La suba de la indigencia se siente en los comedores: trabajadores que no llegan a mantenerse y porciones “estiradas”

Según la UCA, el 20,3% de los argentinos es indigente. Las referentes ven cada vez más gente en situación de calle y también familias cuyos adultos trabajan pero ya no pueden cubrir la alimentación diaria

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En épocas de escasez, los comedores "estiran" sirviendo porciones un poco más chicas o con alimentos que sean baratos y calóricos a la vez.
En épocas de escasez, los comedores "estiran" sirviendo porciones un poco más chicas o con alimentos que sean baratos y calóricos a la vez.

Hay olor a milanesas y gente haciendo crecer la fila que hay en la vereda y que, cerca del mediodía, llegará a su clímax. Es el olor que tienen las milanesas no cuando ya están hechas sino cuando son una precuela de sí mismas, los pedazos de carne sumergidos en el huevo con ajo y perejil, justo después de los martillazos y antes del pan rallado. Afuera, sobre la calle Luna, esa fila de vecinos del Barrio 21-24 de Barracas hace saber que muchos de sus habitantes están pasando hambre. Más hambre que hace apenas unos meses.

“Tenemos tres comedores en el barrio. Hace seis meses nos venían a pedir comida unas 1.200 personas; ahora son un poco más de 2.000″, le cuenta Nilce Samudio a Infobae. Es la presidenta de la Misión Padre Pepe en ese rincón ribereño de la Ciudad y va y viene por el comedor, entre mates convidados y pedazos de calabaza listos para ir al horno, hasta que se le haga la hora de ir al jardín maternal que también depende de la misma organización.

Ese crecimiento en la demanda de alimentos es una de las aristas por las cuales mirar el crecimiento de la indigencia en el país. Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA), en el primer trimestre alcanzó al 20,3% de la población y la pobreza, al 54,9%. En su informe anterior, ese mismo observatorio daba cuenta de una indigencia del 18,5% -casi dos puntos porcentuales por debajo del índice actual- y una pobreza apenas arriba, del 55,5%.

Las estadísticas son de carne y hueso en la fila de la calle Luna, donde los vecinos y sobre todo las vecinas se acercan con alguna olla o un recipiente plástico para llevarse raciones de comida de lunes a viernes. En ese comedor, uno de los tres de la Misión Padre Pepe en ese barrio vulnerable porteño, se especializan en alimentación apta para enfermos crónicos que acrediten su condición médica: cocinan para hipertensos, diabéticos y enfermos cardíacos, entre otras patologías, y preparan bolsones de alimentos secos para celíacos.

Los comedores de la Misión Padre Pepe en Barracas recibían a unas 1.200 personas diarias hace seis meses y ahora superan las 2.000.
Los comedores de la Misión Padre Pepe en Barracas recibían a unas 1.200 personas diarias hace seis meses y ahora superan las 2.000.

“No sólo aumentó la cantidad de gente que viene a pedirnos. También vemos cambios en las vidas de quienes se acercan. Algo que vemos mucho más que antes: papás y sobre todo mamás que hace algunos meses, con el trabajo de los adultos de la casa, generalmente mujeres que limpian y hombres que hacen changas o son albañiles, podían comprar para el almuerzo y la cena, y ahora vienen a buscar una de esas dos comidas al comedor”, describe Nilce.

Amalia Suárez tiene bajo su ala 28 comedores y merenderos en el partido de Tres de Febrero, en el oeste del Conurbano bonaerense. De esos 28 que funcionaban de lunes a viernes hasta fines del año pasado, sólo a uno, “Los Chiquis”, le alcanzan las provisiones recibidas para mantener ese ritmo de ayuda a quienes viven en el barrio. En ese, cuenta Amalia, a principio de año recibían el almuerzo y la merienda unas 100 personas al día, y ahora dan de comer a 250. La demanda creció aún más que ese 150%, pero no alcanza para todos los que se acercan.

