El nombre oficial es Bar La Rioja, porque está ubicado en la esquina de la calle Provincia de La Rioja y el Pasaje Manuel Dorrego, en el Barrio Sur de la capital tucumana. Pero en realidad todos lo conocen como El Bar de los Perros. Es que en la puerta de ese local cuyas paredes están pintadas de color verde agua, se afincaron nueve perros callejeros mansos, que son amos y señores del lugar.
El negocio está situado frente a la Escuela de la Patria Dr. Manuel Belgrano. Las madres de los alumnos suelen tomar algo en el bar mientras esperan la salida de sus hijos de la escuela. Tiene clientes habituales, gente del barrio y otros que pasan a comer por allí. En la vereda hay un cartel escrito en tiza de colores sobre un pizarrón negro. Allí se lee: “Desayuno solidario para personas en situación de calle. Almuerzo solidario. Traer recipiente. Taza. Ser sincero”.
El dueño del Bar de los Perros se llama Javier Matar, tiene 53 años y desde hace unas semanas comenzó a hacer algo que llamó la atención de los vecinos y de los parroquianos del local que abre a las 5 de la mañana y cierra a las 7 de la tarde. Ofrece desayunos y almuerzos para personas pobres, especialmente gente sin techo.
La historia solidaria se inició a partir de un enojo. Matar, que vive frente al local que alquila, puso el grito en el cielo porque el camión de basura no recogía las bolsas que sacaban del Bar de los Perros y al día siguiente aparecían todas rotas. Y eso ensuciaba la vereda.
Una noche se quedó despierto hasta la madrugada para dilucidar qué pasaba con las bolsas de basura de su local. Así descubrió que eran abiertas por gente que vivía en la calle y que quería, aunque más no fuera, conseguir algunas sobras para apaciguar el hambre.
“Dejé de ver la situación como un perjuicio en mi contra y miré a mi alrededor. Me di cuenta de que había que ayudar y por eso empecé a ofrecer desayunos gratis”, dijo Matar a Infobae.
Cuenta que usó de emisarios a los policías del barrio quienes fueron a las dos plazas cercanas a darles la buena noticia a la gente que pasa las frías noches allí. Los policías le dijeron que la gente que duerme a la intemperie prefería no levantarse para la hora del desayuno por dos razones que hablan del desamparo de la pobreza. La primera es que si se levantan temprano el día se les hace interminable y por lo tanto más insoportable. La segunda es una cuestión de temperatura: explicaron que una vez que se arropan y logran conseguir algo de calor para atravesar la noche, prefieren continuar así hasta que se acerque el mediodía. Entonces Matar cambió la propuesta. Mejor dicho, la amplió. Y comenzó a entregar también almuerzos calientes.
El desayuno consiste en té o mate cocido con unas facturas saladas redondas que los tucumanos llaman tortillas y son similares en sabor a los libritos (para los porteños), criollitos (para los cordobeses) o bizcochos (para los jujeños).
El almuerzo tiene una base de carne picada que se mezcla a veces con polenta, otra con fideos, a veces se transforma en un guiso. Matar tiene carnicería, verdulería y panadería que abastecen al Bar de los Perros. “Por eso -explica- tengo costos bajos, para darles de comer a las personas que viven en la calle gasto el equivalente al valor de dos o tres paquetes de cigarrillos”. Esta semana uno de los almuerzos solidarios consistió en supremas de pollo porque Matar había hecho una producción para el local y no se habían vendido. “Nosotros producimos para el día. Si queda, se incluye en los almuerzos para la gente de la calle. Los viernes hacemos parrillada, así que el almuerzo solidario es un choripán”.
“Hoy damos 10 desayunos y 30 almuerzos por día. No me sobra nada, con el negocio sobrevivo, tengo deudas como todo el mundo. Pedimos que traigan un recipiente pero hay algunos que no tienen ni eso. Vienen con una botellita plástica cortada al medio para poder llevarse ahí el plato de comida”, señala Matar.
La acción de Matar recibió apoyos internos y externos. Los empleados del Bar de los Perros se ofrecieron a entrar antes a trabajar para colaborar con los desayunos y almuerzos para los sin techo. También hay algunos vecinos que aportan a la causa y prefieren pasar inadvertidos. Matar cuenta que un día llegó un hombre con un enorme fajo de billetes y se lo dejó en el negocio. Se lo devolvieron y le pidieron el teléfono para que, en caso de necesitar el aporte, lo pudieran ubicar. Hasta ahora no lo llamaron.
Matar, que nació en Salta pero se afincó en Tucumán hace más de 30 años cuando empezó a estudiar Derecho, no tiene propiedades. No tiene auto. Ni casa. Alquila tanto el local donde funciona el bar, como el lugar donde vive. Y también alquila la vivienda que comparten sus tres hijos con la madre de ellos, de quien está separado. Amante de los deportes es hincha de San Martín de Tucumán en fútbol, de Independiente en básquet, de Tucumán de Gimnasia en vóley y de Lince Rugby Club. Todavía despunta el vicio de jugador de básquet en el equipo de veteranos del Rojo. Es padre de tres hijos (Facundo, Gonzalo y Ana Sofía) que estudian educación física, administración de empresas y kinesiología. El mayor de ellos ayuda en el negocio, al igual que su pareja, Marcela Ángel, quien en el tiempo libre que le deja su trabajo en el Hospital Padilla (es hemoterapista y fonoaudióloga), da una mano para no fallar con los desayunos y los almuerzos.
Matar, que dejó Derecho dos años después de haber comenzado a estudiar y desde entonces trabajó de “cualquier cosa”, abrió el Bar de los Perros hace unos tres años. La crisis económica de la pandemia por el coronavirus lo forzó a cerrar un comercio que tenía y la explotación de la cantina del club Tucumán de Gimnasia. Asegura ser un sobreviviente de varias malarias: “Sufrí el 2001, sufrí la pandemia y ahora estamos otra vez en problemas. El negocio anda bien pero nos alcanza para subsistir. Pero tengo fe. Sé que vamos a salir, no me importa quién gobierne. Tenemos que salir”.
El año pasado Matar hizo la misma propuesta y según cuenta: “No vino nadie”. La cosa cambió y ya no solo pasa gente que vive en la calle a pedir un plato de comida. “Hay de todo, no solicitamos certificados a nadie, solamente, como dice el cartel pedimos que la gente sea sincera”. Cerca del Bar de los Perros está el Hospital Padilla. Allí llegan pacientes de toda la provincia y los familiares de los internados también pasan a buscar algo que comer por la esquina de La Rioja y Dorrego. El contacto cotidiano con los que viven en la calle le permitió a Matar aprender cosas que desconocía: “Algunos tienen su casa pero elijen vivir en la calle, otros son alcohólicos, otros me explicaron que con lo poco que juntan compran un licor entre cinco porque los ayuda en las noches de mucho frío”.
“A nosotros no nos sobra nada -concluye Matar- y sería bueno que a la gente a la que le sobra haga algo por los que menos o nada tienen. Ojalá haya más personas que ayuden a dar una mano a quienes no pueden vivir dignamente porque, por ejemplo, no tienen para un desayuno o una comida que les permita mitigar el frío. Yo no me había dado cuenta hasta que miré a mi alrededor. Mirar para los costados sirve para ver otras realidades. Y cuando descubrimos que son graves, podemos dar una mano”.