagines”, explicó Marcelo, destacando que su enfoque busca siempre innovar. Inspirado por recuerdos de infancia, como los Transformers, sus obras mezclan referencias clásicas con ideas originales. Aunque algunos proyectos son encargos específicos, como Mazinger, Robotech o Alien, el artista siempre busca imprimir algo único en cada pieza: “Trato de agregar algo original de mi parte”.
El barrio de Adrogué encontró en Cultura Maker un punto de interés inesperado. Los robots del jardín delantero atrajeron la atención de medios locales y nacionales, además de visitantes curiosos. “Tuvimos días con 50 personas en bicicletas que coparon toda la calle”, recordó Matías, al relatar como grupos de turistas incluyen el taller en sus recorridos.
Al principio, Federico pensó que el proyecto podría no ser bien recibido. “Es un barrio clásico, estilo italiano, y de repente venís con todo esto”, comentó, describiendo la sorpresa inicial de los vecinos. Sin embargo, la comunidad terminó adaptándose y abrazando la propuesta. “Ahora estamos contentos, los chicos juegan afuera, y el lugar se volvió una referencia en la zona”, añadió.
Planes de futuro: expandir la visión
Desde su creación, Cultura Maker ha sido un proyecto que creció por iniciativa propia y por la fuerza de quienes lo lideran. Durante años, la difusión del taller dependió del boca en boca y del interés espontáneo de quienes descubrían los robots en el jardín delantero de la casa. Sin embargo, las peticiones para que el proyecto tuviera una presencia más activa en redes sociales fueron inevitables.
“Siempre nos pedían que hiciéramos redes sociales, pero nos resistíamos”, reconoció Nieto, señalando que el enfoque inicial estaba en desarrollar el espacio educativo más que en buscar visibilidad digital. Sin embargo, con el tiempo entendieron que era necesario adaptarse para llegar a más personas. “Ahora incorporamos a alguien que nos ayuda con el marketing y las redes para construir el branding de Cultura Maker”, explicó Alberini, quien resaltó la importancia de este paso para dar a conocer el taller con el Instagram @cultura.makeredu y atraer nuevos estudiantes.
La expansión del proyecto no se limita al ámbito digital. Con planes para incorporar más tecnología, como impresoras 3D y kits de programación avanzados, Cultura Maker busca consolidarse como un lugar donde niños y adolescentes puedan explorar disciplinas clave para el futuro. “Queremos que sea como un club donde ellos vengan a practicar para, el día de mañana, ser profesionales en lo que decidan”, comentó Matías, reafirmando el compromiso educativo del taller.
En el jardín delantero, los robots siguen atrayendo a quienes pasan por el lugar, convirtiéndose en un símbolo de lo que ocurre dentro de la casa: un taller donde los jóvenes imaginan y construyen, donde la chatarra se transforma en aprendizaje. Tal como los robots toman forma con piezas recicladas, Cultura Maker continúa evolucionando a partir de las ideas y esfuerzos de quienes creen en el poder de aprender haciendo.