Amalia, que es responsable del Movimiento Evita en ese rincón del Gran Buenos Aires, explica que los 28 comedores y merenderos que dependen de esa organización dejaron de recibir el abastecimiento que dependía de la Nación y que alrededor de un 20% de lo que recibían es enviado ahora por la Provincia: el déficit se hace notar. “No hay manera de que podamos abastecer ni la demanda que ya teníamos ni la que fue creciendo en estos meses”, resume.

La subsistencia, en Barracas y en Tres de Febrero, muchas veces tiene que ver con el ingenio de quienes están a cargo de las organizaciones comunitarias. En la Misión Padre Pepe, a veces las donaciones privadas que habitualmente se destinan a alimentos van a parar a pañales para el jardín maternal: “Cayó mucho la posibilidad de las familias para poder comprar pañales a sus nenes, así que tenemos de más para reponer esa falta”, cuenta Nilce. En los comedores y los merenderos de la Zona Oeste, a la red de donantes privados que con mayor o menor frecuencia ayudan se suman iniciativas como bingos, rifas, alquiler de los espacios para fiestas infantiles o ferias del plato.

Hay familias cuyos adultos trabajan y hasta hace algunos meses podían garantizar todas las comidas del día y ya no.
Hay familias cuyos adultos trabajan y hasta hace algunos meses podían garantizar todas las comidas del día y ya no.

“Algunos pocos merenderos han logrado volver a abrir todos los días gracias a la red de gente que dona”, explica Amalia. Coordina espacios en Ciudadela, Villa Matienzo y Barrio Libertador, entre otras zonas de Tres de Febrero. En todos lados se impone un rebusque habitual: “estirar” la comida de la manera más eficiente posible, a veces disminuyendo un poco la porción individual para que haya más raciones, a veces con alimentos más calóricos que resulten baratos.

“Está pasando algo que no nos pasaba, y es que la fila va creciendo y en un momento tenés que decirle a la gente que ya no hay más, que se tiene que ir. Tratamos, cuando pasa eso, de darle algún alimento seco que tengamos, un paquete de fideos”, describe Amalia. Las donaciones que reciben de los mercados de frutas y verduras, que les hacen llegar mercadería que si no sería desperdiciada, se reparten entre los que más necesiten en ese momento. “Otra cosa que nos está pasando es que, antes, muchas veces lo que faltaba lo completaba algún voluntario de su bolsillo, y ahora ir a la verdulería y comprar para una olla son 10.000 pesos. Nadie está en condiciones de eso”, suma la referente.

“Empezó a venir mucha gente que tenía su laburito, que podía mantener su casita, y ya no puede. Y entonces necesita venir a pedir en los comedores. Y otra cosa que empezamos a ver son mamás que retiran a los chicos del colegio y vienen a comer, mamás que antes podían llevarlos a comer a sus casas”, explica Amalia.

Como cada vez hay más comedores que reducen los días en que pueden ofrecer alguna comida, las distintas organizaciones tienen previsto ponerse de acuerdo en los días que cocinan y qué menú preparan para lograr una alternancia lo más eficiente posible: “Hay mucha gente, en situación de calle o no, deambulando entre distintos comedores a ver en cuál pueden conseguir algo”, suma Suárez. Según sus estimaciones, en todos los barrios la demanda ante los merenderos y comedores al menos se duplicó en los últimos seis meses.

Hay cada vez más milanesas listas para ir al horno sobre las mesadas de la Misión Padre Pepe, donde algunos cocineros empiezan con sus tareas a la una de la madrugada para que haya raciones preparadas a media mañana. “Vemos personas que van quedando en situación de calle, personas que vienen a buscar con su tupper y cambian esa comida por droga, y personas que pudieron conservar sus trabajos pero que ya no pueden cubrir todas las comidas con eso. Cada vez viene más gente”, cuenta Nilce. Afuera, a dos cuadras del Riachuelo y setenta de la Plaza de Mayo, la fila se alarga y espera a que se haga la hora de comer algo. Al menos hoy.

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